Por Fernando Morales Cruzado
Cada época, cada cultura o tradición, tiene sus estilos, sus ternuras y sus durezas, sus crueldades y bellezas; en cambio, la vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno allí donde dos épocas, dos culturas se entrelazan, extraviarse entre dos épocas hace perder toda seguridad e inocencia al ser humano
Herman Hesse en El lobo estepario
El 2 de diciembre de 1916 el cortejo fúnebre que lleva al emperador austriaco Francisco José se detiene ante la cripta de los capuchinos donde reposan los Habsburgo:
-¿Quién desea entrar?-, pregunta un monje responsable de la cripta
-Su Majestad Imperial, Real y Apostólica, Francisco José I Emperador de Austria, Rey de Hungría, Rey de Bohemia, Rey de Lombardía y Venecia, Rey de Galitzia, Rey de Croacia y Eslovenia, Rey de Jerusalén, Duque de Silesia, Duque de Bucovina, Conde de Moravia, Conde de Bosnia Herzegovina, de Triste y Transilvania, dijo el Maestro de la corte.
-A ese no lo conozco dijo el monje. ¿Quién desea entrar?
-Un pobre pecador, dijo el Maestro de la corte
-A ese sí lo conozco dijo el monje.
José María Pérez Gay en El Imperio perdido
El largo siglo XIX, según Eric Hobsbawm, inicia en 1789 y culmina con la 1ª guerra mundial; es el siglo de la Revolución francesa y su influencia, pero también del militarismo, del reaccionario Congreso de Viena y de la Santa Alianza, del segundo Imperio alemán, del Imperio otomano y el dominio de los Zares en Rusia.
Joseph Roth, nacido en 1896, fue testigo de una época marcada por las monarquías imperiales: los Habsburgo en Austria-Hungría, los Romanov en Rusia, Guillermo II en Alemania. Francisco José gobierna un Imperio que comprende Bohemia, Moravia, Eslovaquia, Eslovenia, Bosnia, Herzegovina, Croacia, Silesia, Galitzia, Bukovina, además de los estados centrales de Austria y Hungría. Roth nace en la provincia oriental de Galitzia, escenario en el cual transcurre la historia del teniente Carl Joseph Trotta, personaje de una de sus novelas de mayor trascendencia: La Marcha de Radetzky.
Galitzia es un territorio poblado por judíos, muchos de los cuales se germanizan para una mayor integración al Imperio, pues el sentido de pertenencia estaba arraigado en todos los pueblos: todos celebraban el cumpleaños del Emperador. “El espíritu de la antigua monarquía hacía que yo me sintiera en Zlotogrod tan en casa como en Sipolje o en Viena, eso era algo más fuerte que un país solamente, más amplio, más múltiple, pero aún así más familiar y más patrio, la monarquía”, dice Roth.
La Marcha Radetzky es una composición musical de Johan Strauss que celebra al mariscal de ese apellido que derrotó a los italianos en 1848; el himno de Strauss es una marcha vibrante que provoca las palmas del público para acompañar el ritmo impetuoso en las actuales salas de concierto. Joseph Roth quiso hacer un homenaje, una elegía, a su patria grande que desapareció en 1918. La novela es escrita diez años después de la disolución del Imperio, cuando Roth es un exiliado, primero en Berlín, luego en París. Se publica en 1932; para entonces Roth ha viajado por Rusia -en 1926, algunos meses, enviado por su periódico-, viaje que lo lleva a cambiar de perspectiva, de admirador de la Revolución (llegando a firmar sus artículos como el Rojo) a confirmarse políticamente como monárquico: “Aquí ,en Rusia, los estudiantes aprenden conciencia colectiva impregnados de un optimismo banal, disfrazado de proletario, muy parecido al que priva en E.U.”, sentenció.
Joseph Roth ha vivido un trágico matrimonio con Friedl Reichfer, quien termina en el manicomio. Mientras su vida personal se mueve en el dolor y la pérdida, su vida intelectual es de gozosos intercambios en los ambientes culturales de las ciudades más importantes de Europa. En el café Herrenhof de Viena almuerza con Hermann Broch y su amiga Ea von Allesch, con Alfred Polgar, Franz Blei, Stefan Zweig y Robert Musil; coincide en el mismo café con Milena Jasenska, la amiga de Kafka, con Alfred Adler y con Sigmund Freud. Joseph es un contertulio ameno, lúcido, caballeroso y alcohólico.
Una disciplina obstinada le lleva a escribir por doce horas diarias La Marcha Radetzky, un fresco del fin de una era, una historia en la que convergen las condiciones de una sociedad anclada en un tiempo que parece inamovible pero que transcurre inexorable, movido por la Historia que cambia a esa gente y trastoca, sin que sean conscientes sus miembros, la sociedad a la que pertenecen. Un modelo de vida distinto, un sistema que enfrenta a los individuos que se ven arrostrados a circunstancias que no comprenden. El tiempo de la historia cuya continuidad cambia de modo categórico.
