Disculpen estas líneas que leerán a continuación, puesto que la lógica dice que todos los periodistas deberíamos estar ahorita haciendo nuestros doctos análisis sobre el proceso electoral: fruncir el ceño y asegurar que ganará tal o cual candidato. Disculpen porque en esta ocasión, en este espacio, no cumpliré con sus expectativas.
Ayer por la mañana recibí un mensaje a través de un viejo amigo al que le decíamos “El lobito”. Me informó sobre el fallecimiento de Adolfo González Zamora. Me sorprendí. Inmediatamente me comuniqué con mi amigo Rubén Moreno Medina para confirmar la versión.
-Mi Rubens, una pregunta: ¿qué falleció Adolfo [González Zamora]?
-Sip. Ya andaba muy mal.
-¿Su diabetes?
-Así fue, y el camarada, ya sabes, no se cuidaba mucho. Era un gran hombre. Uno de los pocos idealistas que quedaban vivos, no como los que ahora andan en el PRD o Morena.
Justo me metí a bañar y recordé cuando comencé a reportear para el desaparecido noticiario En Confianza, que se transmitía en Radio Oro y que dirigía Fernando Canales. Tenía 21 años en ese momento y Blanca Morales Garduño me dijo que me tocaba cubrir la rueda de prensa de los lunes de “La Corriente Socialista” del PRD poblano.
Como todo reportero novato me presenté con una grabadora Marantz, mi libreta y mi pluma. En la puerta estaba como velador del local el ahora brazo derecho de Luis Miguel Barbosa Huerta y maestro de zumba Eric Cotoñeto.
Ahí estaba Adolfo González, a quien sus amigos y enemigos le llamaban “El loquito”. En la entrada lo acompañaba un grupo numeroso de perredistas entre los que también estaba José Guadalupe Sánchez Jiménez “Lupillo”.
Resulta que lo habían desalojado porque no había pagado la renta del local ubicado en la 13 Poniente entre la 7 y 9 Sur, contraesquina del famoso restaurante El Balconcito. González Zamora gritaba que su desalojo era una obra del gobierno represor de Manuel Bartlett, aliado a la derecha poblana en un ataque al socialismo real y a la lucha revolucionaria.
Era todo un personaje que gritaba consignas: “¡no nos vamos a dejar, compañeros!”, “es una afrenta contra la libertad, contra la Revolución”.
Como buen reportero novato le creí. Y así manejé mi nota: “Desalojan a la corriente Socialista de sus oficinas por una orden de Manuel Bartlett”. Creo que fui el único reportero que creyó la versión. En la redacción de Radio Oro, por supuesto, se burlaron de mí y me dijeron que debía varios meses de renta. No obstante, Canales también confió en mi información porque la dejó pasar al aire en el informativo de las dos de la tarde.
Desde ahí, cada semana asistía a sus ruedas de prensa, a las que llegaban más “orejas” (espías del gobierno estatal) que reporteros de los medios serios de aquel entonces. Las oficinas de la 13 Poniente eran sucias. Cotoñeto siempre abría la puerta y en ese entonces nunca se imaginó que algún día dirigiría el PRD poblano, y mucho menos que sería instructor de zumba.
Era diciembre de 1995. El muro de Berlín ya había caído. Pero González Zamora era un convencido de la izquierda o de la presunta izquierda, como la quieran llamar. Llevaba siempre un abrigo tipo bolchevique con un prendedor con la hoz y el martillo. En sus conferencias de prensa, hablaba de Lenin, de Marx, de Trotski y los reporteros le decían “Loquito”.
Uno pensaba que ese era el mote porque era un idealista puro. La realidad es que no, Adolfo tuvo un hermano mayor que fue universitario y que era más grande de tamaño. Relatan que era un toro. Además, su hermano era muy revoltoso y peleonero, por eso lo llamaron “Loco” o “Locote” y cuando conocieron a su hermano Adolfo le dijeron “El loquito”, en referencia a que era el más pequeño de esa familia.
Pero González Zamora no estaba ni loco, ni loquito, digamos que era más bien un poco estrafalario. Recuerdo que en alguna ocasión, estoy hablando de 1996, habló de que existía una “secta blanca”, una especie de masonería católica religiosa a la cual la llamaban Yunque, donde militaban muchos panistas y personajes de la élite empresarial como un Paco Bada, un Quintana Fernández, un Rodoreda Artasánchez y, por supuesto, el entonces líder del Consejo Coordinador Empresarial, Jorge Espina Reyes.
La verdad es que todos lo tomamos de a loco, pero nunca dijo una locura. Jamás, pues él habló del Yunque mucho antes de que Álvaro Delgado publicara su libro y que Luis Paredes Moctezuma, como alcalde de Puebla, así como el santón Manuel Díaz Cid confirmaran púbicamente la existencia de esta secta clandestina.
González Zamora también tenía una participación radiofónica en un programa que conducía Sergio Mastretta llamado “La Grilla a fondo”, que se transmitía los lunes a las nueve de la mañana por la 105.1, ahora Imagen, en ese entonces La Radiante. Y ahí se agarraba del chongo con el pastor del PAN, Francisco Fraile, con César Musalem, con Alejandro Chávez Palma, con Gaudencio Cruz y una bola de locos políticos. Los participantes siempre terminaban atacando a Mastretta, quien, al final los invitaba a desayunar en un restaurante que estaba en la Avenida Juárez y 19 Sur.
