Ayer por la tarde, mientras escuchaba el programa radiofónico de mi querido amigo Manuel Frausto que se transmite por Radio BUAP, me enteré de que existe un “Banco de caca”, de heces, de excremento humano, pues. En él, hay un grupo de investigadores (entre ellos algunos de la UNAM) que se han abocado a recabar nuestros desechos, a los que nuestras mamás les llamaban como eufemismo popó, popis, caquita o en el caso de los perros o alguna mascota “sus gracias”.
Resulta que este Banco de caca no es como un lugar en el que abre usted una cuenta de cheques, deposita su caca que ha venido ahorrando y, posteriormente, puede disponer de sus heces según sea necesario. Y claro, después de eso aventarlas, sacarles foto y subirlas a su Facebook: “Aquí, echándole más agua a los frijoles con mi amorts”, “liberando a Willy”, “no te enamoras de mí porque no has visto cómo echo los niños al chapoteadero” o el típico: “Tú y yo abonando el pirul, no sé, piénsalo”. No, por supuesto que no.
Resulta que este banco de desechos fecales tiene la intención de procesarlos y las bacterias buenas (hay de las buenas y de las malas, no es como la envidia que no hay buena, nomás mala, no nos confundan) vuelvan a poblar nuestra flora intestinal, que muchas veces se ve afectada por la cantidad de antibióticos que nos da el doctor y que nos trae muchísimas enfermedades.
De acuerdo con el profesor de microbiología Ed Kuijper, en una página que me encontré en Internet que no recuerdo cuál fue, así que perdón por el plagio, el objetivo es alimentar nuestro optimismo, dijo: “Nuestro banco ayudará a brindar a los médicos y hospitales el acceso a trasplantes de materia fecal”.
Así que cuando usted se siente en el trono, por favor descanse, siéntase libre y, si es una persona que sufre de enfermedades crónicas estomacales, seguramente le darán de comer o tomar unas ricas heces para que ya no ande con tantos cólicos y no le agarren las prisas con el miedo de que una flatulencia lo haga pasar el ridículo en cualquier evento público, o si es que usted está con su novia después de comerse varios tacos de guisado, salsa de chicharrón, rajas con huevo y, por supuesto, un adobito bien picante y sabroso como el que sirven ahí en el mercado del Parral.
Toda esta introducción viene al caso porque deberíamos proponer una donación de heces y desechos sólidos (de preferencia) de varios de nuestros políticos y de sus fieles seguidores, de troles (sin alusiones personales, por favor) de haters y un montón de personajes que siempre nos dejan su “popis”, por decirlo en términos de una buena madre, en sus muros de Facebook o en su timeline de Twitter o, peor, en sus fotos de Instagram.
No sé a quién se le ocurrió que cuando suben una foto con un montón de acarreados donde hay una carpa, una tarima o tapanco, los políticos sentados y un atril, debe llevar la leyenda “Gran recibimiento en San Nicolás de los Ranchos con mi gente”.
O vamos a un caso más particular, veamos a Nancy de la Sierra (ahora muy Morena) levantando las manos en Teziutlán en un mitin político cuando unos años antes dijo que odiaba a los teziutecos.
Vamos, que nuestra amiga Nancy es candidata a donar sus heces a los investigadores. Yo entiendo, porque cuando iba en tercero de primaria, un niño de apellido Lechuga me rompió la nariz y me sacó sangre, 40 años después todavía lo odio y a veces deseo que le salga un grano donde nunca llega el sol y ni siquiera pasa el viento, hijo de su… qué barbaridad.
Pero si me preguntan si odio a los poblanos por ese niño abusivo, la verdad, no. Y si hay dos que tres que me caen mal actualmente, la verdad es que tampoco. Pero ahí están los defensores a ultranza y radicales de Andrés Manuel López Obrador, esos que parece que les implantaron un chip en el cerebro.
Están también algunos antimorenovallistas (y digo algunos, porque hay gente que argumenta sus críticas) que todos los días y a todas horas dicen que Moreno Valle es el culpable hasta de que vuele la mosca.
Obvio, también están los panistas buscachambas, quienes al ver la más reciente foto de su líder máximo, de inmediato la adornan con una lista enorme de comentarios de “te queremos de presidente, Rafa”, “Rafa, hazme un hijo” y quien sabe cuántas cosas más.
Hay fanáticos de los dos lados.
También están los entusiastas del PRI, que son cada vez menos, que pa’ su mecha, ¡cómo avientan su popó con falta de ortografía incluida! Y están, por otro, quienes aseguran que Peña Nieto es el culpable hasta de que los tacos de suadero subieron (en parte tienen razón, la inflación llegó en enero a 5%, según los chismosos de los medios), pero tanta caca, a veces nos desgasta.
Estamos en vísperas de las campañas constitucionales. Leemos a columnistas que en vez de ser objetivos escriben lo que quieren y no lo que la realidad dicta, habría que pedirles que donen un poco de eso que se mueve por sus intestinos gracias al movimiento peristáltico de su colon.
Los poblanos estamos hasta el gorro de tanto desecho fecal que ya no hay ni dónde moverse.
Bien, les tengo una buena noticia: ya hay un lugar donde pueden dejar toda su comida procesada del estómago al duodeno terminando por el recto. ¡Bendito Dios! Lástima que faltan meses y meses de seguir viendo y viviendo todo esto que al final terminará en lo mismo: una pinche negociación.
***
Y hablando de temas escatológicos, vale la pena que yo también colabore con un poco de información al respecto: resulta que Leoncio Paisano Arias, presidente de San Andrés Cholula, está a punto de dejar de apoyar a su delfín Edmundo Tlatehui, quien fuera el que cargaba el portafolio gris y, supuestamente, hiciera grandes negocios con el tema de la construcción.
Paisano y el PAN estatal ya están informados que su oposición: PRI, Verde y Morena tiene un expediente dado por varios inmobiliarios donde documenta presuntos actos de corrupción por parte de Tlatehui.
Paisano se está deslindando porque corre el riesgo de que Edmundo, su candidato, pierda y es que hay muchas facturas pendientes.
Esta historia en San Andrés apenas comienza.
Quizá también debería participar como donante de los residuos sólidos humanos que tanto bien, al final, podrían hacernos.
Y como reza el dicho: En este mundo matraca…