Por Carlos Peregrina
El lunes de esta semana nos despertamos con la noticia de que la canción de Los Ángeles Azules “promueve la pederastia” y que se debe prohibir. Hace poco más de dos meses, Pepe Lepew, un zorrillo que acosaba a una gatita en las caricaturas de la Warner Bros., tenía que ser bajado porque normalizaba un delito.
Desde hace tiempo comenzó la era de lo políticamente correcto, por un lado, muchos de nosotros hemos aprendido a respetar a mujeres y evitar comentarios que efectivamente lastimaban o humillaban a las féminas, también dejamos de fastidiar a la comunidad LGTBQ+ porque cuando éramos niños nuestros papás, tíos, hermanos mayores nos enseñaron a odiar a los que pensaran o actuaran diferente.
Sí, claro que estamos a favor de una mejor sociedad, que se respete a las mujeres por lo que son, que se respete a los grupos vulnerables, que se acabe el racismo, clasismo, y toda esa bola de ismos que nos han llevado a ser retrógradas.
Empero, nunca de los nuncas (perdón por la frase reiterativa), había percibido que Los Ángeles Azules promovía la pederastia. Es más, a mí ni me gusta el estilo de música de ese grupo, pero por supuesto que en alguna boda o fiesta he bailado las canciones del grupo oriundo de Iztapalapa y jamás a mis cuarenta y tantos años de estar en este planeta, había visto de manera libidinosa a una chica preparatoriana.
Existe una canción en inglés: “You’re sixteen, you’re beautiful and you’re mine”, de principios de los sesenta del siglo pasado que ha sido interpretada por diversas bandas y vocalistas. La canción relata cuando un chico de la preparatoria se enamoró a primera vista de la muchacha de 16. En Estados Unidos no hay fiestas de 15 años, sino de 16 para marcar que dejaron de ser menores para llegar a una verdadera adolescencia.
Esta pieza de la canción, si nos pusiéramos muy exigentes habla de una posesión del muchacho que canta eufóricamente que es dueño o propietario de la muchacha, pero no creo que quien la escuchó con Ringo Starr pensó que el ex Beatle era un “viejo cochino”.
El tema de la corrección política nos ha llevado a tener cuidado de hablar, expresarnos libremente, pensar libremente, porque sin ánimos de ofender, sentimos una censura sobre nosotros todo el tiempo, todos los días. Las redes sociales han llegado a extremos. Es una lucha de soberbia intelectual. Es una lucha por ser distintos y por demostrar quién es más corriente en una cantina.
Los influencers (antes llamados líderes de opinión), son promotores tanto de la corrección como de la incorrección. Algunos son famosos por humillar mujeres, grupos vulnerables, y otros son famosos por censurar todo, hasta el lenguaje. Si no se habla con los términos incluyentes, estás mal.
Eso de hablar todo con “e” es tan confuso que me recuerda aquella vieja canción de la niñez: “Una mosca parada en la pared… ana masca parada an la parad… ene mesque perede en le pered…”. A alguien se le ocurrió que el lenguaje tiene sexo y ahora sino saludas en un chat con “amigues… chiques…muchaches”, estás mal.
Hay mujeres que lamentablemente se suben al tema de la corrección política pero no para buscar, lo correcto o lo justo, sino para obtener un puesto en la política. Y crean organizaciones que duran dos o tres años y cuando asumen un cargo público o un puesto de representación popular su activismo se convierte en sueños de piedra.
La inteligencia se ve oscurecida por las luchas de quienes ven maldad donde no siempre la hay. No me imagino que los señores de Iztapalapa pensaron en una vecina que tenía 17 años y se dejó seducir por un caballero entrado en los 50.
El problema de la corrección política es que se puede llegar a una policía del pensamiento, en las nuevas tablas de los mandamientos en el que uno de los puntos sea: “no cantarás a Los Ángeles Azules”. Y en el punto siete: “no reirás cuando salga Pepe Lepew correteando gatitas”.
El horripilante Manual de Carreño tendrá que ser cambiado y en vez de enseñarte que no debes poner los codos en la mesa, te explicará con todo en la letra “e” cómo tienes que pensar, actuar, y todo para que no te acribillen en redes sociales, principalmente en Twitter.
Los radicalismos no nos llevan a nada. Y en vez de promover una cultura cívica, de respeto a los demás, a sentir empatía con el prójimo, estamos en el punto de sentir rechazo u odio porque es lo que dicta la nueva normalidad.
No estamos en contra de lo políticamente correcto, estamos en contra de quienes ven maldad donde no necesariamente existe. Lo que haya que cambiar se deberá cambiar, pero no caigamos en excesos que no llevan a nada, solo a polarizar una humanidad en el Siglo XXI que ya ha regresado a visiones muy fascistas en la forma de pensar.