Desde hace años se habla de la muerte del cine a causa del auge de las series de televisión y de las plataformas de streaming. La pandemia de la covid-19 solo hizo que estas preocupaciones aumentaran con el cierre de las salas de exhibición y el estreno exclusivo de los productos audiovisuales a través de los servicios de streaming.
Fernanda Solórzano, crítica de cine, y Daniel Krauze, guionista de series de televisión, se pusieron a platicar sobre el tema tan debatido y a través de su sentir, descubrimos que lastimosamente el cine está en decadencia, sigue leyendo y descubre porqué lo estamos perdiendo.
El inicio del amor por el cine
Daniel Krauze (DK): Mi primer contacto con el cine fue un amor visceral e infantil. Cuando era chico no había filtro: veía cine que quizás a los once años no debía ver. Cine, digamos, clasificación c. Pero eso era también lo emocionante. Ir al cine se volvía un poco como ir a un parque de diversiones. Recuerdo con mucho cariño haber ido a ver Drácula de Coppola con mi mamá y Frankenstein de Kenneth Branagh con mi mejor amigo, así como recuerdo haber rentado Goodfellas, The exorcist y Born on the fourth of July para verlas solo. No sé si las entendí o aprecié en su totalidad, pero me gustaba la sangre, el horror y la violencia. De ahí nace ese amor visceral.
Ya en la universidad empecé a conectar con el cine desde otra óptica gracias a ciertas clases y algunos libros de apreciación cinematográfica y crítica de cine. La crítica, en particular, me permitió interpretar lo que veía en pantalla de una manera que yo no había contemplado. Quería ser director, así que necesitaba aprender cómo emplazar y cómo iluminar, es decir, aprender a apreciar el cine desde un punto de vista más técnico.
Fernanda Solórzano (FS): Mi primera experiencia con el cine también fue muy visceral. Mi mamá me llevaba a ver las películas al cine Continental, mejor conocido como la Casa de Disney, en la colonia del Valle. En la fachada tenía el castillo de la Bella Durmiente, entonces ya desde allí sentía que estaba entrando a un lugar diferente, y siempre mi mamá me sacaba llorando porque las películas de Disney son muy traumáticas. A partir de ese momento creo que para mí el cine sí estaba muy relacionado con el espacio. Por eso me afectaban tanto: porque me sentía dentro de la caricatura.
Ya más adelante tomé un curso de cine de géneros con Leonardo García Tsao y me acuerdo que estábamos viendo Últimos días de la víctima, de Adolfo Aristarain, y que tenía un giro de tuerca al final que me hizo preguntarme ¿cómo lo logró? Entonces fue cuando entendí que quería dedicarme a desmontar las películas para entender cómo y por qué te pueden llevar hacia donde el director quiera. Entonces, al igual que tú, fue hasta que alguien me enseñó a ver el cine como algo que tenía códigos, herramientas y técnicas que empecé a verlo de manera artística. Las primeras veces que vi unas películas fue pura conexión emocional.
El cine como experiencia social y templo
FS: Yo soy muy solitaria, a mí siempre me ha gustado más ver el cine en mi casa que en la sala, a pesar de que entiendo que se pierde muchísimo –el tamaño de la pantalla, la calidad del audio–, pero soy muy intolerante a las interrupciones y a los sonidos alrededor y cada vez hay más de eso en una sala de cine. También me pregunto si pensar en la sala de cine como templo no es cada vez más una idealización. Yo extraño el formato de exhibición, pero no la experiencia comunitaria. Sé que hay gente que siente inmensas ganas de volver al cine justamente para estar entre muchas otras personas. Entonces, en ese sentido, creo que la sala de cine no está en peligro de desaparecer como un lugar de encuentro porque, más allá de lo que pueda ofrecer como experiencia de exhibición, hay una parte que es social y que no se reemplaza. También hay gente, como yo, que no disfrutamos esa parte, pero creo que somos una minoría.
Por otro lado, es obvio que la pandemia ha favorecido al mundo del streaming. Pienso que está siendo mucho más viable hacer o filmar historias –no sé si decir hacer televisión o hacer cine porque eso también es una frontera complicada de definir– en estas plataformas porque los costos son más bajos, porque hay más oportunidad de desarrollar una historia con muchos personajes y con distintos capítulos y porque, entre mayor sea la necesidad de los grandes estudios y las exhibidoras de recuperar una inversión, más van a depender de los blockbusters; es un círculo vicioso. Entonces, quizás en eso se va a convertir la mayoría del cine: en grandes producciones que alimenten al monstruo, y las historias un poco menos rentables o más de nicho van a transportarse a las plataformas.
