Lo que ni los políticos jóvenes entienden ni los viejos es el manejo del llamado Big Data que es la herramienta con la cual se pueden ganar votantes en estos tiempos de pandemia y de confinamiento.
La política tradicional te decía que el candidato “x” a un puesto de elección popular desde un ayuntamiento, legislador local, federal, senador, gobernador o presidente de la República dirigía su discurso y ya, punto. Eso estaba bien hasta hace unos años. Ahora, no. En este tiempo el internauta es el producto, es el mensaje.
Antes el medio: periódico, revista, radio, televisión era el medio y por lo tanto el mensaje. Bien, eso se sigue aplicando solo en los sectores en los que se toman decisiones, ya no para la gente común y corriente. Por eso las encuestas ya no son tan confiables como antes.
Como ciudadanos nos hemos vuelto un algoritmo y estamos, ahora sí, dentro de una mátrix que nos ha medido nuestros deseos, sueños, aspiraciones, perversiones sexuales (sabe qué tipo de pornografía nos gusta y no digan que no ven porque eso es una mentira, todos tenemos de vez en cuando un pelito en la mano).
El big data también sabe qué tememos, qué odiamos y a quien odiamos, qué series nos gustan, qué música preferimos, qué libros hemos leído o sino leemos y si solo las publicaciones las usamos para que se suban fotos al Instagram con una taza de café (muy común en los que se dicen lectores de Rayuela de Cortazar, no de todos, pero sí lo practican muchos). Antes los sobaqueaban, es decir, tampoco los leían solo los llevaban en la axila para aparentar ser intelectuales, en fin, no nos desviemos de tema.
El big data sabe todo de nosotros porque nosotros se lo hemos permitido, cada que Google maps nos pide autorización, cada que Facebook, cada que Instagram, tik tok, Netflix, amazon, Spotify, Waze, Android, IOS, mercado libre, dejamos una huella o una sombra de lo que somos. En este momento es imposible salirse de la red. Es lo que ya somos y es una manera de mantenernos comunicados. La privacidad depende de qué tanto queremos compartir nosotros de nosotros mismos, de nuestra familia y nuestros verdaderos amigos.
Entonces cuando una persona muy orgullosa con cierto aire de prepotencia dice: “son mis redes y yo hago lo que quiero y subo lo que quiero”, uno le podría decir que sí y que no. Sí porque puede hacer lo que quiera pero no, no son sus redes. Él como persona dejó de ser incluso de su propiedad cuando subió su foto con su novia en una navidad.
Ahora él es parte de un sistema y es parte de una estadística y un algoritmo que responde a ciertos patrones de conducta que serán afectados por la publicidad y la propaganda que le proponga el Big Data.
No es como dice el ocurrente senador Ricardo Monreal que van a regular las redes sociales, porque las redes sociales le importa un pito lo que diga un legislador chabacano. Lo cierto es que para ganar elecciones en estos tiempos se necesita conocer el manejo del Big data y si es bien utilizado puede tener buenos fines porque ya no es que los ciudadanos escuchen, ahora es que los políticos escuchen.
En California, en Sillicon Balley ni han de saber quién es Monreal ni que lleva de la mano a otro senador de Morena al que ya le dicen el “no se pudo”. No, esto es serio, y esto va más allá de columnistas o aspirantes a puestos de elección popular, esto va al centro del ciudadano.
Por eso no tienen éxito las fotos de los precandidatos que están recorriendo mercados o unidades habitacionales, o diputados que se toman fotografías haciendo un zoom y diciendo que estuvieron reformando leyes muy importantes para los ciudadanos, ¿eso qué?
Se ven terribles cuando van a recorrer los pueblos a darles de comer a la gente humilde, se ve clasista. Eso estaba bien con Moreno Valle y con Tony Gali. No porque estuviera bien, neta daba asco, pero no había dónde quejarse, pues el buzón de quejas estaba en la oficina de Eukid en la Paz y en su periódico 24 horas así que era como ir a denunciar un abuso a la policía, salía uno todo madreado.
No, ahora el tema del Big data bien manejado es para elaborar estrategias que contacten a la gente. El problema es que en México hay muchos asesores políticos que son unos charlatanes, y pocos conocen realmente la interpretación del big data, no es nada sencillo leerlo y sale caro contratarlo. Es una herramienta que si se maneja bien sin fines malignos puede contribuir a la democracia.
Insistimos, en la aldea poblana difícilmente le entenderán y se irán con la finta con las empresas típicas con el web managger o la chica o el joven que maneja las redes sociales de tal forma. No, esto es más global y más allá de las grillas de Casique, de Genoveva, de Movimiento Ciudadano y sus candidatos de pacotilla y del PVEM y su cartucho quemado que es Ruiz Esparza o de la trama macabra de Manzanilla el nuevo «mostro» de la política o sus aliados.