Por Betzabé Vancini Romero (psicoterapeuta)
México se encuentra en cuarentena oficialmente desde el pasado 23 de marzo que se decretó fase 2 de la pandemia por el virus causante de la COVID-19, el tema en tendencia del que ninguno de nosotros quisiera estar hablando más. Las autoridades han indicado que la cuarentena durará por lo menos hasta el próximo 30 de mayo y esto, sin duda, ha tenido consecuencias y afectaciones no solo económicas sino también emocionales que son producto del encierro prolongado.
Existen diversas causas para desarrollar un cúmulo de emociones desagradables durante el encierro obligado por el que estamos transitando desde hace ya varias semanas. Estas causas pueden ir desde la falta de sol —que regula nuestra producción de serotonina-—, los cambios en la alimentación, la desaparición de la rutina, la sensación de no ser productivos y hasta las propias consecuencias del aislamiento físico en una cultura que nos ha acostumbrado a abrazar y besar como parte de nuestra convivencia cotidiana.
El encierro prolongado produce diversas afectaciones emocionales, especialmente cuando el espacio físico es reducido, pues esto emularía el encierro carcelario. No es agradable pasar semanas contemplando los cuatro muros de una habitación y, en un país donde una vivienda promedio tiene menos de 120 m2 y suele ser compartida por, al menos, dos o tres individuos, el espacio personal se reduce prácticamente al mínimo que señala la ONU.
El confinamiento prolongado suele tener diversos efectos en el estado de ánimo. Los primeros que se percibirán son la alteración del ciclo del sueño y el incremento del apetito, especialmente, el antojo de carbohidratos o de alimentos saturados en azúcar. A los pocos días del encierro, el cuerpo altera sus horas de sueño debido al cambio de rutina y esto suele modificar también los horarios de comida. Unos días más tarde llega la pérdida de noción del tiempo. Una hora se hace eterna o un día entero se va como agua y esto produce una enorme sensación de falta de control sobre uno mismo o sobre el entorno. Este último efecto tiene como síntoma principal la aparición de cuadros de ansiedad que comienzan durando tan solo unas horas y que, después de dos o tres semanas de confinamiento, se generalizan. Una persona ansiosa modificará constantemente sus hábitos de alimentación, es probable que duerma muy poco y que desarrolle ideas obsesivas.
Algunas de estas ideas intrusivas y repetitivas que he observado en la gente durante el encierro son las que tienen que ver con la preocupación por la salud, con la limpieza (germofobia), con la productividad (adicción al trabajo) y con la incertidumbre del futuro.
Una vez que la persona en confinamiento ha caído también en un tren de ideas obsesivas, la ansiedad se hará aún mayor y, en unos pocos días, esta ansiedad cederá para darle paso a un cuadro depresivo: hay poca motivación para levantarse o ser productivo, se aumenta la ingesta de alcohol, de alimentos altos en grasas, azúcares y carbohidratos; suelen tomarse siestas largas durante el día o dormir más de diez horas durante la noche; también se modifican los patrones de relación con otras personas, frecuentemente, la persona deprimida se refugia en redes sociales y comienza a tener recelo o envidia por “la vida perfecta de los demás” que él o ella no tiene en este momento. Por supuesto, esta vida perfecta no existe, es solo una idealización que suelen generar las personas deprimidas con respecto a las que no lo están, al menos en apariencia.
Durante esta alternancia entre ansiedad y depresión, el síntoma más frecuente será la irritabilidad. La tolerancia disminuye al mínimo, por lo que la familia o los cohabitantes de la vivienda se convierten en “compañeros de celda” con los que hay que competir por el espacio, por los recursos o por la comida. Evidentemente, esto ocasionará disputas familiares que suelen agravarse aún más con el consumo de alcohol, como lo hemos observado en estas semanas.
¿Existe algo que podamos hacer?
Sí, y mucho. Diría Viktor Frankl, psicoterapeuta existencialista que “cuando ya no podemos cambiar una situación, siempre podemos cambiarnos a nosotros mismos”. Es decir que lo primero que hay que hacer es identificar que la situación de la contingencia no está en nuestro control y que no hay nada que nosotros podamos hacer para cambiarlo o para reducir el confinamiento. Sin embargo, sí podemos hacer múltiples ajustes en nuestra persona para sobrellevar la cuarentena de la mejor manera. Algunas de las cosas que te sugiero son las siguientes: establecer una rutina de lunes a viernes y una de fin de semana que puedas seguir, ir a dormir y despertar siempre a la misma hora, mantener tus horarios de alimentación, evitar las siestas, recurrir a tu red de apoyo —amigos o familiares— de manera virtual para acompañarse durante el encierro, evitar el consumo de bebidas alcohólicas o de estupefacientes; si estás en familia, buscar actividades que todos puedan compartir para disfrutar de la convivencia, mantener algún tipo de actividad física o ejercicio, buscar opciones de esparcimiento que no sean únicamente la televisión o Netflix. Algo que en especial recomiendo es llevar un diario de tus vivencias durante la cuarentena y de tus emociones o pensamientos, esto te ayudará a transformarte y aprender de ti durante este tiempo, pues te aseguro que ninguno de nosotros saldrá siendo el mismo que entró al confinamiento y eso es esperanzador.