Los escaneamos con el móvil para acceder al menú del restaurante o dejamos que lo escaneen para entrar en una sala de conciertos. El 55 por ciento de los estadounidenses los usan en estos momentos, porque reducen el riesgo de contagio. Los códigos QR llamados asà porque sus siglas en inglés (Quick Response Code o Código de Respuesta Rápida), se han consolidado como un puente entre el viejo y el nuevo mundo, entre el fÃsico y el virtual. Pero a menudo las soluciones de hoy se convierten en nuevos problemas.
Si permitimos que todas nuestras transacciones y experiencias se produzcan a través de dispositivos automatizados, precipitamos la disminución de la interacción fÃsica, de la conversación y de la negociación. Contribuimos asà a que sean cada vez mayores el aislamiento humano y la brecha digital. Como tantos otros hábitos tecnológicos de los últimos años, los códigos QR han sido normalizados sin debate, reflexión o formación previos. Antes de descargarnos una nueva aplicación, antes de ingresar en una nueva red social, deberÃamos informarnos a fondo sobre ellas y pensar en sus consecuencias.
Porque somos vÃctimas del solucionismo tecnológico que ha denunciado, entre otros, el ensayista bielorruso Evgeny Morozov. Esa nueva ideologÃa global —surgida de Silicon Valley— que propugna que todos los problemas de la humanidad pueden solucionarse con algún tipo de sistema o artefacto tecnológico que por lo general prescinde de las superficies fÃsicas, desde la piel hasta el papel.
La conexión sin cables, a través del wi-fi o de bluetooth, ya formaba parte de nuestra vida cotidiana antes de la pandemia. Siguiendo esa lógica wireless y contactless —inalámbrica y sin contacto—, la tercera década del siglo va a asistir a la implementación del internet de las cosas, que supondrá la conexión entre objetos, electrodomésticos y dispositivos a través de sensores y diversos tipos de códigos (como el de barras o el propio QR). Se va a ir tejiendo una maraña de relaciones tecnológicas a distancia que va a alejarnos todavÃa más a los unos de los otros.
A menudo, cuando acercamos el lector óptico de nuestros móviles a un código QR o cuando alguien escanea el nuestro, estamos compartiendo nuestros datos. Asà sacrificamos nuestra privacidad en aras de mantenernos a salvo del contagio. Como nos recuerda el ensayista y profesor Carlos A. Scolari, los interfaces no son transparentes y su diseño y su uso son prácticas polÃticas. Los lectores ópticos, como las aplicaciones, las redes sociales o los motores de búsqueda, nos acostumbran a leer e interpretar el mundo de un modo muy determinado. Un modo que favorece el poder de las grandes corporaciones tecnológicas y perjudica el tejido social.
Por primera vez en la historia las transacciones económicas cotidianas no tienen relación con objetos, sino que son meros datos. Todo se vuelve cada vez más intangible y abstracto. Estamos divididos entre la aceptación y el rechazo de las múltiples soluciones que nos ofrecen las aplicaciones de nuestro teléfono móvil. Ante el dilema, merece la pena recordar que lo nuevo no es necesariamente mejor que lo tradicional.
Hay que preguntarse, en cada caso, qué es lo que realmente nos conviene. Las soluciones pueden convertirse en nuevos problemas. ¿De qué vivirÃan, en un mundo sin monedas, quienes mantienen a sus familias con limosna? Si sigue creciendo la digitalización de todo, ¿cómo evitaremos la discriminación de las personas que no puedan adaptarse por motivos de edad?
Los códigos QR están viviendo su edad de oro durante la pandemia. Porque en estos tiempos de crisis necesitamos con urgencia puentes entre los dos mundos que ahora componen el mundo. Pero no seamos ingenuos, son los conectores y los signos de puntuación de la nueva sintaxis tecnológica. Una sintaxis que nos acostumbra cotidianamente a no usar billetes ni papel, a no tocar y a no tocarnos.
Por eso lo más inteligente tal vez sea evaluar, en cada ocasión en que nos pidan que usemos esa tecnologÃa y las de su familia contactless, si debemos optar por la integración o por la resistencia. Por el sà o por el no.
Con información de New York Times/ Jorge Carrión (@jorgecarrion21) es escritor y director del máster en Creación Literaria de la UPF-BSM. Sus últimos libros publicados son Contra Amazon y Lo viral. Es el autor del pódcast Solaris, ensayos sonoros.