¿Debe renunciar Augusta Díaz de Rivera del Comité Directivo estatal del PAN?
¿Deben irse los panistas que perdieron a rezar a las iglesias y a dar clases de moral a las escuelas particulares porque ya no tienen cabida en la política poblana?
En días recientes, leímos o escuchamos una entrevista que hiciera la periodista Elvia Cruz para MTP Noticias en la que la ganadora de la contienda en San Andrés Cholula, la panista Guadalupe Cuautle Torres, dijo que la nueva dirección de su partido deberá ser integrada por perfiles alejados a la organización católica clandestina El Yunque.
La declaración fue celebrada por muchos, pero la realidad que se impone es distinta: ese partido se quedaría vacío y el Consejo Estatal panista que es el órgano más importante de las decisiones internas está llena de juramentados de la ultraderecha. Es imposible hacerlos a un lado. Son parte de su ADN.
Incluso, cuando Luis Paredes ganó la elección municipal en el 2001 y enfrentó a las familias custodias, en el fondo fue una guerra civil porque le disputaron el poder a Francisco Emmelhainz y a Paco Fraile. Recordemos que el entonces alcalde panista fue un gran activo de las filas de la Organización.
El Yunque nunca abandonará al PAN.
Es un hecho que Díaz de Rivera dejará su puesto en diciembre, pero antes tendría el Consejo Estatal hacer la famosa auditoría “forense”, para analizar qué se hizo bien, qué se hizo mal y qué de plano no se hizo.
Le llaman auditoría forense a la revisión punto por punto de lo que ocurrió, día por día, ¿quién se quedó con el dinero para la operación de las elecciones? ¿Hubo dinero para operación política? ¿Quién era el estratega? ¿Por qué no cubrieron más del 50 por ciento de las casillas en todo el estado? ¿Quién era el encargado de tal o cual tema para ganar? ¿Tenían claro las traiciones internas? ¿Sabían quién era el infiltrado que pasaba información a sus adversarios? ¿Era de su partido o era del PRI, del PRD o del PSI? ¿O eran todos los anteriores (incluidos los correligionarios)?
La salida fácil del panismo es meterse en la lucha por la dirección estatal porque de esa manera evitarán hacer una auténtica revisión de por qué se perdió con esa diferencia abismal tanto a nivel nacional como a nivel estatal. Lo que hicieron es meter el polvo y la suciedad debajo de la alfombra, esperando que nadie lo note.
No quieren abrir la caja de Pandora por temor a enfrentarse a sus propios demonios.
No importa quién asuma el liderazgo del panismo.
Por el momento están acabados.
Mientras no admitan sus errores y corrijan, quien llegue a líder del PAN hará exactamente lo mismo.
Antes de pensar en quién los gobernará internamente deberían hacer un verdadero análisis de la derrota. Marko Cortés, por ejemplo, no se atreve a reconocer que fracasó como líder opositor. Es más fácil apropiarse de la estructura del barco, aunque este ya esté lleno de hoyos.
Se regresó al panismo de los ochenta y noventa: se perdió la elección, pero se ganó el partido.
Por ello la estrategia de Augusta Díaz de Rivera al otro día de la derrota fue poner su renuncia por adelantado, para que todos los panistas se distraigan en las guerras intestinas y se les olvide analizar de fondo por qué perdieron y con esa cantidad de votos.
Es muy fácil salir a decir “fue una contienda inequitativa”; es el claro pretexto del perdedor, porque en el fondo nunca supieron convencer que eran una opción de gobierno.
Ese es el panismo actual.
Es el fracaso total.
Es lo que hay.