Conocí a uno de sus sobrinos, al que le decían Chumel, de cariño, y con el que echábamos mucho relajo con los socialistas en el café Wimpy’s cuando estaba en la calle Reforma, a una cuadra del zócalo de la ciudad.
Incluso yo iba como arrimado cultural a las reuniones de la corriente socialista que dirigía González Zamora, y le llamamos “El colectivo Wimpy’s”. Ahí, o en el bar Manolo’s se hacían reuniones del socialismo, del cual no sabía nada, pero cómo me divertía: asistían, entre otros, Eduardo Fuentes de la Fuente, quien era el presidente estatal del PRD, Rubén Moreno Medina, “El Lupillo”, Horacio Beristain y muchísimos otros que todo el tiempo se decían “camarada” hasta para ir al baño.
González Zamora siempre llevaba su abrigo y su prendedor. Y se emocionaba cuando le preguntabas sobre Lenin. Tanta era su fascinación por el soviet que a una de sus hijas la llamó Ninel, porque leído al revés era Lenin, y a su otro hijo lo bautizó como Carlos, obvio, por Marx.
Hasta antes de 1998, cuando Luis Miguel Barbosa se convirtiera en el presidente estatal del PRD, la Corriente Socialista dirigió ese partido. Estaba confrontada con Jorge Méndez Spínola, esposo de Rosa Márquez Cabrera (aspirante de Morena a la alcaldía poblana) y con los hermanos Amaya.
Adolfo “el Loquito” Zamora siempre militó en el Partido Comunista Mexicano. Fue parte de Los Galácticos, un grupo de chamacos revoltosos que participaron en todos los desmanes universitarios. Algunos decían que eran los Galácticos porque le quemaban las patas al chamuco y otros decían que eran como tantos grupos, como Los Tenebras, donde participó Jesús Morales Flores, hermano del exgobernador poblano.
González Zamora, en 1997, cuando Andrés Manuel López Obrador dirigía el PRD nacional, logró colarse en la lista de candidatos a diputados federales plurinominales. Y es que ahí, como reza el dicho: era comunista y que lo castiga Dios. Se volvió un pequeñoburgués por las dietas que reciben los legisladores.
Compró camioneta, metió a sus sobrinos en la nómina y la Corriente Socialista se dividió. Un año más tarde perdió el control del partido del sol azteca.
González Zamora regresó a Puebla después de esa legislatura (1997-2000) a hacer lo que siempre intentó: tratar de cambiar el mundo.
Charlar con él en un café era de lo más delicioso, porque dentro de tanta revolución y El Capital, siempre contaba anécdotas de la lucha universitaria, o hacía análisis que sorprendían. Cierto, era estrafalario y muchos lo tomaban de a loco por su idealismo.
Porque aunque usted no lo crea, sí creía ciegamente en la lucha de clases sociales, en el proletariado, en la Revolución, en que a través de la izquierda se cambiaría el mundo.
Personalmente, me sorprendía porque en plena globalización, andaba con sus textos de izquierda bajo el brazo como si fuera el atalaya o la Biblia. Era todo un personaje de esta Puebla que cada vez se transforma más.
Me recuerda mis viejos años de reportero, porque aunque solo lo escuchaban los policías políticos de Gobernación estatal siempre, religiosamente, daba los lunes a las diez de la mañana sus conferencias de prensa.
Fue formador de un montón de personajes desde que daba clases en la preparatoria Benito Juárez. Participó en varios movimientos y, ya en corto, tenía un excelente sentido del humor. Era radical, sí, hasta el tuétano. Quizá el mote del “loquito” era más de cariño, aunque a él no le gustaba que le dijeran así, no obstante, lo aceptaba.
Hace ya algunos años pregunté por él a Gerardo Pérez:
-“¿Y qué es de Adolfo?”
-Anda mal- me dijo- mientras hacía una mueca de lástima- le dio diabetes y ya anda cansado, pero ahí anda, ya sabes, con sus discursos marxistas.
Ayer que me enteré de su fallecimiento no supe qué decir, me dio tristeza porque yo comencé cubriendo sus ruedas de prensa, porque me tocó irme a un viaje con él y sus secuaces a la Sierra Norte para apoyar a la Organización Indígena Totonaca.
Adolfo murió con su puño levantado cantando La Internacional.
Honestamente, en estos tiempos en que la gente ya no recuerda ni dónde dejó sus llaves, vale la pena recordar a un personaje de izquierda que aún tenía esperanza en ella, y no perder el tiempo con personajes turbios como Barbosa o el instructor de Zumba
Porque aunque estuviera loco, era de esa locura que vale la pena, porque al menos fue congruente: aunque se haya aburguesado cuando fue diputado federal, no importa, regresó a ser el mismo mortal que asistía al café Carolo y a tratar de cambiar el mundo.
Mi querido Adolfo, déjame soltar una lágrima por ti y por todos tus seguidores como Rubén, Eduardo, Gerardo, El Lobito, Horacio, Palestina y una larga lista, porque al menos le echaste ganas. Te mando un fuerte abrazo a donde estés, que ojalá, si es que existe la Gloria, por lo menos no sea una cantina y sea un lugar en el que la riqueza se reparta de manera equitativa y por fin veas cumplir tus sueños.
Camarada, hasta la victoria siempre.
¡Patria o muerte, venceremos!