Corría el mes de julio de 2001. La gran noticia se había esparcido con celeridad entre la comunidad lectora de Puebla: Carlos Fuentes vendría a la ciudad a recibir un homenaje.
Se trataba de un doctorado honoris causa, que la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla decidió otorgar al escritor por más de 40 años al servicio de las letras mexicanas. En teoría iba a tratarse de un acto sólo reservado para algunos cuantos afortunados, pero la generosidad del genio pudo más que cualquier protocolo.
En el Salón Barroco del Edificio Carolino se llevó a cabo la ceremonia con todas las autoridades competentes: el entonces gobernador Melquiades Morales Flores, el secretario de cultura Pedro Ángel Palou García y el rector Enrique Doger Guerrero. Todos tomaron su lugar para dedicar unas palabras al laureado escritor y, al final, él mismo subió a la tribuna para regresar los halagos con un discurso memorable.
Tras el evento protocolario y la comida en el tercer patio del Carolino, Fuentes se dedicó a firmar ejemplares de sus libros a cuanta gente se lo pidiera, y sin duda que la tarde entera no le bastó para hacerlo. Todo mundo pensó que, cuando el autor se levantó de su asiento, iba a decir «bueno, pues gracias por su interés pero yo me tengo que ir». Nada de eso. Solicitó que lo comprendieran, que ya muchos tendrían hambre o estarían cansados, así que él se quedaría a dormir en Puebla para continuar con la firma al día siguiente.
Así fue, y no hubo un solo poblano aficionado a la obra de Carlos Fuentes que se quedara sin la dedicatoria en alguno de sus libros. Once años más tarde, regresaría a filmar un documental sobre el 5 de mayo y, al año siguiente, moría en la Ciudad de México a los 83 años de edad. Puebla se quedó para siempre con algunos de los mejores recuerdos de la vida de tan importante escritor.