A los mexicanos nos da por creer cualquier pendejada.
Un día adoramos a un político, al otro lo odiamos; pensamos que el agua de limón con chía en ayunas sirve para bajar de peso, y hasta hay quien asegura que escribir con tinta azul ayuda a ser fitness. En resumen: nos da por creernos cualquier cosa.
Desde hace un tiempo existen consultores políticos —nacionales y locales— que insisten en que las columnas ya no influyen, que la radio ya nadie la escucha y que la televisión abierta es obsoleta. El problema es que esa teoría, que no es nueva ni mucho menos suya, lleva más de quince años analizándose en universidades como la George Washington, donde la venden (mal) a los políticos en turno. Y así, entre interpretaciones torcidas, terminan por convertir la comunicación en guerras de clickbait, ejércitos de bots disfrazados y un largo etcétera.
Al final, esas teorías tienen algo de verdad, pero no toda. Los sábados, por ejemplo, leer a Peniley Ramírez en Reforma es casi una obligación, sobre todo en estos días en que ha revelado datos sobre el huachicol fiscal y las aventuras de ese personaje tan lleno de títulos, dinero y jirafas amaestradas: Adán Augusto López. El tema de sus ingresos no comprobados lo difundió Televisa, y Reforma lo remató con información sobre el ISR que no pagó.
Muchos temas locales también se han dado a conocer en columnas que sí se leen, se comentan y —sobre todo— se comparten en listas de WhatsApp. Quizá sea cierto que al público en general ya no le interesa leer e informarse como antes —así lo confirman los estudios de Reuters—, pero quienes toman decisiones siguen haciéndolo.
No se trata de ser clasista, pero es un hecho: quien tiene su puesto de perecederos en el mercado 5 de Mayo no lee estas líneas. Ni siquiera sabe quién es el tundeteclas que escribe este espacio, ni tendría por qué saberlo. La información que se publica aquí le debe valer tres kilos de pepino.
También es verdad que el exceso de oficialismo y de boletines mata el interés. En cambio, si publicamos nota roja —emplayados, descabezados, sangre—, las métricas suben. Pero cuando hablamos de intrigas palaciegas, la mayoría de la población ni siquiera sabe de quién se habla. Es más fácil creer en el mito de los Niños Héroes que en la realidad.
Sí, las tendencias informativas cambiaron. Las redes sociales son las autopistas que hacen correr a los medios. Y sí, una manera de subir visitas es ser críticos y polémicos. Pero eso los consultores no se lo dicen a sus clientes, porque entonces dejarían de cobrar… y la casa nunca pierde.
Es una visión muy reductiva la que traen algunos consultores. Esto es más complejo: no basta con repetir “ya nadie te lee, nadie te ve, nadie te escucha”. Es muy fácil irse con esa corriente. Porque la gente sigue leyendo, sigue escuchando y sigue viendo.
¿O acaso dichos consultores soportarían ser exhibidos en columnas políticas —locales o nacionales— todos los días?
Nota Bene
Quizá eso sí, hay que entender los nuevos métodos de difusión para llegar a más audiencias. Y quizá, también, esta columna sólo la lea mi mamá.