Cada que regreso de un nuevo viaje, con mi cámara llena de fotos y ahora de vlogs, toda mi familia y mis amigos están emocionados por escuchar si en este viaje le ofrecieron camellos a mi papá a cambio de un matrimonio (no es broma) o si por fin ya logré satisfacer mi espíritu viajero, pero son muy pocas personas que me preguntan: «¿En qué has cambiado? ¿Qué has aprendido? ¿Con qué te quedas de este nuevo viaje?»
Así que aquí están 4 cosas que he aprendido gracias a viajar, y con mis aventuras los invito a que se unan a esta bonita comunidad del Wanderlust. #letsgoeverywhere
1. ¡Adiós zona de confort!: Cada que planeo un viaje nuevo trato de ir a lugares que nunca pensé ir, como por ejemplo, Japón. Fue el primer país que visité que era completamente distinto a mi cultura y para ser honesta, nunca había querido ir a Asia. Ni de chiste quería ir a Japón o Tailandia pero lo hice y ¿qué creen? ¡Me encantó! Japón es un país lleno de cultura y tradición y definitivamente ha sido de los que más me ha gustado conocer. Salir de mi zona de confort al viajar hace que todo se convierta en un nuevo reto. Al principio me pongo nerviosa al saber que voy a estar en un país lejano al mío, comunicándome en otro idioma, probando comida nueva, conociendo otras costumbres o tradiciones y en el momento que me empiezan a invadir los nervios, todos estos puntos se acumulan y hacen que toda la experiencia del viaje sea mil veces mejor. Ahora, y lo puedo decir con orgullo, hasta me aventuro a dormir en la mitad del desierto en una jaima que no sé si se va a volar por la tormenta de arena.
2. Soy más tolerante: Siempre te dicen que nunca vas a entender a los demás hasta que te pongas en sus zapatos. En la actualidad y gracias a las redes sociales, es bien fácil dejar un comentario y criticar, pero hasta que lo vives es cuando realmente entiendes el refrán. En mi caso ha sido poder entender la cultura árabe/musulmana y que hay mujeres que deciden no mostrar su rostro, tapándose con una búrka o un hiyab. Este es el ejemplo que más utilizo porque al principio, cuando vivía en Doha, Qatar, me llegaba a enojar y no podía entender cómo era posible que aún en estos tiempos hay mujeres que deciden taparse con la abaya. Lo tuve que ver y vivir para entender que no todas las mujeres son como yo. Por eso doy gracias a viajar porque me ha hecho ser más tolerante con personas que son distintas a mí, que creen y se visten diferente y que tienen tradiciones de las cuales están orgullosos.
3. Me hace ser más segura: Simplemente al preguntar si voy en la dirección correcta, ordenar algo de comer o preguntarle a alguien que me tome una foto, no tienen idea cómo aumenta mi confianza y seguridad. Me acuerdo muchísimo de mi primer viaje a Europa, fue mi regalo de quince años y estaba con mis papás en el Mont Blanc y un tío me había regalado mi primera cámara digital, entonces ya se imaginarán cómo estaba súper emocionada tomando mil fotos. Pues estábamos los 3 listos para tomarnos una foto y no había alguien cerca hasta que pasó un grupo de Alemanes y mi papá me dijo: «Anda ve a pedirles que nos tomen una foto.» Primero dije: «¿Qué? ¿Yo? ¡No!» Obvio no me quedó de otra más que ir a pedirles la foto. Bueno, que quede claro que no soy una persona tímida o introvertida, soy todo lo contrario. Pero era la primera vez que iba a ir directamente con alguien que no sabía si hablaba español o inglés. Mi punto es que hasta la fecha, este tipo de interacciones con otras personas me llena de confianza y seguridad y son las cosas pequeñas que hacen la diferencia, ya sea preguntar si voy en la dirección correcta, ordenar algo del menú o parar un taxi en la mitad de Nueva York.
4. Aprender que perderme no siempre es malo: ¡Que angustia sería perderme! Pues sí y no. Antes no me lo tenía permitido pero después de perderme en Venecia eso cambió. Hace 2 años estaba caminando con mi mamá por las callecitas llenas de gente y tiendas de máscaras y me habían dicho que tuviera cuidado para no perderme porque era muy fácil perderse en Venecia. Y al final lo hicimos. Nos perdimos. No es para alarmarse porque gracias a eso encontré el restaurante donde servían el tiramisú más rico del mundo y a lado había una tienda hermosa dónde vendían pinturas de gatos vestidos de reyes, príncipes y arlequines y que no me pude contener y tuve que comprar una. ¡Divina!