Con tanta especialización en todos los ámbitos del conocimiento, parece que al humilde encanto de disfrutar una cerveza ya lo alcanzó semejante despelote.
De unos años para acá, la industria cervecera mexicana se ha visto invadida por nacientes marcas locales y avasalladores productos extranjeros. En nuestro país, tenemos centenarias marcas que se han ganado un lugar en el mercado con años de trabajo y mucha estrategia de por medio, pero estas ya no están solas.
En varias ciudades de provincia, cada vez hay más empresarios que con valentía se suman al competido mundo del fermento de cebada, aunque la realidad siempre se impone. Es cierto que todos ellos hacen esfuerzos encomiables para sacar sus productos adelante, pero al momento de salir al público son ofrecidos a precios que sólo cierta élite puede pagar. Es entonces cuando el diletante de la cerveza también piensa en su bolsillo.
Por otro lado, de Europa nos llegan marcas que se vuelven también suculentas opciones para remojar gargantas. De Alemania, Bélgica y la Gran Bretaña se han establecido bebidas para todos los gustos en este lado del Atlántico. Sí, sólo que en la mayoría de las ocasiones también se vuelven artículos de lujo por sus costos. No cualquiera en este país es capaz de presumir que se puso «una buena» con chelas de impronunciables nombres germanos, de modo que su disfrute parece ser asunto exclusivo de carteras con suficiente flujo de efectivo.
Y están las de casa, las tradicionales. Esas que durante generaciones han acompañado las borracheras de millones de mexicanos en estadios, bodas y hasta funerales. Su encanto radica en su accesibilidad, es decir, las encuentras en todos lados y a precios muy bajos. Cierto es que su sabor dista mucho de las finezas europeas y las rarezas mexicanas, pero atontan igual que sus parientas de mayor precio. La comparación no es tan simplista como parece: en lugar que se antoje, la cerveza también ha devenido un diferenciador social importante por el aparente prestigio que da el ser «conocedor» de marcas nacionales independientes o extranjeras.
Si se tiene la posibilidad, lo ideal sería apoyar a las marcas mexicanas, aunque hasta para eso en muchas ocasiones nos da por ser malinchistas. Por su parte, los grandes consorcios europeos apoyan sus campañas de mercadotecnia en eventos deportivos y figuras de este ámbito, lo que hace muy difícil resistirse a su imagen y poder de convicción. En cuanto a las nacionales, parece que aún tienen mucho camino por delante, además, la mayoría de ellas se ha volcado en causas sociales que les ha permitido encumbrarse como empresas comprometidas. De México, del extranjero o independientes, parece que el asunto sigue siendo disfrutar hasta la saciedad, ¡salud por esa!