¿A qué personajes se refiere el gobernador Alejandro Armenta Mier cuando habla de que hay delincuentes que se disfrazaron de políticos o de funcionarios de gobierno? “Tras su paso por el gobierno se transformaron en empresarios”, denunció el lunes en su rueda de prensa.
Vaya declaración. Uno voltea hacia atrás y recuerda: algunos vivían cómodamente en fraccionamientos de clase media y terminaron en La Vista. Bueno, hubo quien se fue a vivir a Woodlands, Texas, porque se sintió perseguido. Woodlands fue el destino del poblano que pidió asilo durante algún tiempo.
Algunos políticos iniciaron con un departamento modesto, o su casa daba a pie de calle, o vivían con la esposa y los hijos en la casa de sus padres. Pero tras su paso por la administración pública, terminaron abriendo el ventanal de su recámara y el paisaje era el hoyo 15 del club de golf más caro de Puebla.
Muchos de esos personajes no sólo cambiaron de casa; también cambiaron de pareja. No se divorciaron porque se casaron por bienes mancomunados y tendrían que dejarle la vivienda a la esposa. Impensable para ellos. No: se fueron con la secretaria o con alguna chica que conocieron en un table dance, a la que prometieron “sacarla de trabajar”.
—Ay, papi, pero aquí me tratan bien y tengo a mi hijo, papi —decía la bailarina.
—No, preciosa, usted es una princesa y necesita estar en otro lado, lejos de este mundo tan peligroso, lleno de padrotes y sacaborrachos. Yo le pondré un castillo —explicaba el parroquiano mientras Zuleima, Shaira o Yulivet se preparaba para subir al tubo entre las notas de alguna rolita de Scorpions (Winds of change).
—Ay, papi, qué cosas dices… ¿me invitas otra copa? —respondía la próxima pareja del funcionario.
Esos mismos políticos también “conquistaron” a la pasante universitaria que comenzaba su servicio social en alguna dependencia de gobierno. El secretario particular la convencía de ir a cenar con el licenciado —recordemos que en México todos somos licenciados hasta que se demuestre lo contrario—.
“Te quiere proponer algo. Te conviene. Te va a becar”, sugería el asistente, guiñándole el ojo.
Cambiaron de casa, de esposa y de automóvil.
Algunos, de plano, dejaron de tomarle la llamada a la mamá de sus hijos porque “¡cómo chinga la vieja!, ¡nada más quiere lana! ¡Qué!, ¿no sabe que estamos en auditoría?, ¡chingá!”.
Y de ahí que se repartieran plazas en la SEP como si fueran larines; de ahí que haya políticos acusados de estar ligados al huachicol: algunos se volvieron gasolineros y nombraron prestanombres; otros encontraron mecanismos para endeudar a Puebla con museos carísimos, obras faraónicas o vialidades inservibles.
Otros terminaron como dueños de rutas de transporte público, otros pusieron joyerías y algunos se volvieron constructores. Total: sí, hay muchos delincuentes que acabaron convertidos en empresarios. Y quizá sean los peores, aunque muchos de ellos los vea uno en misa de doce, un domingo cualquiera.
Bueno, si hay supuestos agricultores que son dueños de Lamborghinis… ¿qué puede esperar uno de la vida?
La historia es cíclica: políticos que se vuelven empresarios, empresarios que se vuelven fantasmas, fantasmas que siguen cobrando. Puebla gira, pero algunos rostros nunca dejan de aparecer.

