El 22 de febrero de 1962, un joven fotógrafo ‘freelance’ de la Ciudad de México recibió un encargo muy especial. La mujer más bella del mundo y una de las actrices y cantantes más famosas de su época, iba a estar en México. Él debía fotografiar a Marilyn Monroe y rescatar aquella anécdota del olvido del tiempo. Antonio Caballero, que entonces tenía 23 años, acudió emocionado al Hotel Continental Hilton. Allí aguardaban varias decenas de reporteros y fotógrafos. “Le preguntaron por qué no usaba medias y ella respondió: ¿acaso no les gusta mi piel? Y luego le preguntaron que si usaba ropa interior y dijo que ella solo usaba Chanel número 5″, recuerda Caballero, que está a punto de cumplir 83 años. Hace seis décadas, la aclamada estrella de Hollywood compró los muebles de la casa donde fue hallado su cuerpo, adquirió el suéter con el que posó en una de sus últimas sesiones fotográficas y tuvo un romance con el cineasta mexicano José Bolaños, todo bajo la atenta mirada del FBI, cinco meses antes de su muerte.
Monroe no era ajena a México. Más allá de los orígenes de su madre, que nació en Piedras Negras (Coahuila), la actriz tuvo unas vacaciones en 1953 con su novio y futuro marido, el beisbolista Joe DiMaggio, a las playas de Puerto Peñasco, en Sonora. Ocho años después, volvería a México para ir a Ciudad Juárez y conseguir un divorcio rápido de Arthur Miller, de acuerdo con los registros de 1961 de la Dirección de Archivos del Poder Judicial del Estado de Chihuahua. Sin embargo, el último viaje que hizo el 20 de febrero de 1962 fue el que más revuelo mediático generó y del que hay más documentación.
Caballero recuerda la tensión de los fotógrafos que la esperaban cuando se retrasó casi dos horas a su rueda de prensa. “Ella no llegaba. Dieron las 15.00, las 15.30, 15.45, ya estábamos diciendo de irnos cuando apareció por otro elevador y fue rodeada por un enjambre de fotógrafos con sus flashes”, asegura. Realmente la actriz había aterrizado en México dos noches antes. Viajaba con su peinador, su jefa de prensa y su asistente Eunice Murray, según cuenta su biógrafo Alberto Carbot, autor del libro Marilyn en México que se publicará a principios de 2023. El objetivo del viaje era comprar muebles para la casa de estilo español que había adquirido un mes antes y que aparece en diferentes fotografías forenses del día posterior a su muerte. “Por esa razón en las fotos se ve su casa casi vacía, todavía no le habían llegado la mayoría de las compras que realizó en México”, detalla Carbot.
Cuando Marilyn Monroe disfrutó unos tacos
Donde hoy se alza el imponente edificio de oficinas de la Comisión Federal de Electricidad, en el cruce de Reforma con Insurgentes, antes estaba el Hotel Hilton Continental, el cual tuvo que ser demolido tras el terremoto de 1985. Su gerente era Jean Pierre Piquet, un amigo de Frank Sinatra al que el cantante encomendó atender a Monroe como una reina. Desde su sala de conferencias, la actriz deleitó a la prensa lanzando besos con la mano y sin perder su amplia sonrisa perenne. No se le desdibujó ni cuando los periodistas le preguntaron sus medidas, si se había amargado por sus fracasos matrimoniales o si le gustaría tener algún idilio con un actor mexicano. “Nunca me mido, es la gente la que me mide”; “De ninguna manera, todavía no pierdo las esperanzas de encontrar la felicidad” y “¿Por qué tiene que ser actor? Con que sea mexicano me basta”, fueron sus amables respuestas en un tono de voz melodioso y tranquilo, como describe Caballero. “Llevaba un vestido verde agua clarito, de manga tres cuartos”, rememora sobre el atuendo que llevaba Monroe, el mismo con el que la sepultarían cinco meses más tarde.
Como el resto de los fotógrafos, peleó por un buen ángulo para tomar una fotografía. Quedó relevado a los pies de la estrella, que estaba sentada en un sillón con las piernas cruzadas frente a una botella de champán. “Justo cuando se sirvió una copa y descruzó las piernas, le tomé una foto. Me di cuenta al revelarla que no tenía ropa interior”, narra el fotógrafo. “Sentí vergüenza, teníamos otra educación de pudor y respeto a la mujer”, confiesa Caballero, cuya icónica foto sería varias veces plagiada.
Aquel día, la actriz tenía una agenda apretada. Al acabar la cita con la prensa, se fue al Centro Histórico a comer a El Taquito, el histórico restaurante que abrió sus puertas en 1917. Hoy, sigue dando servicio, aunque los años lo han sepultado entre incontables puestos de venta ambulante. Sus paredes naranjas están repletas de centenares de fotografías de sus famosos comensales. Una en particular es la más buscada, aquella que muestra a la protagonista de Los caballeros las prefieren rubias (1953) sentada con un cóctel margarita en mano junto al feliz dueño del restaurante, entonces Rafael Guillén. Su hijo de sesenta años, que lleva el mismo nombre, muestra el camino a la fotografía. Está al lado de una ventana que deja pasar una estela de luz de sol que ilumina una silla. “Aquí se sentó ella, justo aquí”, insiste Guillén.
