Esta historia comenzó en 1744, en Valladolid, hoy Morelia. El fraile Agustín de Solís era un devoto guardián del templo de La Merced, donde realizaba sus ejercicios espirituales bajo la mirada de los santos que le rodeaban.
Una noche, dos maleantes intentaron asaltar la iglesia, ante lo cual el valiente Agustín defendió el honor de la casa de Dios, siendo herido de muerte. Al percatarse los asaltantes que no había dinero en el templo, optaron por llevarse una imagen de bulto del niño Jesús que tenía esmeraldas en los ojos.
Como la escultura pesaba mucho, decidieron profanarla sacándole los ojos, pero aun así no lograron escapar: fueron detenidos y ajusticiados frente a todo el pueblo. El fraile Agustín murió, y la imagen del niño Jesús desapareció misteriosamente. Una semana después, llegó la noticia de la muerte de Agustín a su hermana, que era monja en el convento de las capuchinas en Puebla.
Oró y lloró durante muchos días hasta que una noche, en la repisa de su cuarto, apareció la imagen de un niño Jesús sin ojos, y de sus pómulos vacíos manaban lágrimas. La monja llevó la imagen a la iglesia del convento, y con las oraciones de fieles y religiosos cesó el llanto del pequeño. Ella sintió entonces una enorme paz de espíritu, y comprendió que el alma de su hermano también descansaba llena de paz.