Los Trotta, cuyas vidas son desplegadas en la narración, representan tipos característicos de la sociedad que está por derrumbarse: el viejo capitán Trotta, quien en la batalla de Solferino salva al Emperador recibiendo él la bala destinada a Francisco José, recibe en recompensa un título nobiliario y las prestaciones correspondientes. Él es un militar cuyos valores están establecidos por el Código de Honor del ejército, representa al militarismo del siglo XIX, una profesión honorable y prestigiosa en la época. Ese Código le impide aceptar que la narración de la Historia no se corresponda con la Historia de los hechos cuando se entera que su acción ha sido adulterada en la hagiografía imperial. Los libros cuentan otra historia, no la Historia.
Su hijo, Franz, es un funcionario de un distrito de la monarquía que acata de forma rigurosa el protocolo de sus funciones; es un hombre honrado y recto, un administrador que cumple con las tareas a pesar de su extensión y de la diversidad de etnias y pueblos nacionales que le conforman, pues sin la burocracia no habría eficiencia en el Imperio; personajes como él permiten sustentar el poder del Emperador. Por lo mismo, Franz Trotta repudia los nacionalismos, las aspiraciones secesionistas de las minorías étnicas, considera la rebelión nacionalista un equívoco político, no puede entender a los rebeldes separatistas. El mundo está bien organizado por la estructura Imperial y él como funcionario trabaja en esa convicción.
Franz Trotta es un personaje sin fisuras, un logro en la caracterización y definición narrativa de Joseph Roth. Así, Franz Trotta tendrá la oportunidad de entrevistarse con el Emperador, siendo dos hombres viejos que representan un mundo en desaparición: el monarca y su funcionario, los exponentes del antiguo régimen se reconocen cual espejo uno en el otro, están en el ocaso de sus vidas tal como el sistema que representan.
La tercera generación de los Trotta es el personaje Carl Joseph, heredero del nombre del abuelo, el héroe de Solferino, y, como aquel, ingresa a la milicia y adquiere el título de teniente. Carl Joseph es un personaje que puede mirarse como un alter ego del propio Roth, un hombre atravesado por el duelo de las pérdidas: de su patria, de su mujer, de los anhelos frustrados.
“Amaba la melancolía tan superficialmente como el placer” es una definición del teniente Trotta, un hombre que dilapida sus recursos, se endeuda por el juego, carece de convicciones, no se compromete y pierde amistades y amantes. El teniente Carl Joseph Trotta es un hombre roto porque ha perdido -por honor- su patria y se ha desplazado a los confines del Imperio en la frontera con Rusia, por ello su contingente militar será el primero que reciba el impacto de los cosacos al estallar la Gran Guerra. El joven Trotta es el símbolo del declive del militarismo, de la decadencia de la unidad Imperial; en él se advierte la disolución de las creencias que dieron solidez al Imperio.
Trotta no cree en el ejército, es un escéptico, desencantado, extraviado entre dos épocas; es un hombre impregnado de melancolía que se refugia en el juego como Roth se refugia en el alcohol. El teniente Carl Joseph Trotta representa a la última generación Imperial, un sistema político que ha llegado a su fin, un sistema en descomposición: saben que la guerra inminente la perderán, están destinados al fracaso. Nimbado de tristeza, Trotta asiste a su decadencia, la del Imperio y la de su generación. Sin embargo, cuando Trotta decide darse de baja, estalla la guerra. Con determinación se alista y su gesto en la batalla lo redime, de un ser patético se convierte en uno trágico.
Los jóvenes soldados austriacos ofrendan su vida en la contienda para salvar al Imperio y al anciano Emperador. Roth describe al Emperador “solitario y viejo, lejano, petrificado, pero próximo a todos nosotros, presente por doquier en el gran Imperio abigarrado, vivía y reinaba el viejo Emperador Francisco José, quien cada día perdía algo de vida y con él nuestro Imperio”.
Roth nos ofrece en su novela un testimonio que supera la crónica del realismo; la revista de Kurt Wolf, la que editó por vez primera a Kafka, lo clasificó dentro de la “nueva objetividad”. Sin embargo, Roth trasciende los límites de la crónica. Su testimonio reconfigura, recrea el pasado, pero sobre todo interroga al tiempo. Su novela no se reduce a una época, sino es el testimonio de los miembros de una generación que presiente el advenimiento de un tiempo nuevo. Al final, eso nos constituye como premisa: seres inscritos en un tiempo, hechos de tiempo y configurados por la Historia.