Para los japónofilos y cinéfilos, Ryûsuke Hamaguchi ya es un nombre conocido. Degustar su cine delicado, observador, natural, construido con diálogos exactos, es viajar a Japón. Y ahora que aún echamos de menos poder viajar de verdad al país, nos consolamos con dejarnos llevar durante dos horas por las tres historias que componen su pequeña gran obra maestra, “La ruleta de la fortuna y la fantasía”.
Esta cinta se colocó como una de las grandes sensaciones de la última Berlinale y, posiblemente, fue la mejor película proyectada en la 69ª edición del Festival de San Sebastián. Hamaguchi divide, al estilo literario, el tiempo en pantalla en tres capítulos de unos 30 minutos cada uno, donde el director invita a encontrar lo extraordinario en lo ordinario y a valorar el azar, las coincidencias y las oportunidades.
El tríptico de fábulas arranca con Magia (o algo menos reconfortante). Dos amigas en un taxi de camino a casa después de una jornada de trabajo hablan sobre un fortuito encuentro que, inesperadamente, se convierte en un triángulo amoroso. “Es la introducción al concepto de azar” según Hamaguchi. Un azar caprichoso que puede tener muy diferentes consecuencias dependiendo de las elecciones tomadas después por cada uno. Porque el azar por sí solo no tiene la culpa de todo lo que nos ocurre.
En la segunda historia, titulada “Una puerta abierta de par en par”, nos muestra el lado más oscuro del azar. Sí, porque la casualidad no es la única culpable, pero a veces nos guarda crueles sorpresas. Un despiste, un desliz, una serie o solo un par de catastróficas desdichas. En este caso, es un intento fallido de seducción, una trampa que se vuelve en contra de la protagonista que acaba abriéndose de par en par al que iba a ser su víctima.
La tercera, “Una vez más”, es la cara opuesta del azar, su lado más luminoso. Una de esas felices coincidencias de la vida. En una estación de tren, la de la ciudad de Sendai, dos mujeres creen reconocer en la otra a una antigua compañera de instituto. Después de más de 20 años sin verse, se equivocan, no son quien la otra cree ser, pero en ese malentendido encuentran entendimiento, reavivan recuerdos y descubren unos oídos y ojos extraños que las escuchan y las observan de verdad por primera vez en mucho tiempo.
Tokio como testigo
Hamaguchi elige como escenario de sus historias grandes urbes. En concreto, vemos Sendai, en la prefectura de Miyagi, una gran ciudad al norte de Tokio. Un espacio en el que estas casualidades quizá tienen menos probabilidad de ocurrir, pero por eso son más sorprendentes y definitivas para interrumpir nuestra rutina.
Grandes ciudades en las que encuentra momentos y rincones de paz (en un taxi, en una oficina, un café, una casa) para el diálogo natural de sus personajes. Muchas ganas de ir a Japón. Y mientras no podamos ir, Hamaguchi nos lo trae.
Con información de Traveler