Su padre, ya fallecido, le ha contado la historia cientos de veces. “Lo había llamado el regente de la Ciudad [Ernesto Peralta Uruchurtu] para avisarle de que vendría alguien importante, pero no dijo quién”, cuenta. Marilyn Monroe apareció poco después y “paralizó el tráfico”, según narran los periódicos de la época. “Buenas tardes”, dijo en su limitado español. Guillén padre le sirvió sin parar tequilas y margaritas. También le sirvió tacos de gusanos de maguey, antes de pedirle bailar. “Mi padre fue el hombre que sacó a bailar a la mujer más hermosa del mundo”, dice orgulloso su hijo. Los mariachis y un trío tocaron un buen repertorio, entre el que estaba Cielito lindo y La malagueña, canciones que la actriz cantó para el deleite del restaurante.
Más de tres horas y varias copas después, Monroe abandonó El Taquito para acudir a la casa de Emilio El Indio Fernández. La actriz estadounidense, que llevaba bebiendo desde la rueda de prensa, apenas se tomó un par de copas más con él y su mujer, Columba Domínguez, y se marchó a los pocos minutos para llegar a tiempo a su última cita de la noche, una más privada con el cineasta mexicano José Pepe Bolaños. El joven se rodeaba en los círculos de izquierdas de por entonces y cortejaba a la mujer más deseada del momento.
Monroe vigilada por el FBI
Frederick Vanderbilt —descendiente desheredado de la millonaria familia constructora de ferrocarriles en EE UU por sus ideas izquierdistas— tenía el encargo personal de ser el anfitrión de Marilyn Monroe en México como petición de una amiga que tenían en común. Él sabía que Monroe estaba siendo vigilada por el FBI por sus relaciones con personajes afines al comunismo desde su matrimonio con Miller y le advirtió de que verse en público con Bolaños no era buena idea. En los archivos desclasificados de la vigilancia a Monroe, los agentes del FBI resaltan que la actriz durante sus vacaciones en México “se asoció directamente con ciertos miembros directos del Grupo de Americanos Comunistas en México”.
Vanderbilt y su mujer Nieves Orozco —la que fue la modelo del pintor Diego Rivera— fueron cuidadosos y no salieron en las fotografías con Monroe, y Bolaños tuvo el mismo gesto. Carbot describe al cineasta mexicano como una persona que conquistó a algunas de las mujeres más bellas del momento, como Gina Lollobrigida o Elsa Aguirre. Carbot cuenta que esta última le confesó que pese a que Bolaños no era atractivo ni un grande en la industria, era un hombre que “sabía hacerte sentir la única mujer en el mundo”. El mexicano estuvo en el hotel cuando Monroe volvía a su habitación, en el restaurante Las Mañanitas y la llevó a Garibaldi, según los registros del biógrafo.
Los días siguientes el matrimonio Vanderbilt y Monroe salieron en un viaje a Toluca, el Estado de México y a Taxco. Allí la siguió Bolaños con un grupo de mariachis para que le cantaran serenatas en el hotel. En ese viaje compró algunos muebles y el famoso suéter blanco con el que la fotografió por última vez George Barris en julio de 1962 en la playa de Santa Mónica. Ese mismo suéter que salió de un mercado del Estado de Toluca fue subastado por la casa Christie’s por 167.000 dólares.
Su encuentro con Luis Buñuel
Al volver a la capital, Monroe aprovechó para visitar el set de rodaje más importante del país, los Estudios Churubusco. Coincidió con la grabación de El ángel exterminador (1962), de Luis Buñuel, quien estaba en pleno trabajo cuando apareció la actriz. En una entrevista para EL PAÍS en 2016, la actriz protagonista de la película Silvia Pinal contó que los actores y ella estaban cubiertos de miel y barro para rodar las escenas, por lo que ella prefirió no presentarse a la actriz de Hollywood que “llegó como princesa” a conocer a Buñuel. “Enloqueció con la pinche Marilyn Monroe. Llegó desnuda con un vestidito encima. Al llegar ya se le caía la baba a todos los señores. Yo hui. No quería que me vieran con ella ni loca”, dijo, pero nunca llegaron a coincidir en la misma habitación.
El asesor de cinematografía histórica de Monroe en Alemania, Peter Schnug, asegura que cuando ella conversó con Buñuel discutieron la posibilidad de hacer películas juntos en México. Monroe tenía su propia productora y quería emprender proyectos en el extranjero. “Ella estaba en el negocio, pero quería salir de la industria de Hollywood. Pensaba que esas películas eran estúpidas”, dice Schnug, quien agrega que se percibía que la época dorada del cine estaba llegando a su fin en EE UU y Monroe admiraba mucho el trabajo de Buñuel.
El 3 de marzo Monroe volvió a Los Ángeles a tiempo para llevar a Bolaños los Globos de Oro. Cinco meses más tarde fue hallada sin vida en su habitación casi vacía, un espacio que guardaba para aquellos muebles artesanos de Taxco que se quedaron en bodega. Poco después de morir, se fotografió a Bolaños llevando flores a su tumba. “Yo jamás encontré una mujer como ella, hasta la fecha. Le gustaban los niños y quería uno conmigo, con un mexicano”, aseguró en entrevistas que concedió antes de morir. Carbot añade que el círculo más íntimo de la actriz asegura que esos 10 días que pasó en México fueron de los más felices de su vida.
Fuente: El País