DK: Yo creo en la idea del cine como templo. En ese sentido, mi experiencia, al menos, se estropeó con la llegada de los celulares a nuestras vidas. Es muy raro ir al cine y que no haya una persona sentada al lado mío o sentada enfrente o atrás que no tenga prendido el celular o que no esté hablando. Y eso invariablemente me distrae. No creo además que un grueso de la población vaya a ver una película, sea buena o mala, de arte o comercial, específicamente para apreciarla o disfrutarla. Ni siquiera realmente para verla. Me parece que la gente va al cine para tener una experiencia social, para salir de casa y hacer algo. En cambio, yo soy de los que van a la sala porque quieren disfrutar la experiencia misma. Me gusta, por ejemplo, no poder controlar la película. En la sala, la película corre, no le puedes poner pausa, si te paras al baño sigue, tú como espectador estás obligado a poner atención, porque si te pierdes de algo no puedes regresarla. Y para mí, que soy una persona dispersa, esto fomenta una especie de inmersión en la pantalla. Por lo tanto, yo más bien disfruto ir al cine cuando la sala está vacía. Sé que parece una contradicción porque el chiste de una sala es que no hay un solo asiento, sino ciento veinte. Querer ir al cine para estar solo quizá no tiene mucho sentido, pero eso es lo que me gusta.
La falta de conversación
DK: Es evidente que la pandemia ha impulsado a la gente a ver más películas a través del streaming: Hay tantas opciones para elegir que tal vez eso hace que ir al cine se vuelva menos atractivo. Hay muchas posturas fatalistas sobre la muerte del cine, pero yo no las comparto enteramente. Veo a un montón de cinéfilos en redes sociales y la gente que me rodea también desea volver al cine, aunque sea para ver Capitán América 17. Vaya, no creo que las salas desaparezcan. Tal vez peco de optimista. Sin embargo, creo que lo que ha cambiado es el lugar que el cine ocupa en la cultura popular y en la conversación global. La prueba es que en general la gente tiende a hablar más de Gambito de dama que de…
FS: Exacto, ese es el punto: que no hay una conversación comunitaria alrededor de tal o cual película que se está estrenando en plataformas.
DK: Creo que en el caso del cine estadounidense no obedece tanto a las plataformas sino a las películas que se están haciendo. El año pasado vi Another round y me voló la cabeza. La vi solo en mi casa y no le puse pausa nunca. En cambio, te confieso que nunca voy a acabar de ver Minari.
FS: Yo también agradezco cómo el cine te somete cuando lo ves en una sala, incluso en ese sentido supera a la lectura, porque un libro lo puedes dejar a un lado, y el cine te secuestra. Critiqué mucho a la gente que decía que no podía ver The irishman porque duraba casi cuatro horas; pero, siendo honesta, creo que yo la pude ver de un tirón porque la vi en sala. Quizá si la hubiera visto en mi casa la habría visto como serie, o sea por partes, porque así puedes poner pausa para ir al baño, ver el celular, distraerte.
Lo que me está pasando con la sobreoferta de las plataformas es que ya me siento rebasada. No es como antes cuando esperábamos la fecha de estreno de una película. Ahora abres cualquier plataforma y hay cuatrocientos nuevos lanzamientos y no sabes qué ver. La parálisis de la sobreoferta es terrible, hasta te desanima un poco.
DK: Hace tiempo decidí no seguir lo que están viendo los demás porque sé que no los voy a alcanzar, que no voy a ver las series al mismo ritmo. En este momento, por ejemplo, estoy viendo la cuarta temporada de Mozart in the jungle. Ni siquiera sé cuáles son las series que hay que ver ahorita. Estoy desenchufado de esa conversación.
FS: Tal vez tendrá que venir un período de asentamiento en que tanta oferta no te rebase y no sientas que te bombardea y que prefieres no ver nada.
