Seguramente lo has escuchado, aunque la realidad es que cada vez se oye menos. Se trata de un dicho popular tan antiguo que atravesó un océano y hasta un contexto religioso para insertarse en el dominio popular.
Sobre su origen cuenta el estudioso español Eugenio Noel (1885-1936) en su libro Nervios de la raza, que se remonta a la Iberia de la tardía Edad Media. En aquel tiempo y lugar, la orden monástica de San Jerónimo solía fabricar vasos en cuyo fondo se estampaba el monograma IHS (Jesús), de modo que cuando los monjes consumían el vino, que era símbolo de la sangre de Cristo, exclamaban «¡Hasta verte, Jesús mío!», es decir, beber hasta ver el fondo del vaso y su símbolo.
La orden Jerónima dejó una honda huella en América, fueron grandes educadores y se preocuparon por la formación integral de los indígenas, quienes en todo imitaban a sus preceptores. La famosa exclamación de los sacerdotes antes de beber el cáliz fue de inmediato imitada por los naturales de estas tierras, quienes alegraban sus fiestas con el pulque.
En la Nueva España también se fabricaron instrumentos de cocina con figuras religiosas, para que estas bendijeran los alimentos. Los vasos que tenían en el fondo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús fueron muy populares y, desde luego, en las cantinas no era menor su utilización. De este modo, la famosa frase pronto se hizo parte de la cultura mexicana; siempre que se trataba de ver el fondo del vaso, el bebedor lanzaba las palabras piadosas, que de inmediato se volvían realidad. Con lo que usted tenga a la mano, ¡salud, y hasta no verte, Jesús, mío!