Lo que leerán a continuación es el perfil del hombre que nunca tuvo y cuando llegó al poder se volvió loco.
Es el síntoma del nuevo rico: perder las formas, gritar, amenazar, presumir, sobajar, humillar, comprarse joyas y demás linduras propias del nuevo hombre del poder; hacer de su oficina un espacio en el que hasta sus relaciones personales se vuelvan públicas.
Sin más preámbulos vamos a la historia:
Ayer, en la sede de la Auditoria Superior del Estado se suscitó un espectáculo nunca antes visto. Fue el show que sonrojó hasta un vendedor de gas o un albañil: en una de las salas de la dependencia apareció un Francisco Romero Serrano visiblemente exaltado, enojado, iracundo, fuera de sí, según relataron varios testigos.
Romero Serrano empezó a gritar y a amenazar a un auditor externo que estaba en plena revisión de documentos de ejercicios anteriores.
Nunca antes se le había visto así a un auditor.
Todos se habían comportado a la altura aunque estuvieran molestos, pero nuestro protagonista perdió el estilo.
Literalmente gritó a los que hacían su trabajo:
“¡A ver cabrones!, ¡o entregan la información que se les está requiriendo o se van a la cárcel!”, dijo fuera de sí, al que han bautizado como “El Sultán”.
Los testigos comentaron que en la historia de la Auditoría jamás se les había tratado así y menos cuando eran externos.
“No nos queremos imaginar cuando le grita a su personal, si nosotros que no dependemos de él nos mal trata. Ya quisiera ver cómo humilla a sus empleados”, confesó uno de los testigos.
Francisco Romero Serrano ha hecho de la Auditoría Superior del Estado un patrimonio personal. Las oficinas ya son como si fueran su casa chica.
Hace lo que le plazca.
Es todo un “Huicho Domínguez”.
Un pachá.
Un sultán.
Lo más escandaloso es que fuentes de la propia dependencia relataron a este tunde teclas que Romero Serrano prepara a despachos externos o mejor dicho “a sus despachos externos” que vienen del estado de Campeche, entidad a la que se refugió hace años después de ser expulsado del Colegio de Contadores Públicos de Puebla.
La medida de meter a sus amigos los campechanos es con el afán de quedarse con el jugoso negocio que se puede obtener al auditar las cuentas públicas de los ayuntamientos y de las entidades fiscalizables.
¿Qué ofrece don Francisco Romero a sus cuates?
Fácil: auditorías a modo a cambio del ya consabido, llevado y traído, moche.
¿Sabrá de todo esto el líder de los diputados Gabriel Biestro?
¿Qué opinarán los miembros de la Cuarta Transformación?
Sin duda, la Auditoría no solo es un harem, sino hasta un congal con música de cha-cha-cha y con un Huicho Domínguez que lo atiende.