Cuando me estrenaba de reportero, en diciembre de 1995 con Fernando Canales en el noticiario En Confianza de Radio Oro, lo normal era toparse con las “orejas” de Gobernación. Estos personajes trabajaban en el CISEN, en la subdirección de Investigaciones Políticas o en áreas de seguridad como la Policía Estatal o la Procuraduría.
Ahí estaban los compañeros “orejas”, quienes se hacían pasar como reporteros, pero todo mundo sabía que sacaban información, que eran simples recolectores para los analistas de lo que se decía en conferencias de prensa o entrevistas, incluso, a los verdaderos periodistas nos pasaban información o hasta nos protegían cuando había enfrentamientos entre la policía y grupos sociales. Si había forma de ayudar, te ayudaban.
Era parte de la escenografía.
No molestaban, estaban metidos al cien en su trabajo.
Actualmente las cosas han cambiado, son los propios reporteros (no todos) quienes actúan como policías políticos. Monitorean lo que se escribe en redes sociales y lo llevan a sus “jefes”, quienes no necesariamente son directores de medios de comunicación.
O están en alguna comida o reunión y reportan lo que se dijo ahí, si se está con tal o cual candidato, si opinaron bien o mal de un político y todo es porque “nos lo pide el jefe”.
Es decir, su trabajo de periodistas cambió por ser policías del régimen, como si estuviéramos en Cuba o en el estalinismo, cualquier cosa que se salga del guion sirve para ser reportado y acusar a quienes piensen u opinen diferente, aunque no lo escriban o lo digan en los medios de comunicación.
No es que sea una traición, más bien es un acto policiaco.
Es una delación.
Desde hace tiempo, con algunos colegas y amigos hemos detectado esas prácticas que ya son propias del quehacer informativo, es más, hay quien ya los ha detectado con nombre y apellido porque en este trabajo todo se sabe, aunque no se publique.
Es grave trabajar así, pero pues son las reglas con las que hay que enfrentarse.
El problema es que muchas charlas pueden sacarse de contexto, y si alguien quiere cobrar venganza o siente envidia por otro o simplemente piensa que por meter cizaña contra un medio se quedará con el contrato de publicidad del acusado, porque hasta ser espía se necesita ser equilibrado y lo más objetivo posible.
Después de todo, las condiciones se acomodan, en la cosa pública nada es para siempre. Y aunque la vida se mide por seis años, muchas veces, antes de lo previsto cambian las jugadas.
¿En qué momento el reportero dejó de confiar en su talento para volverse un agente del sistema?
El sistema no ve al periodista como una persona, lo ve como un objeto y lo usa. Y este se deja usar con el pensamiento iluso de que él también los usa, pero no.
Es un objeto, para ellos.
Todo esto empezó en el régimen de Moreno Valle y se agravó con el tiempo.
Así que no queda otra más que cuidar lo que se dice porque puede ser usado en nuestra contra.
Nota Bene
Tú sabes bien quién eres.
Ustedes saben bien quiénes son.
¡Salud!