Ricarnage Loranca y Campos | Foto original Elementa | Publicado en marzo
Aunque a un sector de la sociedad poblana le cueste aceptarlo, nuestra región es una ávida consumidora de drogas y estupefacientes. Ingenieros, médicos, abogados, maestros, estudiantes, prostitutas, periodistas, políticos, empresarios, hoteleros y toda clase de poblanos disfrutan de “quemarle las patas a satanás”, “armarse unas líneas” o “consumir unas nenas”.
Es normal que no la podamos ver, pero la droga está en todos lados: en las universidades, los antros, consultorios médicos… Las podemos encontrar de todos precios, calidades y presentaciones. El aumento exponencial del uso de las drogas en Puebla ha traído consigo un crecimiento en la oferta y la demanda de estos productos, mismos que deben llegar a sus consumidores de cualquier forma.
El repartidor, vendedor de droga, o “dealer” solía ser un truhán, un paria, la escoria social. El panorama ha cambiado en algunos sectores y, ahora, “el de la tienda” puede venir en presentaciones, digamos, más “fresas”. En la actualidad, jóvenes de clase media y alta dedican su tiempo y talento a comercializar con drogas. En el pasado, si querías comprarte un “viaje” tenías que acudir a lugares turbios, de seguridad dudosa; en los antros te acercabas al mesero que se veía más “chaca” para tomarte el atrevimiento de preguntar quién podía conectarte una “grapa”; ahora, al estilo Uber Eats, la droga te llega a la comodidad de tu casa con prontitud, sin tenerte que xponer ni correr riesgos.
En el primer caso, platicamos con una fémina de 20 años que se dedica a vender éxtasis y LSD. Una persona que se inició en el negocio de la droga a los 15 años, “llevo unos 5 años de lleno y 3 vendiendo por temporadas o así”.
Entró en este mundo en la secundaria, cuando conoció a un tipo mayor que ella, quien la inició en esta actividad: “comencé a comprar octavos de hierba con él para consumo personal; al poco tiempo los chavos de la escuela me pedían cantidades pequeñas, así inicié el supuesto negocio”
En cuanto a la ética de su negocio, dice que es algo que le tiene despreocupada, “no todas las personas que estamos en esto somos malas, a veces sólo siento remordimiento por mi familia, seguro que para ellos no es un orgullo, pero el dinero que he ganado también es para ellos”. Una “tacha” la puede comprar entre 30 y 50 pesos, un ácido o LSD, entre 50 o 90, y puede llegar a venderlo al doble o al triple, “depende el sapo: yo sólo les vendo a mayores de edad y amigos cercanos, no me late quemarme tanto con medio mundo”.
Puede vender 6 planas de 24 dosis de LSD y un kilo de marihuana en menos de dos semanas. A veces le dura solamente un fin de semana, “depende de las ganas que tenga de vender”.
MARIHUANA
En cuanto al tema de la hierba favorita de Bob Marley, hablamos con un vendedor masculino, de 35 años de edad.
Lleva ya 10 años de comercializar la “mota” y asegura que llegó a ella siendo músico: “me di cuenta de que mientras yo me metía una putiza para poder sacar 500 o 700 pesos por tocar, el de la chela y los dealers se llenaban los bolsillos. Busqué proveedor y así inicié, vendo marihuana porque se me hace que es un trabajo como cualquier otro”.
Sólo una pregunta le importa al momento de vender cannabis: ¿qué negocio es ético en estos tiempos? “No siento culpa alguna de vender marihuana, es una planta no mamen”.
Sobre el precio, nos cuenta que “varía dependiendo la calidad y qué tan difícil fue que llegara a ti el producto. Es como todo, si te cuesta 2 lo vendes en 4; que te cuesta 6, pues lo vendes en 12. Compro producto sólo cada 15 o 21 días, por aquello de no ser inflacionario”.