Por: VB
Tal vez sea el ocio de septiembre, tal vez la irregularidad por ser 2023 —año simple o hasta feo—, tal vez sea lo intrascendente de la vida, lo que
me puede encaminar hacia dos personajes a los que hasta después de su muerte volvieron la mirada hacia ellos; diversas latitudes, soledades dispersas a más de 10 mil kilómetros: nunca se conocieron ni considero relevante el dato, sin embargo, a la distancia de los años, aún se habla de ambos. Aún se especula, se inventa, se fantasea, se discurre; aún los pensamos y, malgré tout, los leemos.
Uno oriundo de Praga, otro de Córdoba; ambos mueren en hospitales, uno de una pesadilla irracional, llamada tuberculosis, otro “fue un caso de intoxicación racional” (Paz), llamada locura; uno y otro fueron aislados, los excesos de pesimismo nunca han sido ni bien vistos ni aceptados por los hombres normales y racionales, es decir, nosotros o, con Foucault, nosotros, los otros victorianos.
1883, 1903, 2023, el tiempo parece suspendido. Aún nos sorprende la conciencia crítica y la dolorosa creatividad de estos dos hombres que su ánimo escritural les impedía cerrar el ciclo con la publicación. En más de un sentido, ambos murieron —a pesar de ser escritores— casi inéditos.
El mejor armado de los Contemporáneos —el grupo sin grupo que cimbró la tradición literaria—, el archipiélago de soledades que emprendió el vuelo hacia la modernidad de nuestra cultura, donde dejamos de ser invitados para convertirnos en comensales del banquete universal y coetáneo: Jorge Cuesta, a 120 años aún mira con desconfianza el poco sentido crítico y sabe que somos incapaces de siquiera seguir nuestro gusto. Tal vez observe desde la distancia solo escritores falsos, moralizantes e hipócritas, tal vez considere que, aunque no había nada que hacer, en él (y nosotros) aún existe la capacidad de fracasar.
Por otro lado, seguimos traicionando e invadiendo la intimidad del hombre que apenas amó y fue traicionado, incluso después de su muerte. Franz Kafka, alias K. La narrativa, no solo la novela, exhibió un quiebre y una perspectiva que oscila entre lo fantástico y lo mediocre: lo maravilló lo anodino del alma humana, donde los nombres y los lugares no solo han perdido significado, sino que confunden la descripción
de pasajes y personajes como si unos y otros estuvieran en constante transformación, metamorfosis; además, estamos ante un hombre que perdió la oportunidad de la esperanza, y los que aún la tienen deben de admitir la impasibilidad de actuar en ese sentido: la destrucción y caída del hombre es más terrible y dolorosa, melancólica y sinuosa, que la misma caída del Edén.
El minutero no cesa el movimiento ni la curiosidad que sabemos que es causa y efecto del conocimiento, es el asombro lo que mueve a los miembros del suplemento para invitar a su lectura y desafiar a desentrañar, a través de la escritura y la reflexión, en los aforos angelopolitanos.