Se pusieron a jugar “Simón dice” y quedaron expuestos.
El fin de semana pasado, a algunos personajes de la picaresca poblana les salió el “Simón Levy que todos llevamos dentro”. Si hay un priista —diría Carlos Castillo Peraza—, ¿por qué no cabría, juntito y apretadito, un Simón Levy también? Total, ¿qué tanto es tantito?
La dinámica fue más o menos así:
“Simón (Levy) dice que lo extorsionaron con un millón de dólares para poner una empresa en Puebla”. Y presentó dos documentos. Periodistas, tuiteros, operadores de medios, empresarios… todos ellos corrieron a replicar lo que Simón dijo. Hasta portales de noticias le dieron voz.
Con el pequeño inconveniente de que lo que verdaderamente decían esos documentos no era una prueba de soborno, extorsión ni intento de nada. Todo lo contrario: eran respuestas burocráticas solicitando que completara bien su trámite.
Siguiente fase del juego:
“Simón dice que tiene fotos que demuestran la extorsión”.
No faltó el operador de medios, el eterno aspirante a consultor político, el analista de clóset que publicó en X o Twitter, que sí había fotos.
Otra vez, con el pequeño inconveniente de que las imágenes no demostraban absolutamente nada: Levy aparecía con unas actas en mano, rodeado de funcionarios. Ni se observaba una actitud agresiva, ni se ponía en riesgo a nadie, ni había cuchillos, ni armas de fuego, ni nada por el estilo.
El cierre fue con broche de oro:
Y entonces… silencio atronador (sí, oxímoron integrado). Los grillos interrumpieron ese instante incómodo.
Analistas, periodistas, opinadores, reporteros, e incluso el portal donde se había subido la ruidosa orden … todos se dieron cuenta de que habían perdido en el juego de “Simón dice”.
Fueron evidenciados.
Y no es la primera vez.
Este año, el exfuncionario federal de Turismo de la 4T ya había publicado una lista de políticos que —según él— serían considerados terroristas por el gobierno de Trump, acusados de actos ilícitos y lavado de dinero.
El clímax del juego llegó cuando Ovidio Guzmán se declaró culpable ante la justicia estadounidense. Según Levy, eso iba a sacudir el establishment morenista. Pero otra vez, muchos analistas, conductores de noticias, comentaristas, tuiteros, cuentas falsas y perfiles anónimos perdieron. Se fueron con la finta.
Silencio atronador.
Cantaron los grillos.
Y, como diría José Alfredo, los mariachis callaron.
Todos hemos jugado alguna vez a “Simón dice”. A veces por inercia. A veces porque caemos en las trampas de personajes sin escrúpulos que explotan al insurgente que todos llevamos dentro. (Si hay un priista y un Simón Levy en nosotros, con un poco de esfuerzo también cabe un revolucionario, ¿pues qué caray?). Así nos subimos al tren de la especulación, sin notar que vamos directo a un barranco de ridiculez y descrédito.
No se apuren, no se angustien, todos hemos sido víctimas alguna vez en nuestra vida. En esto, nadie se salva.
El problema es que muchos quedaron expuestos. Y algunos de estos “críticos” o revolucionarios de sofá no dicen que, en el fondo, su verdadera petición es que les suelten un contrato publicitario, les abran la llave o los tomen en cuenta.
¿Qué mueve a Simón Levy a escribir lo que escribe?
Sólo él lo sabe.
Quizá habría que preguntarle si los extorsionadores están aquí, en este salón, entre nosotros y hablan con él. Si los políticos de la 4T le hacen una revelación divina o si es que escucha una voz en su mente que le dicta qué publicar en X.
Simón dice…
Nota Bene
El juego infantil de “Simón dice” consiste en que un grupo elige quien será Simón; él dará la orden “Simón dice que…” en ese momento todos sus compañeros tienen que replicar la orden. Si Simón da una indicación sin mencionar “su nombre” en el enunciado y los demás la ejecutan pierden.