Resuena el tambor, pero ya nadie marchó. En el viejo ejército del Yunque, quedan apenas ecos, viejas consignas y un puñado de fieles que aún creen en la causa. Otra derrota más se suma al historial de Eduardo Rivera y su grupo. ¿De qué sirvió que Guadalupe Leal Rodríguez, Fernando Sarur y una veintena de seguidores anunciaran su renuncia a las candidaturas de consejeros estatales y nacionales? De nada. Perdieron lo único que aún les daba peso: interlocución, decisión e influencia.
De los veinte inconformes, sólo ocho consiguieron que su renuncia fuera efectiva; los otros doce ni siquiera se enteraron oficialmente por la dirigencia. Y para colmo, entre los que juraron no ser comparsa y se sumaron a la “rebelión”, tres acabaron electos. Uno de ellos, Enrique Guevara Montiel, mejor conocido entre la militancia como El Huevo. Ironías de la política: ni los que renuncian logran irse del todo.
En el CEN panista no cayó nada bien la escena. Justo un día después de anunciar su supuesto relanzamiento y de prometer unidad, salieron a exhibir sus fracturas. El timing no pudo ser peor.
Además, trascendió que el grupo de Rivera Pérez pidió una mesa de diálogo en el CEN para tratar el caso Puebla y “llegar unidos”. La petición suena casi a chiste interno: romper acuerdos es, al fin y al cabo, su marca registrada. ¿Cuántos panistas han sido traicionados por las promesas del mismo grupo? La lista es tan larga como el olvido de sus errores.
Lo sorprendente no es que sigan peleando, sino que todavía haya quien crea en Rivera y en su cada vez más desfondado equipo.
Los verdaderamente felices son los de Morena. Y el propio Rivera lo sabe. Sin gastar energía ni dinero, los albiazules se despedazan solos. Morena puede cometer errores, puede llenar de baches las ciudades, puede administrar con torpeza… y aun así, Acción Nacional no representa alternativa real.
Esa realidad la entienden tanto en Puebla como en el CEN panista. La duda es si esta división es producto de la torpeza o si en el fondo hay intención: la de hacerle el trabajo sucio a Morena.
Lo ocurrido en la asamblea fue el retrato perfecto del declive: el grupo de Eduardo Rivera ya no tiene voz, ni peso, ni respeto interno. Han sido rebasados. Aunque griten fraude o se victimicen, quien hoy controla al PAN poblano es Mario Riestra Piña. Y quien domina el Consejo Estatal, domina el partido.
La jugada de Sarur, denunciar para intentar influir, terminó en un autogol. Sin representación en el Consejo, su discurso se apagará pronto, y la mayoría panista seguirá siendo mayoría.
Mientras tanto, el PAN estatal intentará tender puentes con el gobierno, ya sin la sombra de Rivera. Porque su Yunque, ese que alguna vez presumió fuerza moral y disciplina férrea, hoy tambalea en la calle como un borracho al amanecer: sin rumbo, sin equilibrio y con la resaca de su propia soberbia.