Por Carlos Peregrina
¿Qué es el morenovallismo? -me preguntas clavándome en mi pupila, tu pupila azul.
—¿Qué es el morenovallismo? y tú me lo preguntas. El morenovallismo eres tú.
(Con perdón de don Gustavo Adolfo Bécquer).
Hay un nuevo deporte en la prensa local que es un juego similar al “tú las traes”. Ese pequeño divertimento que consiste en calificar a lo que no se mueva en la misma línea como el enemigo, el adversario, el diablo, Satanás.
Esa práctica inició en el sexenio de Rafael Moreno Valle, pues todo lo que olía a mal, a rancio o a corrupción era sinónimo de marinismo. Y el marinismo estaba apestado, primero, porque era la representación fiel de lo que se echó a perder. Es como cuando una cerveza está quemada, que sabía a meados de perro (disculpen la analogía, aunque confieso que no los he probado, me imagino a qué saben).
Marín es y era un sinónimo de corrupción política.
Resulta que Rafael Moreno Valle Rosas como gobernador también abusó del poder, del dinero, tenía (a decir de personajes cercanos) muchísimos prestanombres y si algo supo hacer el panista que falleció en un lamentable accidente aéreo fue mover dinero, comprar consciencias, amenazar y encarcelar disidentes.
Moreno Valle fue otro monumento a la corrupción, sin lugar a dudas. Aprendió del profesor Hank a aplicar la frase “haz obra que algo sobra”. Y por supuesto, ese gobernador sabía lo que dijo César Garizurieta Ehrenzweig (1904-1961), alias “El Tlacuache”: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. O la frase más famosa del grupo Atlacomulco: “Un político pobre es un pobre político”.
Moreno Valle no entró pobre a la gubernatura, digamos que llegó muy rico, pero salió billonario y no en el sentido estadounidense de la palabra. Todo lo que tocaba y arrebataba lo convertía en oro.
En una ocasión un operador político me reveló que de las 25 mil unidades del transporte público que hay en el estado de Puebla, siempre se les pedía a los choferes que deberían entregar 10 pesos diarios de lo que recogían del pasaje.
Si multiplican 25 mil por 10 pesos al día son 250 mil, por siete días de la semana son un millón 750 mil pesos, eso por 12 meses y eso por ocho años. Hagan sus cuentas. Todo el dinero en efectivo. ¿Quién se quedó con él? Nadie sabe. Muchos personajes que fungieron de prestanombres desaparecieron.
Sobre todo los que le operaron a un personaje siniestro que ahora descansa tras las rejas llamado Eukid Castañón. Rafael Moreno Valle y su equipo intentaron –sin conseguirlo– duplicar lo que en su momento fue el avilacamachismo en Puebla.
Maximino Ávila Camacho fue el jefe político del estado que institucionalizó la figura del cacique. Su hermano fue presidente de la República y su otro hermano, Rafael, fue gobernador de Puebla y había sido hasta el 2018 el único que había impuesto a un gobernador como fue Fausto M. Ortega. De ahí hasta Rafael Moreno Valle, que impuso a Antonio Gali Fayad, y posteriormente a su esposa Marta Érika Alonso.
Moreno Valle no tenía lealtades, solo las exigía. Sabía manipular, extorsionar, golpear, amenazar, pactar, humillar, aplaudir y traicionar. Era un hombre muy inteligente y pragmático. Sometió a toda la prensa local, la prostituyó, en algunos casos. Y en otros solo los dejó navegar en su lago llamado Puebla.
Usó a personajes de baja estofa para intentar controlar a los medios de comunicación locales, como un tal Sergio Ramírez, quien se dedicó a tuitear contra todos los que osaran criticar a su rey. Al final, pocos aguantaron. Aunque muchos periodistas presumieron su independencia, al final pactaron con Tony Gali su subsistencia y Moreno Valle lo sabía, entendía que había un policía bueno y uno malo.
Pero lamentablemente el morenovallismo dejó un estado inseguro. Lleno de robo y venta de hidrocarburos. Antes los narcomenudistas solo vendían grapas y mariguana a los consumidores, ahora el mercado había saturado y los pequeños dealers se convirtieron en grupos y en pequeñas mafias que operan algunos desde los mercados o desde las vecindades viejas del Centro Histórico de Puebla.
Sin olvidar el Triángulo Rojo que azota a todos los vecinos de Tepeaca, Tecamachalco, Palmar de Bravo y las zonas circunvecinas.
Una parte de la prensa que también fue beneficiaria de ese sexenio ahora acusa a los que se cayeron políticamente con la muerte de la pareja Alonso-Moreno Valle de… morenovallistas. No importa si son buenos o malos operadores de sus cargos. Todos son morenovallistas hasta que se les demuestre lo contrario, establecen como un dogma de fe.
Lo cierto es que muchos trabajaron con Mario Marín, con Melquiades Morales, con Manuel Bartlett y hasta con Moreno Valle y no necesariamente pertenecen a algún ismo. Hicieron lo que tenían que hacer porque esa parte de la prensa adicta a aplaudir y defender desde sus primeras planas o las principales columnas periodísticas de sus diarios, intentan quemar en la leña de la acusación pública a este o aquel porque incurrió en el delito de “trabajar” y “ser leal a su jefe”.
Es curioso que si buscaran las publicaciones de los ahora acusadores y cómo se comportaban en el pasado reciente con los enemigos del régimen en turno se toparán con lo mismo que tanto acusaban.
Muerto el buey, viva el rey.
Lo cierto es que más allá de ismos, calificativos y señalamientos, sí, es cierto, Rafael Moreno Valle hizo un monumento a la corrupción y al abuso del poder. Ahí está un jefe de la policía que sus subalternos escoltaban a una banda de huachicoleros. Ahí estaban unos notarios, uno por cierto con un apellido muy conocido y unos “cachetes” enormes que se dibujaban mientras un “copelas o cuello” o una persona Blanca dueña de algún hospital de por aquí cerca, salía montando en caballos pura sangre que olían a gasolina.
También es cierto que Mario Marín fue una oda a la corrupción. Representó lo más bajo que había del PRI en ese momento.
Así que la historia está llena de ismos.
Por eso, si tú me preguntas ¿qué es morenovallismo? Morenovallismo eres tú.