“Lo que hace que el mundo evolucione tiene que ver con las ideas”, esta frase le va muy bien al genio H. G. Wells quien estableció en sus libros un sin número de ideas “locas” para su tiempo, pero que actualmente algunas resultaron ser una realidad.
Como contexto, para los que aún no lo conocen, el escritor británico fue considerado como uno de los padres de la ciencia ficción y famoso por títulos como La máquina del tiempo o El hombre invisible. Murió el 13 de agosto de 1946.
Fue pionero en dar un tono pesimista a sus historias sobre progreso, ciencia y tecnología, en contra del entusiasmo que imperaba en aquel entonces sobre el futuro. Y que aún sigue imperando, pues tanto la era digital como los medios tradicionales en el ánimo de sorprendernos con nuevos inventos no nos ofrecen el lado oscuro o la otra cara de la moneda con tal de vender.
Cuando aún vivía H. G. Wells, un joven Orson Welles hizo un programa radiofónico donde adaptaba su novela La guerra de los mundos. Era 1938 y miles de estadounidenses salieron a las calles a derramar su ansiedad porque creían que la Tierra sufría un ataque extraterrestre.
Nacido el 21 de septiembre de 1866, se crio en un mundo que vivía la fascinación por el progreso. La Segunda Revolución Industrial trajo la magia de la electricidad, del carro motorizado, los primeros automóviles (de Benz y Daimler), del teléfono. Era también la época de los inventos y sus inventores, con Thomas Alva Edison a la cabeza. Parecía que todo era posible con ciencia, con ingeniería y con tecnología.
En las novelas de H. G. Wells el progreso ofrecía un lado oscuro que el autor airea de forma ostentosa, tanto que muchas veces se convierte en el tema principal de la obra. Curiosamente, publicó sus textos de ciencia ficción más conocidos en unos pocos años, a finales del siglo XIX. La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898) aparecen en solo cuatro años. Su éxito en este breve lapso le permitirá vivir cómodamente como escritor el resto de sus días.
Por supuesto en estas cuatro novelas, Wells se preguntó acerca de los progresos científicos, de la lucha de clases, los límites éticos de la ciencia, y el poder absoluto y corrompido.
En La máquina del tiempo, publicada cuando tenía 29 años, Wells hace un ejercicio de anticipación. Algo que era común en la época. Pero en su caso tiene un punto de originalidad. Un ejemplo de visión futurista del momento son las postales que Jean Marc Côté y otros artistas dibujaron con motivo de la Exposición Universal de París, en 1900. Las ilustraciones muestran aparatos voladores como tráfico habitual en las ciudades, la mecanización del campo o máquinas que cortan el pelo o que barren y friegan la casa. Las imágenes, revestidas ahora de nostalgia, proyectan lo que sería el año 2000.
La novela de Wells, en cambio, no se adelanta solo un siglo. La máquina del tiempo llega hasta la Inglaterra del año 802701. Y su visión de la humanidad no es tan alentadora como las postales de la Exposición Universal de París. El progreso que tanto se alababa en la época habría llevado a un estado calamitoso a la civilización humana.
H. G. Wells veía el futuro. Y probablemente tuviera razón en que no tenía buena pinta.
Con información de El País