Los debates en Puebla siempre han sido infumables, aburridos y grisáceos (iba a escribir piteros, pero la autocensura me ganó). Mucha especulación, mucho morbo, pero al final, los encuentros que se han dado distan mucho de lo que ha ocurrido a nivel nacional en diversas ocasiones.
¿Necesarios? Sí.
Toda sociedad debe ver cómo se comportan los que aspiran representarlos. Ver cómo atacan, proponen, contrastan, esquivan, dan la vuelta o se equivocan, porque ahí se ve la capacidad de liderazgo natural. Un momento que no es forzado ni comprado, tal cual son, sin el manto protector que da el poder.
¿Son vistos? Los nacionales, sí: elección presidencial y ahora la Ciudad de México, la tunda que le han puesto a Clara Brugada es de antología. Los locales solo los ven los interesados en la política.
En el caso de los encuentros estatales o municipales son para el círculo rojo, líderes empresariales, religiosos, para la burocracia partidista, para porristas y matraqueros. Quizá en el 2010, cuando competía Rafael Moreno Valle contra Javier López Zavala fue más visto, pero en general, el ciudadano de a pie prefiere ver Netflix o estar pegado a su celular viendo Tik Tok.
Los debates estatales o municipales no definen triunfos, porque quienes los ven no son los indecisos, son los que ya saben por quién votar, ya sea por convicción o por conveniencia.
A veces son soporíferos, en el 2004, por ejemplo, se enfrentó Mario Marín contra Francisco Fraile, el panista se dejó vencer rápidamente por el entonces candidato priista. Tuvo muchísimas oportunidades y prefirió ser gris como su cabellera. Fue más polémico que Roberto Grajales, el representante de Fraile, relató en el postdebate que al exgobernador le tuvieron que poner un banquito porque no alcanzaba el micrófono.
Los debates sirven muchísimo porque dan a conocer a la persona y cómo se desenvuelve en una situación de alto riesgo (cámaras de televisión, tiempo, presión de los equipos de campaña, factores externos). Y es una situación de alto riesgo, porque lo que puede trascender ahí son más los errores que los aciertos.
Sirven para confirmar si es más de lo mismo como la demagogia, frases trilladas o verdaderamente hay propuestas. Sirve porque por lo regular se esperan los candidatos a sacar los escándalos de sus oponentes: las casas chicas y grandes, los negocios, los terrenos adquiridos, los adeudos y un largo etcétera. A veces hay hasta excremento verbal.
Sirve para verlos en acción y no en ambientes cómodos, porque una vez que gobiernen comprarán seguridad y control de daños. Aquí no hay control de daños por las “benditas redes sociales” (AMLO, dixit).
Los debates que se han organizado aquí en Puebla no han destacado y sólo son replicados en medios de comunicación y para los mismos participantes, quienes salen presurosos a gritonear que ellos ganaron.
Son de autoconsumo, pues.
Los formatos no se han actualizado.
Es lo mismo desde hace años.
En estos encuentros están los románticos que piden que sean sólo de propuestas. Existen otros más realistas que saben que lo que vende es la confrontación, el sarcasmo, la inteligencia y que las propuestas sean realistas y no frases que no dicen nada ni el método para desarrollar sus propias utopías.
Sólo que el sarcasmo pues no se les da a todos, la verdad. Y en vez de sarcasmo hay pastelazos dignos de una película de Capulina (aunque a nuestro paisano, don Gaspar Henaine a él le salían bien).
Hay, entre el respetable, quien se desgarra hipócritamente, sus vestiduras, cuando hay sangre, sudor y lágrimas, piden que sean más propuestas, pero son tan hipócritas, que si fuera como lo exigen, ellos mismos dormirían el tiempo de los encontronazos verbales y las discusiones.
¿Debe haber debate? Por supuesto.
Se debe crear una cultura, porque, incluso, eso ayudaría socialmente. Generaría mayor participación y quizá ahí está el meollo del asunto, a muchos no les gusta la idea que la gente —sin negocios partidistas o gubernamentales participen—, porque ahí se les caen los contratos y porque entre mayor intervención social menor manipulación hasta de las propias elecciones.
Ese tipo de encuentros deberían ser obligatorios.
En fin.
Deberían dejar de ser tan aburridos, infumables y grisáceos (piteros), pero ya sabemos que el “debería” es verbo que no existe más que en la mente de los trasnochados.