¿De verdad creen los panistas que al ciudadano de a pie le interesa la renovación de su comité municipal en Puebla? Al 90 por ciento de los poblanos les importa un carajo lo que hagan o deshagan. La gente está más entretenida con Abelito en La Casa de los Famosos o con las peleas de box barato entre “Alito” Moreno y Fernández Noroña.
El PAN carece de narrativa, de identidad, de un motivo para existir. Su “estrategia” en redes se reduce a golpear a Morena y a sus gobernantes, se van contra algún alcalde, pero nunca a proponer soluciones y mucho menos atacar a un gobernador, saben bien que hay carpetas de investigación abiertas. En Puebla, el desastre de los gobiernos de Adán Domínguez y Eduardo Rivera los dejó sin legitimidad: dejaron de ser opción.
Hoy los panistas locales se dedican a dos oficios: acusarse entre sí de ser comparsas del gobierno y soñar despiertos con las benditas prerrogativas. Todo lo demás es discurso hueco, demagogia pura.
A diario se señalan como traidores, como “queda bien”, como colaboracionistas del poder. Se parecen a la vieja izquierda mexicana: dividida, sectaria y obsesionada con acusarse mutuamente de ser espías del régimen. Y lo peor: no dicen mentiras. Hay mucho de verdad en esos señalamientos.
En Puebla hay dos bandos: lo que queda de El Yunque, encabezados por Eduardo Rivera Pérez (a quien algunos ya imaginan coqueteando con MC y Néstor Camarillo), y los seguidores de Mario Riestra. Este último grupo es un cóctel: yunquistas, morenovallistas, decepcionados de Rivera y pragmáticos que sólo buscan la nómina disfrazada de prerrogativas. Alguno que otro romántico todavía jura difundir la doctrina de Manuel Gómez Morín, pero son minoría.
Tampoco sorprende que los panistas se hayan doblado ante el gobierno de Alejandro Armenta. Desde que perdieron la gubernatura en 2019 frente a Miguel Barbosa y fueron humillados otra vez en 2024, actúan con miedo: se autocensuran, simulan ser combativos, pero en realidad son tibios, mediocres, anodinos.
El PAN poblano ya es un partido testimonial. Sus consejos parecen jaulas de tigres famélicos que se devoran entre sí. El Yunque que en los ochenta y noventa le daba identidad se ha retirado a la vida doméstica: sus viejos cuadros ahora están más ocupados en cuidar nietos, tomarse la pastilla de la presión o rezar para que la próstata no dé problemas.
Los demás buscan refugio en opciones más radicales, como las ideas de Eduardo Verástegui. Y sus propias propuestas son un epitafio: una de ellas plantea “recuperar el orgullo de ser panista”, lo que en realidad significa que hoy ser panista da vergüenza.
La verdadera oposición a Morena está dentro de Morena. El PAN ni siquiera alcanza el nivel de una mosca rabiosa que no deja dormir.