DK: Es posible que en las plataformas de streaming venga un efecto boomerang, no sé si positivo o negativo. Ahora se produce en grandes cantidades, pero en algún momento quizás estos servicios se den cuenta de que con la cantidad de suscriptores que tienen no necesitan tener miles de series, sino que basta con tener en el catálogo ¿Quién mató a Sara?, Friends y The office. Actualmente la producción se amplió, pero tal vez más adelante se va a angostar porque las plataformas notarán que las personas no ven las cien producciones que hacen al año. Es solo una hipótesis.
FS: Es un poco como en la época dorada de HBO que estrenaban serie tras serie y todas eran tan buenas que sí lograban ser tema de conversación. Ahorita muchas series se parecen entre sí, así que van a tener que optar por la calidad porque obviamente no pueden ser todas buenas.
Las verdaderas amenazas al cine
DK: En el caso de las películas estadounidenses, si bien me considero optimista, siento que hay géneros cinematográficos que si fueran animales estarían en peligro de extinción. Me refiero al drama tipo Michael Clayton, de treinta o cuarenta millones de dólares de presupuesto, bien hecho, con buenos actores y que era redituable. Lo mismo pasa con la comedia romántica. Quizás es difícil producir este tipo de películas cuando la conversación global está tan atenta a la relación entre hombres y mujeres. Por poner solo un ejemplo: el protagonista de una película como Say anything..., de 1989, hoy en día probablemente sería considerado un acosador.
FS: Estoy de acuerdo, ya sea por corrección política o por querer agradar a la audiencia los creadores están cediendo. Me llama la atención que en el caso de Game of thrones los fans inconformes con el final estaban pidiendo que se rehiciera para que fuera como ellos querían. Es cierto que siempre ha habido el tema de cómo preferiría la audiencia que terminara una historia, pero que los creadores se sometan a eso me parecería la mayor claudicación del cine y de la televisión. Con tal de no perder a los trescientos millones de fans que pueda tener una serie, ir tanteando cómo debe terminar para no decepcionar. Estamos en estos tiempos donde el público siente que tiene más derecho a decidir qué se debe ver que los propios directores o los propios guionistas. A mí me preocupa que, en las dinámicas actuales entre quien consume y quien produce, se imponga la voluntad del primero.
DK: Me parece que en las redes sociales cada vez es más difícil encontrar opiniones bien reflexionadas sobre por qué una serie o una película no debió acabar como lo hizo. Lo que prima es la queja. Como ahora todos somos creadores de contenido, entonces todos creemos que sabemos exactamente cómo debería haber acabado The Mandalorian. Y, a juzgar por lo que leo en redes, incluso cuando se trata de críticos estadounidenses respetados, quienes opinan de televisión generalmente tienen un entendimiento básico de cómo se hacen el cine y la televisión. ¿Cuánta gente que opina de tele sabe cómo funciona un cuarto de escritores, el sistema a través del cual se escriben la enorme mayoría de las series estadounidenses? ¿Qué papel tiene un director que no es productor en una serie? ¿Cuánta injerencia tiene? ¿Cuál es el rol de un showrunner o de un productor ejecutivo? ¿A quién debemos felicitar en caso de que un episodio esté, digamos, bien dirigido? Nunca va a pasar, pero creo que sería útil que se conocieran esos detalles antes de opinar a la ligera sobre un programa.
FS: Siempre ha habido una preocupación, por parte de quien se dedica a la industria del entretenimiento, por lo que se ponga en el mercado, pero ahora hay un temor no solamente por las pérdidas económicas, que está ligado, sino también por las sanciones morales; o sea se está perdiendo la voluntad de riesgo por miedo a la sanción moral que puede derivar en sanción económica. Y eso provoca productos audiovisuales aburridos. Por eso creo que nos gustó tanto Another round: porque transgrede, se olvida de lo que está bien y lo que está mal. En ese sentido, el cine europeo se arriesga a todo esto, a mostrar personas, cuerpos y situaciones que no son convencionalmente agradables, y el cine estadounidense es todo lo contrario.
DK: A mí lo que me preocupa es que, si tienes dieciocho años y no posees una cinefilia más cultivada, lo disponible en las salas es tan pobre que quizá termines diciendo: “El cine no es para mí.” El año pasado empecé a ver un montón de películas que no había visto antes: Phantom thread, que es una maravilla; Silence, una obra maestra; la serie de documentales Up, que me pareció espectacular. Como no encontré nada que realmente me atrajera del cine de 2021, lo que hice fue irme para atrás. Pero eso implica que yo, como cinéfilo, sabía qué ver si me iba para atrás, ¿me explico? Y no sé si los espectadores más jóvenes, que no han crecido con el cine al centro de la conversación cultural, tengan esas herramientas a la mano. O ni siquiera la curiosidad. Y esa curiosidad solo se alimenta viendo buen cine. Por eso me alarma que las películas nominadas a los Globos de Oro y a los Óscar sean aburridas. Son premios que todavía importan, porque son una puerta a la cinefilia.
