Se les llama pet influencer y desde hace unos años no paran de ganar terreno en las redes sociales. Son mascotas influencers; adorables, prácticamente inmunes a las polémicas y más baratas de contratar que sus equivalentes humanos. Jiffpom cuenta con 9,4 millones de seguidores en Instagram, Doug The Pugsupera los 3,6 millones yTika the Iggy el millón. Los tres tienen en común que son monísimos, un filón como negocio, y también que, aunque son perros, lo que les encanta a sus seguidores es verles comportarse como humanos.
Es lo que se conoce como antropomorfismo o humanización de las mascotas, es decir, atribuirles una serie de características, condiciones o cualidades propias de las personas. Los ejemplos son demasiado abundantes y no hace falta acudir a los perros de Paris Hilton, con mansión propia, o a los huéspedes de D Pet Hotels, que incluye spa con tratamientos para canes, golosinas orgánicas, sesiones fotográficas o paseos en Ferrari, Lamborghini, Porsche o Rolls-Royce. No es difícil ver perros, con patas y articulaciones perfectamente sanas, paseados en carritos o en bolsos, vestidos como personas, perfumados o con las uñas pintadas. Todo ello, habitualmente debidamente inmortalizado para ser publicado en redes sociales, muchas veces en una cuenta propia de la mascota en la que, también, habla en primera persona como si fuera un humano. En estas plataformas es mucho más fácil ver a un perro en actitud humana que comportándose como lo que es, un perro.
“Cada especie tiene sus propias necesidades, y una manera de percibir el mundo y de comunicarse diferente a cómo lo hacemos los humanos. Si no tenemos en cuenta estos aspectos y simplemente pensamos que son iguales que nosotros, estaremos influyendo directamente en su bienestar, aunque lo que estemos haciendo sea con muy buena voluntad”, explica Alicia Torrano Cano, veterinaria, asesora canina y cofundadora de la escuela canina El Perro Limón. Porque normalmente el que trata así a su mascota lo hace creyendo que está haciendo lo mejor para él, que lo está mimando. Según la lógica antropocéntrica humana, los perros perciben el mundo de la misma manera que nosotros y, por tanto, llevarlos con un abrigo precioso, perfumados y en un carrito para que no tengan que caminar ni ensuciarse las patas es cuidarles, incluso proporcionarles un lujo. Sin embargo, el verdadero lujo para ese perro probablemente sea poder rebozarse en barro, correr sin correa y olisquear absolutamente todo lo que tenga a su alcance.
Y es precisamente eso lo que no se les deja hacer. “Lo más habitual es no permitirle a nuestro perro conductas que para él son lógicas, simplemente porque para nosotros no lo son”, señala Torrano Cano. Conductas como buscar en la basura, escarbar, explorar con la boca cuando son cachorros o meterse en charcos son completamente lógicas y naturales para ellos. “¿Significa eso que tengo que dejar que haga lo que quiera? Por supuesto que no, pero sí que es muy importante que lo tengamos en cuenta y valoremos cuánto les exigimos, cuánto estamos dispuestos a ceder por ellos, cómo nos comunicamos cuando le pedimos a nuestro perro que no realice una de estas conductas y qué repercusión puede tener en su bienestar o en su desarrollo”, sentencia.
Tampoco hay que caer en el maniqueísmo. Cualquier persona que conviva con una mascota cae casi irremisiblemente en cierto grado de humanización. Que tire la primera piedra el que no saluda a su perro por las mañanas y le pregunta qué tal está. Un estudio publicado en la revista Biodiversity and Conservation en 2013, denominado Las especies antropomorfizadas como herramientas para la conservación: la utilidad más allá de las especies prosociales, inteligentes y sufrientes, por su traducción al español, encuentra que cierto grado de humanización puede ser útil para que las personas den un sentido a sus interacciones con el mundo no humano, favoreciendo la empatía y la apuesta por la conservación de la biodiversidad. “Muchas veces el tratarlos supuestamente como humanos hace que la persona empatice con él y le acompañe, por ejemplo, en situaciones en las que el perro tiene muchísimo miedo”, apunta Cristina Aranguren, educadora canina y creadora de la escuela Rumbo Awen.
Sin embargo, hay veces en que esa empatía va demasiado lejos. ¿De verdad ese perro está cómodo vestido de Papá Noel? ¿Le gusta llevar una corona y celebrar su cumpleaños con un montón de gente? ¿Realmente se siente cómodo en un centro comercial? Ambas expertas coinciden en que depende del perro y de la situación. “En general, creo que los entornos con alta densidad de personas y un elevado dinamismo no son apropiados para los perros”, puntualiza Aranguren. “Otro tema”, prosigue, “es que haya algunos que los toleren, e incluso se desenvuelvan bastante bien en ellos. Pero gestionar bien una situación o un entorno es una cosa, y que sea beneficiosa para el individuo es otra”.
Es importante observar al animal que, en su lenguaje, comunica si está o no cómodo. “Hay perros muy expresivos, y puedes ver en seguida varias señales que expresan incomodidad: relamidos, desvío de la mirada, bostezos, sacudir su cuerpo, gemidos e incluso pedir ayuda de forma activa subiéndose a dos patas sobre nosotros, o mirándonos”, añade Aranguren. Otra forma, que puede resultar menos evidente para el humano, es la de evadirse: “Hay canes que pueden elaborar estrategias para llevarlo bien, como por ejemplo, refugiarse en una actividad para abstraerse de una situación de la que no pueden salir”, señala Aranguren. Si el perro solo quiere estar con su juguete mientras se intenta que pose en el enésimoselfi podemos estar ante una estrategia de abstracción. No es muy diferente del humano que, hastiado de que le pregunten en una comida familiar que para cuándo la boda, saca el móvil y entra en una red social.
La clave, como casi con todo, es el equilibrio. No es lo mismo someter a un perro a una situación molesta de vez en cuando que hacerlo de manera continua y sin respetar sus señales de incomodidad. “La consecuencia es convivir con perros que no se sienten comprendidos, con la repercusión que esto tiene a nivel emocional y en nuestra relación con ellos. Cuando esto ocurre, encontramos perros que viven en un estado de frustración constante y con unos niveles de estrés muy elevados en el día a día, mostrando dificultades para gestionar diferentes situaciones o lo que se suele denominar como problemas de comportamiento”, señala Torrano Cano.
Esos problemas de comportamiento que pueblan las consultas de etólogos y veterinarios son, en un porcentaje altísimo, provocados por problemas de comunicación entre humanos y perros. No hay que olvidar que no son personas, no se comunican como nosotros y no tiene por qué gustarles lo mismo que a nosotros. “Sabemos que lo estás haciendo con la mejor intención, pero si queremos lo mejor para nuestro perro, debemos quererlo como lo que es, un perro”, incide Torrano Cano.
(Con información de El País)