Por José Luis Santillán Palacios
Cuaderno Alzhéimer (Ediciones B, México, 2017) de Juan Gerardo Sampedro, aborda el tema de la pérdida de la memoria, dispuesta como un impulso vital de la vida en relación con la enfermedad, la soledad, el amor paternal, el dolor y la angustia. En una analogía es, el “cuaderno cuidador”, donde se conjuntan algunos pliegos de papel escritos, otros en blanco y otros metidos uno dentro de otro para relacionar la memoria con los recuerdos y de apoyo para no olvidar; porque el olvido pertenece al campo de la memoria. Ahí se anotan las incidencias dignas de mencionar; hábitos alimenticios, alergias, horarios de sueño, hábitos higiénicos, gustos, aficiones y para tener temas de conversación, etc. La ciencia médica “clásicamente, de hecho, distinguen tres fases de la memoria: fijación o aprendizaje; retención; recuerdo, re-evocación, activación y actualización”.
Conformada en diez capítulos y retomando las líneas que Guillermo Samperio escribió en su introducción a Nudos, (UDLAP, 2007), esta novela “retoma con frescura la actitud de contar una historia” cuya naturaleza es la ficción. El Yo narrador, es un locutor imaginario que va construyendo el texto en la relación yo-él en un presente indefinido para darle comprensión al relato con un lenguaje coloquial. Hay elementos y retazos provenientes de géneros como el epistolar, confesional, autobiográfico o periodístico.
Alonso Peralta, el protagonista, reportero de nota roja, se convirtió en detective privado mediante estudios por correspondencia y presenta los primeros síntomas de Alzhéimer. Su memoria, su dominio cognitivo, se ve alterado entre la relación efecto-causa; ya no le permiten la periodicidad de sus actos en su entorno, ha perdido el trabajo por la edad y por esta enfermedad. Y tiene una “evocación que a diario menciona sobre una mujer, Marcia Galván”, personaje de “sus muy viejas notas publicadas”, él asegura que ella sigue libre y ha cambiado su identidad por medio de una cirugía del rostro.
Los acontecimientos y acciones se entrelazan: los momentos de ruptura emocional trastocan a los personajes, el primer conflicto surge, cuando Alonso, el reportero, intuye que algo en él anda mal: padece de insomnio y se confiesa ansioso. Alonso es un buen lector “leyó lo que pudo, cuenta con una biblioteca de cinco mil volúmenes”: es un autodidacta que cuestiona sobre la violencia humana en la cotidianidad, el poder de la imaginación como única defensa ante la maldad y la importancia de la tradición: el tiempo le brincó y siente la soledad, él tenía la capacidad de reconstruir las historias policiacas bajo la premisa de “la lógica, la credibilidad de los hechos”. Otro conflicto se configura, y es con los familiares, principalmente con su hijo Nelson y su amigo J. Galindo. Alonso abruptamente, “…se fue alejando del mundo y de las cosas…dejó abandonadas las llaves del estacionamiento en la heladera,…alegaba que la comida le hacía falta sal su olfato no pudo diferenciar un olor de otro: va perdiendo su capacidad de inmersión en el pasado y en el presente individual y con los demás”, se alejó del bar El Taurino, La Concordia, extensión de su oficina y los amigos. Y sentencia: “Pero seguiré escribiendo, así sea para mí”, perdió los hábitos de buen jugador de dominó y de buen bebedor.
Nelson, quien tiene “un brazo más corto que otro y miope casi de nacimiento, trabaja en el monitoreo de la nota roja…ni la sombra del estilo de Alonso”, es el “eterno aprendiz sin el talento de su padre, quien ronda los cuarenta años, constantemente se le empañan los lentes”, es el “cuidador”, quien asume la responsabilidad y la atención en Alonso, sufre riesgos y conflictos en su relación con su esposa Norma. Él piensa que “es imposible albergarlo en un centro de ayuda para enfermos”. Y también aparecen Bruno, el único nieto, un adolescente que “a regañadientes cuida de Alonso, y quien a su vez Alonso quiere”. Norma, la esposa de Nelson, quien se opone a que Alonso le cuente a Bruno “historias, perversiones de policía”, insiste que lo internen e incluso le ha dicho “estorbo”. Lorena, ex esposa de Alonso, dipsómana conversa, quien lo dejó por un “inútil pastor” y ocasionalmente lo visita. En dos ocasiones hace presencia Dámaso, un viejo amigo de Alonso e “informador de reporteros de nota roja”.
Alonso desaparece para dejar un escrito donde denuncia a Marcia, se enfatiza la carga dramática: “él llegó de madrugada y no estaba en sus cabales: la ansiedad es casi ya una constante en él, el presente es obsesivo”. Nelson vive la angustia, va en su búsqueda; “su amor se ha convertido en una continuidad de sí mismo, y sufre porque la enfermedad le (nos) recuerda que somos mortales. No lo encuentra, y ve los cajones del escritorio y armario abiertos, percibe que redactó algunas cosas y acude al neurólogo J. Galindo, Jorge Baldomero Robles, amigo de Alonso, y a quien culpa de encubrir a Marcia. Nelson y J. Galindo van con las autoridades, deben esperar informes. Nelson se topa con el Fragmentario. Ahí están sus confesiones de su vida, miedos y fobias que abarcan un poco más de seis meses, del 1 de diciembre al 18 de junio del 2010, donde escribe que se deberían contar historias durante la vida diurna y no solo para dormir, porque a la cotidianidad le hace falta la fantasía. Escribe sobre la simulación, la hipocondría, los usos y abusos del electroshock, de volver a la infancia, del caso Paulette, la Bioética, del sufrimiento, la relación médico-paciente y de lo que “pensaba era un cuento policiaco”: la trasmutación en Alonso, en palabras de Arnoldo Kraus “está contenida en la enfermedad y su frecuente bidireccionalidad que incorpora, en ocasiones, en realidad y razón”. Para Alonso, las imágenes del pasado y presente se confunden, son una presencia inevitable, evocando una frase del mismo autor de Cuaderno Alzhéimer: “se recuerda lo que se ama y lo que duele: se recuerda la vida”. (Lo decisivo es ser fiel, “El tiempo de los solos”, INBA/Méx, 1981).
(Texto leído durante la presentación de Cuaderno Alzhéimer, el 30 de agosto de 2017, Librería Profética. Puebla, Pue.)