FS: A mí ya me está costando mucho más trabajo ver películas que series, pero también creo que tiene que ver con un hartazgo general, esa sensación de querer ver una película buena y no encontrarla. De modo que prefiero ver una serie mediana solo para distraerme. Estoy poniendo expectativas distintas.
Sucede a veces que queremos escapar de nuestro trabajo. Incluso si parece el empleo ideal, porque se trata de ver series o películas, no deja de ser un trabajo. Te apuesto a que tú ya no puedes ver una serie sin estar pensando en que debes aplicar esto y esto otro a tus propios guiones. Yo, por ejemplo, no escribo sobre series porque son mi esparcimiento. No quiero tener que elaborar ninguna idea alrededor de ellas y las uso como otra cosa; les exijo menos.
DK: Tienes toda la razón. Me pasa con frecuencia que veo series y anticipo cosas porque conozco cómo funciona el mecanismo, la gramática. Una serie que sí me voló la cabeza de principio a fin, porque fue una experiencia visual espectacular, es Primal, de dibujos animados, acerca de un cavernícola que se hace amigo de un dinosaurio. La premisa puede sonar ridícula, pero es una obra de arte: diez capítulos de treinta minutos en los que nunca se dice una sola palabra. Todas las aventuras son ejercicios visuales logradísimos.
La mirada moral
FS: Otro problema que veo con las películas actuales es que siento que estamos regresando a la era del código Hays, el sistema de censura que los propios estudios se impusieron a sí mismos para no crear mala prensa alrededor de las películas. Cuando el código desapareció todo mundo respiró aliviado como diciendo: “¡Ay, qué bueno que esos tiempos de autocensura quedaron atrás!” Sin embargo, siento que vivimos un momento similar, porque si escribes un guion o diriges una película que no hable de “lo que se debe hablar” o, por el contrario, hable de “lo que no se debe hablar”, no vas a conseguir capital, o si consigues capital no vas a tener suficiente promoción. En fin, existen como veinte maneras distintas de frenar a la gente que hace películas. No quiero sonar condescendiente y sé que un cineasta encontrará, al fin y al cabo, la forma de concretar su obra, pero la situación me preocupa.
DK: Sobre lo que mencionas, no sé por qué alguien quisiera hacer una película solo para denunciar algo. Lo refrescante de Another round es que no es una película contra el alcoholismo. Por eso, El lobo de Wall Street enloqueció a tanta gente: en Scorsese no había una mirada moral sobre el personaje. En todo caso era el espectador quien debía emitir ese juicio.
FS: Y eso no significa que, después de ver la película, termines diciendo que, como el protagonista, un estafador, se la pasaba increíble, “yo ahora voy a dejar mi trabajo, hundir a mi familia y embaucar gente, para meterme a diario diez gramos de coca”. No lo dices, porque tienes muy claro que lo que hizo el personaje está mal. El lobo de Wall Street deja ver una confianza en las estructuras que tenemos las personas, nuestra brújula moral. Es lo mismo que dijo Ricky Gervais, a propósito del humor, en el podcast que tiene con Sam Harris: cuando la gente se ríe de algo que se ve mal, es porque reconoce que está mal. Y eso nos debería dar tranquilidad a todos. Sucede también con los espectáculos de Louis C.K.: su personaje dice cosas que no se deben de decir y te ríes un poco de él y un poco con él, porque sabes que todo eso se da en un mundo que no podría existir fuera del teatro en el que te encuentras.
