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De buchona a luchona

Revista360
Última actualización: 2018/02/06 | 11:25 AM
Publicado por Revista360 Tiempo de Lectura: 6 mins
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Hace unos días me encontraba sentada viendo la vida pasar, ya saben, de esos días que estás pero no estás. Estaba totalmente ida pensando en una sarta de estupideces propias de mi edad: que si el botox, que si una lipo, que si la bichectomía; todo se tornó gris cuando me di cuenta de que al final el punto que unía todas esas «necesidades inmediatas» se remitía a «soy pobre, saldrá carísimo, mejor aplico la duck face».

De pronto, como una muy mala broma, entró a la cafetería una mujer guapísima, cintura perfecta, cabello largo, brilloso, vestido increíblemente adherido a su piel, rostro hidratado y todo perfectamente en su lugar; en la puerta traía a su guarro, chalán, matón, como quieran llamarle; aunque yo la verdad a ese buen hombre le envié todas mis bendiciones. Entonces sí, lo reconozco, me salió lo mujer y empecé a destrozarla en mi cabeza, uno nunca sabe si la gente anda armada y para qué arriesgarse.

Empecé mi escaneo clínico profesional y me dije: esa maldita cintura no puede ser natural, así como su cabello, que está extremadamenre brilloso, ay, Kenya, claramente son unas extensiones de promoción y seguro «quita-pon», porque son las más baratas. El vestido era de esos que te aplastan toda la panza y están hechos de material que parece puro resorte pero bonito (y que obviamente jamás encontré en mercado libre); del rostro ni hablamos, porque ahora que lo recuerdo era casi inexpresivo.

Claro, era una buchona, una maldita, afortunada y perfecta buchona. En cuestión de minutos me puse a buscar en Google cosas específicas y de gran relevancia como:

-Beneficios de ser una buchona.

-Requisitos para ser una buchona.

-Cómo aprender a ser buchona.

Todo iba perfecto, estaba entendiendo bien cada punto, me estaba enfocando incluso a estar todo el tiempo con la «duck face» para irme acostumbrando. Mi rostro ya estaba ligeramente paralizado, pero no importaba, era una inversión en conocimientos. Fue entonces que mis ilusiones se fueron al carajo.

Un apartado dentro del texto titulado «Manual para ser una perfecta buchona y se te quite lo fresa y naca», les juro que sí existe, decía que la edad promedio era de los 18 a los 28 años de edad. No podía ser cierto lo que estaba leyendo. A mis 33 y creyendo que estaba en mi mejor edad, mis ilusiones de irme a Culiacán se caían junto con todas mis expectativas de conocer al amor de mi vida: Julión Álvarez, ya sé que es de Chiapas pero tendría que hacer una escala en Culiacán si quería llegar a sus brazos con el botox suficiente para enamorarlo.

Se terminó. Mi juventud en éxtasis se estaba desvaneciendo de una forma increíblemente rápida, no me quedó de otra más que pasar de querer ser buchona a luchona, en realidad no había opción. Empecé a ver costos, porque a las mujeres siempre nos hace falta todo, quien diga que no, se está haciendo la interesante porque eso ya lo traemos en el ADN.

Todo estaba carísimo, un paquete para quitarme los cachetes, con abdominoplastía, el relleno de glúteos, y una retocadita con acido hialurónico por la módica cantidad de unos divinos $114,000.00 pesos, los cuales obviamente no incluían ni gastos hospitalarios, ni medicamento mi material. Es decir, mi chiste me saldría si bien me iba en aproximadamente $250,000.00 pesotes, rogando que no se me infectara nada, que quien me lo hiciera no olvidará ni una gasa dentro de mi cuerpo y que no me dejaran como Alfredo Palacios o Lyn May.

En un abrir y cerrar de ojos me había dado cuenta de que todo se había ido al caño: Julión y yo seguiríamos separados otros años, para cuando tuviera esa cantidad y me alcanzara económicamente para mis «detallitos» Julión iba a tener la edad de Julio Iglesias con su cara de cera, incluso tendría más botox que yo.

No había marcha atrás, la buchona me había ubicado y regresado a mi realidad en prácticamente el tiempo que tomas un café americano mediano. Fue entonces cuando decidí ser fuerte, valiente, tenaz, pero sobre todo consciente de mi pobreza. Así que me inscribí al maldito gimnasio de promoción de un año por $2,900.00, que después me enteré que sin promoción estaba en 100 pesos más.

De eso no ha pasado mucho, todos los días que llego a ir al gym, porque últimamente hace mucho frío y pues más que nada uno ya cuida sus articulaciones, llego motivadísima y siempre viene a mi mente aquella buchona que me sitúa en mi presente, el cual sigue teniendo flacidez, estrías y la estúpida piel de naranja, pero en mi defensa, tengo 33 años una hija de 4 y sigo viva, mientras que pensándolo bien, esa escuincla sabrosa, a sus 35 estará huyendo de la justicia o en el peor de los casos, sirviendo de abono a las plantas.

Lo sé, la vida no es justa, incluso cuando de botox se trata.

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TEMAS: Botox, Buchonas, Cirugías estéticas, Columna_Kenya, gimnasio, Julión Álvarez, Kenya Avelino, La vida sin fluoxetina, Luchonas
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