Mientras la tarde avanza Samantha se empieza a arreglar, prepara su ropa de trabajo: se pone el sostén negro, se maquilla los ojos, las pestañas, guarda en su bolsa un celular, preservativos, cambio y una navaja.
Después de llevar a sus hijos a casa de su madre, Samantha se prepara para tomar un camión en Guadalupe Tecola, la última junta auxiliar de la capital. Una chamarra negra esconde su escote, sus piernas, su trabajo.
Cerca de las 21 horas Samanthe desciende del transporte público sobre la avenida 11 Norte, conforme va caminando por las calles se va quitando la chamarra que le cubría tres cuartas partes de su cuerpo. Paso a paso va enseñando cada vez más: sus piernas, su cadera, su vientre, su pecho, sus brazos hasta llegar a su cuello tatuado.
El turno del policía municipal, conocido en los barrios del Centro Histórico de Puebla como “el tuinki”, es el tercero. A pesar de que le cambian eventualmente el horario, él prefiere trabajar de madrugada, sabe que en la obscuridad de la noche hay más posibilidad de ganar algo extra.
A bordo de su vehículo el uniformado recorre las calles del primer cuadro, en un Jetta automático con el asiento vencido por su peso, avanza por barrios como El Tamborcito, La Merced, en ocasiones alcanza a llegar al mercado Unión o hasta la Central de Autobuses de Puebla (CAPU).
Mientras “el tuinki” vigila las calles de la ciudad, sabe que se va acercando la hora en que la chica del tatuaje en el cuello arriba a alguno de los hoteles del primer cuadro de la ciudad.
La mujer de los tatuajes, como es ubicada, avanza por la calle 11 Poniente y se detiene a comprar un cigarro en el puesto de siempre:
“¿Que tal el día doña Jovita, cómo lo ve, cree que haya chamba el día de hoy?”, cuestiona a la tendera, porque sabe que dependiendo de su respuesta, será la noche para ella.
“Más o menos mija, ya sabes igual que siempre, lo bueno es que ya se acerca la quincena y a algunos les pagan antes, entonces pues hay manos o menos”, comenta Jovita, para rematar con la advertencia de siempre, “cuídese muchacha”.
Después de pasar por el saludo de Jovita, Samantha continúa avanzando para tomar rumbo a los hoteles que hay entre las calles 5 y 7 Poniente.
De manera curiosa, el policia también desciende de la patrulla cerca de las diez de la noche para fumarse un cigarro y empezar una segunda nueva etapa de su trabajo, recorrer las calles por donde caminan las sexoservidoras.
Al llegar a uno de los hoteles que frecuenta Samantha se encuentra con que está clausurado, los letreros significan para ella que tendrá que sortear la noche en la vía pública y permanecer parada hasta que cualquier vehículo pregunte por ella.
Para su mala fortuna el primer vehículo que se para junto a ella es el del policía. Ambos se conocen, se saludan y saben que es una de esas noches en las que ella debe pagar por protección.