La falsa oferta del streaming
DK: Algo que quisiera traer a esta conversación sobre el cine y el streaming es esa falsa sensación que tenemos ahora de gozar de una oferta infinita. Pasar del VHS al DVD y de ahí a las plataformas ha empequeñecido la disponibilidad de las películas. Hasta hace relativamente poco era imposible ver Apocalypto, porque no estaba en ningún servicio de streaming. Y estamos hablando de una película de buen presupuesto dirigida por Mel Gibson. El problema se acentúa si tomamos en cuenta lo que sucede cuando unas compañías adquieren otras, como sucedió cuando Disney compró Fox: son estos nuevos dueños los que deciden qué parte del catálogo privilegiar y qué parte dejar fuera. Es una locura que esto ocurra en 2021, pero hay películas que simplemente ya no se pueden ver. Muchas cintas del siglo pasado están atoradas en un abismo de derechos. Por poner un ejemplo: hoy día no puedes ver Near dark o Strange days, de Kathryn Bigelow, porque no las encuentras en ningún sitio. De repente, si tienes Criterion o HBO piensas “¡Lo tengo todo!”, pero no es enteramente cierto. Hay muchísimas cosas que no están al alcance de tus manos y antes, si ibas a Tower Records y rascabas un poco, encontrabas películas que ahora son difíciles de conseguir. Sumado a que, en realidad, nunca eres dueño del contenido y eso implica que las películas pueden ir mutando sin que estés enterado. Si ahora ves por streaming When Harry met Sally…, mucha de la música de la versión de 1989 no existe, porque ya se perdieron los derechos. La experiencia original de esa película se esfumó, a menos de que hayas comprado el DVD en el 97. Y es apenas un caso entre miles. Hay algo de la integridad de la película misma que está en jaque porque se va transformando una y otra vez, y no existe más que en la nube.
FS: Voy a decir una cosa horrible, que habla de la persona horrible que soy, pero no me había puesto pensar en lo que dices, porque descargo torrents o, aún con más frecuencia, veo esas películas en los catálogos estadounidenses de las plataformas, en las que hay que pagar una suscripción. No quiero justificarme de más, pero no podría hacer bien mi trabajo si no me mantuviera actualizada o si no pudiera consultar películas de décadas previas. El catálogo mexicano de películas de Amazon es muy, muy limitado, a diferencia del estadounidense, que es prácticamente un archivo. Eso nos pone en una situación de desventaja respecto a otros países, una brecha que ya habíamos librado cuando podías ir al Mixup a comprar un DVD. Retrocedimos prácticamente treinta años.
El cine mexicano
DK: Me gustaría, ya para terminar, hablar de la situación del cine mexicano. El cine en muchas partes del mundo se enfrenta a diferentes amenazas y a mí me preocupa mucho la desaparición de los fideicomisos. A veces no nos damos cuenta de que este tipo de apoyos nos han dado un cine mucho más rico del que pensamos que tenemos. De repente, en redes sociales, la gente piensa que No manches, Frida es lo único que ha salido de México, sin tomar en cuenta la cantidad de directores que ahora están trabajando en Estados Unidos y ganando festivales aquí y allá. No va a haber plataforma, por mucho dinero que quiera poner, que pueda llenar el vacío que dejan los apoyos estatales.
FS: Paradójicamente esa propuesta de ley para aumentar la cuota de cine mexicano en pantalla puede resultar contraproducente. Al final, es posible que haga más reducidos los espacios para las películas tipo Another round, traídas a México por distribuidoras pequeñas. Al disminuir el porcentaje de cine extranjero se está reduciendo la visibilidad de estas películas. Y lo que va a terminar pasando es que las películas de Martha Higareda serán las que ocupen el espacio destinado al cine nacional y no las películas a las que supuestamente querían apoyar con la medida. A propósito de la desaparición de los fondos públicos para el cine, es impresionante que la gente crea que esos apoyos son para cintas mexicanas comerciales, cuando justamente estas películas se financian solas y los fondos existen para que las óperas primas puedan realizarse. Las personas en redes sociales se quejan de que no quieren ver otra vez a Omar Chaparro, pero si deja de haber fondos para el cine, lo único que vas a ver va a ser a Omar Chaparro. Esto va a parecerse mucho a lo que sucedió cuando Margarita López Portillo eliminó el dinero público que se destinaba al cine para dárselo a las productoras privadas que hacían churros. Fue la época de las sexicomedias, que provocó que la gente no quisiera ver cine mexicano.
DK: Pienso que el cine en México gozaba de buena salud y me parece trágico destruir un ecosistema que funcionaba. De donde surgían directores que después trabajaban en series de televisión de Estados Unidos, que daban también trabajo a guionistas y fotógrafos mexicanos. Era un círculo virtuoso que va a terminarse luego de la desaparición de los fondos.