La periodista mexicana, especialista en narcotráfico, Anabel Hernández se reunió cuatro veces con Rafael Caro Quintero en cuatro locaciones diferentes en el Triángulo Dorado, la misma zona de la voluptuosa Sierra Madre Occidental que fue su techo y lecho en sus años de fugitivo y donde terminó siendo detenido por la Secretaría de Marina el 15 de julio pasado.
El último de los cuatro encuentros ocurrió a principios de enero de 2018, cuando finalizaba el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Fue entonces cuando Rafael Caro Quintero reconoció que tenía una situación grave de salud. Su médico declaró a Anabel Hernández que tenía problemas con la próstata que podían derivar en cáncer y que no tenía fácil acceso a medicinas por su condición de tránsfuga. Así, enfermo, fue que inesperadamente anunció que estaba dispuesto a entregarse.
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—¿Usted estaría de acuerdo en hacer un pacto con el Gobierno de México?— pregunté a Caro Quintero en el contexto de la propuesta de Andrés Manuel López Obrador.
—¿Qué clase de pacto?— dijo mirándome con interés.
—¿Usted ha pensado en entregarse?
—Mientras estén las cosas así como están no— dijo abriendo la posibilidad.
—¿En qué condiciones se entregaría usted?
—Que me respetaran mis derechos, no que me los estén pisoteando como lo están haciendo, a todos mis coacusados les dieron los beneficios. ¿A mí por qué no me los han dado? Fonseca ganó la extradición, ¿por qué a mí me la tienen parada? —dijo Caro Quintero y aumentó el tono de voz molesto— ¡¿Las leyes no son parejas?! ¡Nomás porque soy Rafael Caro Quintero!
Su intención de entregarse quedó inédita hasta ahora. Meses después de aquella entrevista, López Obrador se convirtió en el presidente de la política pública de “abrazos y no balazos” para combatir el narcotráfico.
El cuarto y último encuentro con Caro Quintero ocurrió una noche de enero de 2018. El punto de partida fue Mazatlán, Sinaloa, y recuerdo que el recorrido para llegar al encuentro fue todavía más largo, ya que llegamos a un punto muy alto de la sierra, a un inmueble de mediano tamaño con aspecto de casa nueva y parcialmente amueblada. Su ubicación estratégica dominaba el paisaje y ayudaba a detectar cualquier movimiento de tropas o aeronaves.
Con el ocaso del sol, las montañas parecían gigantes dormidos. Súbitamente en el paraje apareció Caro Quintero. Yo era la única mujer entre él y su grupo de seguridad. Estaba particularmente molesto. Yo quería confrontarlo con los nuevos señalamientos del Gobierno de Estados Unidos que aseguraban que seguía traficando droga.
“¡Quien lo diga miente! ¡Quien lo diga miente! Miente quien lo diga, no me interesa quien lo diga, ¡Miente!”, dijo visiblemente molesto sobre las acusaciones del Gobierno de Estados Unidos y México de que estaba activo en el narcotráfico. “Mire, yo no soy líder de ningún cartel…”
—Está aquí el informe donde lo acusan— lo increpé mostrándole un informe de la DEA.
—Sí, sí, sí osea yo no he vuelto a las drogas, ni voy a volver nunca. Eso que están diciendo ¡miente quien lo diga! ¡Está mintiendo!
Ahí, teniendo a Caro Quintero frente a mí, me parecía increíble el riesgo que corría al dar una entrevista para asegurar su inocencia.
“Mire, más bien lo que quiero es que me dejen en paz. Ya si la opinión pública me quiere creer pues qué bueno, pero si no, pues mis respetos, ellos sabrán ¿Me entiende? Yo quiero quedar bien conmigo, ¡conmigo! No con otra gente…¡No estoy trabajando, que quede bien claro! Fui narcotraficante hace 23 años, ya no lo soy y no lo voy a ser tampoco. Si otra gente se maneja con mi nombre ¿Cómo la puedo hacer para callarlos? Yo no puedo salir y decir ¡cállense pues, no me estén mentando! ¿O quieren que me ponga a matar gente para que se callen?…”, dijo alzando la voz.
Captura increíble
En las cuatro veces que me encontré con Caro Quintero aprendí cosas fundamentales sobre su esquema de seguridad: confiaba en contadas personas, todos familiares directos o indirectos; dicen que llevaba siempre una pistola fajada a la cintura aunque yo nunca la vi; y tenía desarrollado un sexto sentido para escuchar cualquier ruido fuera de lo normal. Miraba constantemente al cielo porque estaba seguro de que la DEA enviaba al Triángulo Dorado drones para cazarlo.
Siempre estaba custodiado por al menos dos o tres hombres armados las 24 horas del día. La última vez que lo ví, uno de ellos me narró que su excesiva precaución lo llevaba al borde de la paranoia y a medianoche solía despertar a sus escoltas y se ponían a caminar como sombras entre las peligrosas cañadas. Por esa razón en más de una ocasión Caro Quintero estuvo a punto de caer en el despeñadero.
Durante el día prefería manejarse con muy bajo perfil. Buscaba refugios discretos y se vestía como campesino para pasar desapercibido entre los lugareños del Triángulo Dorado. Y como colofón para su protección, siempre llevaba atado al cuello dos escapularios: uno era un regalo de sus hijos mayores y el otro, una bendición de su madre. Son los mismos que se asoman en su cuello bajo la camisa azul que portaba en la foto filtrada por el Gobierno de su captura.
—El candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, el candidato de Morena, ha hecho una propuesta de que ha ofrecido hacer un pacto con los principales carteles de la droga para darles amnistía. ¿Qué piensa usted de esta idea?— le pregunté a Caro Quintero en enero de 2018 —¿Piensa usted que los jefes de los carteles de la droga aceptarían esto?, ¿piensa que esto frenaría la violencia en México?
—No le sabría decir hasta dónde, pero ¿por qué no lo intentan?— respondió —Colombia lo hizo, otros países a lo mejor lo han hecho, no estoy enterado. Colombia sí porque yo estaba preso y miraba la televisión, que mucha gente se entregó, ¿por qué no lo intenta México?…
Fue cuando Caro Quintero me reveló que estaría dispuesto a entregarse si el Gobierno de México le permitía terminar de purgar su condena, 12 años más de reclusión, en prisión domiciliaria como hasta este momento lo hace su coacusado Ernesto Fonseca Carrillo.
Hasta ahora, el Gobierno de México solo ha dicho que detuvo a Caro Quintero con una orden de arresto con fines de extradición, pero aún no explica cómo fue capturado, si opuso resistencia, si le decomisaron armas o droga y si fue detenido con los hombres que se encargaban de su seguridad las 24 horas del día. Solo se ha filtrado la pintoresca anécdota de que fue un perro de la Marina, Max, quien supuestamente habría encontrado al fugitivo entre unos matorrales perfectamente vestido con una inusual cazadora beige sobre una camisa de vestir azul, y con el cabello perfectamente teñido y cortado, según se ve por las bien delineadas patillas.
Con información de El País