Por Carlos Peregrina
Como todo, también el discurso alrededor de la infidelidad ha ido cambiando. De ser considerada la serpiente que ofrece su manzana y que condena al infierno a quien la muerde, ahora amor, propiedad y vulnerabilidad entran en relación para darnos una nueva concepción de ella.
Una en donde la infidelidad es solo el síntoma de una falla mayor al interior de la pareja, pero donde solo tenemos dos opciones: irnos o seguir, y en ello, apostar al crecimiento. En esta entrevista a Juan Alberto Aguilar, psicoterapeuta Gestalt y nutriólogo, nos sumergimos por los motivos y las consecuencias de lo que significa una mancha en el vestido de Lewinsky.
Mi primera experiencia de la infidelidad ocurrió a los nueve o diez años. Adentrándome en la cajuela de un Cutlass Eurosport de color azul marino, encontré, junto a un extinguidor, bajo la llanta de refacción, en un rincón de la bolsa de herramientas, un par de condones Sico. Era la primera vez que veía aquel nombre de letras blancas sobre negro, subrayadas por una franja roja y otra dorada. Entre mis dedos, se sentían como ligas sumergidas en aceite y enclaustradas en un pequeño sobrecito metálico hecho para no llamar la atención. A mis nueve o diez años, no sabía qué hacer. Cerré la cajuela y se los entregué a mi madre.
“A veces la infidelidad es una consecuencia”, sostiene Juan Alberto Aguilar, psicoterapeuta Gestalt y nutriólogo. “Históricamente, es coherente con el matrimonio. El matrimonio —entendido como el justo trato— tiene que ver con la propiedad privada y con cómo nos volvimos sedentarios. Había que heredar las tierras a los hijos, y en ese momento también surgió la infidelidad. De hecho, hasta hace relativamente poco, el matrimonio no tenía nada que ver con el amor. En ese sentido, la infidelidad es casi inherente a las relaciones. […] Pareciera que la fidelidad y el amor en la relación de pareja es algo humano, pero en realidad no. El amor siempre se encontró fuera del matrimonio: el matrimonio era un contrato de propiedad privada para que mis vacas se le quedaran a mis hijos, en tanto que el amor estaba afuera; los juglares, las prostitutas, las y los amantes, las doncellas raptadas, ahí estaba el amor, fuera del matrimonio. Las familias decidían con quién había que casarse, pero ahora podemos elegir. Incluso, la tecnología le añade un matiz diferente, porque estamos en la era donde creemos que tenemos el derecho de ser felices; entonces, como tenemos el derecho de ser felices, tenemos la obligación de buscar la felicidad, pero ¿será? Estamos a un match de conocer a cualquier persona del mundo”.
Quizás hay que, como dice la chaviza: deconstruir el concepto, desmitificarlo. Emma Bovary comenzó fantaseando por las novelas románticas que leía. Pero una cosa es fantasear y otra los “condominios”. Ni modo que mi jefe asistiera a una divertida fiesta a inflar globitos, ¿verdad? Sin embargo, para una persona la infidelidad se concreta cuando se consuma una relación sexual o la intención de ella; para otras, mirar con lujuria a Lana Roadhes o a Johnny Sins es motivo de discusión. Mi padre seguía el ritual del alfa: se carcajeaba del dios mío de mi madre cuando decía que “había ido a una fiesta de payasos”, mientras la panzota se le agitaba como gelatina y se peinaba un despoblado bigote negro.
Juan Alberto Aguilar se toma un momento para continuar. El especialista quiere dejar algo en claro antes de responder a mi pregunta sobre la definición de la infidelidad: “Cada pareja define lo que para ellos significa la fidelidad y la infidelidad; sin embargo, esta guarda tres condiciones que tienen que ver, en primer lugar, con el secretismo, porque incluso en una relación abierta puede haber infidelidad si una de las personas no lo menciona a la otra y ello no estaba en el acuerdo. En segundo lugar, tiene que ver con la intimidad emocional: definir si tiene que haber contacto íntimo o una amenaza de intimidad emocional; y en tercero, la alquimia sexual. Las relaciones a largo plazo generalmente producen mucha seguridad, pero al mismo tiempo esa seguridad puede provocar cierto aburrimiento, porque no hay amenaza de perder; en tanto que en la infidelidad hay una alquimia sexual impresionante que tiene que ver justo con permitirnos hacer cosas que en la cotidianidad no nos permitimos”.
Tal vez mi madre era Dolly Parton y mi padre visitaba a una Jolene poblana de mechones rojizos, piel marmórea, pupilentes verdes y aliento a primavera. Jolene, Jolene, Jolene, Jolene. I’m begging of you please don’t take my man. Pero quizá algo ya estaba sucediendo en su relación desde antes: disparidades, deudas, reclamos. Tal vez el aburrimiento: Es tarde y en mi casa / Me espera la tristeza / El futbol, mi marido / Y un vaso de café.
“Cuando veo una infidelidad, en el fondo veo una historia, una historia que habla de la infidelidad como un síntoma”, dice Juan Alberto. “No te podría decir si estoy en favor de la infidelidad, porque es como si te dijera que estoy en favor del cáncer, pero conozco personas que después de una experiencia con el cáncer resignifican su vida. De la misma manera, veo que muchas parejas, después de haber transitado por una experiencia de infidelidad, resignifican su relación, resignifican cómo es estar juntos y se revaloran. Más bien te diría que la infidelidad es un testimonio de la pareja, y cuando se sabe leer y se entiende el significado que tuvo, la pareja crece muchísimo. También hay parejas donde la infidelidad es la bala de plata que mata una relación que ya estaba moribunda”.
La catedral y las capillitas
Me pregunto cuál es el papel que la religión y la moral juegan en nuestras concepciones sobre la infidelidad. Al final de cuentas, mi madre se quedó con mi padre y vivieron juntos y juntos se fueron. Nunca sabré cómo lo resolvieron. Pero sí recuerdo a mi abuela preparando paños fríos para desinflamar el ojo azul Cutlass Eurosport de mi madre, cerrar la puerta de su habitación y decirle: “Hija, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
“La religión y la moral son las que más influyen en nuestras concepciones acerca de lo que está bien y lo que está mal”, dice Juan Alberto. “Además, Occidente ha buscado perpetuar el tema de la propiedad privada como un elemento de justicia, pero también es interesante cómo se percibe la infidelidad desde el punto de vista de un hombre o de una mujer. La infidelidad suele ser consentida cuando la comete un hombre, casi se le ha aprobado por naturaleza, mientras que a una mujer se le juzga, cuando en realidad no hay ninguna evidencia clara y concisa que diga que los hombres tienen una tendencia genética o más natural hacia la infidelidad, pero socialmente sí”.
Las últimas investigaciones de la American Psychological Association (APA) afirman que entre 36% y 75% de la población podría llegar a ser infiel, un intervalo muy amplio que no sirve de nada. Además, como se trata de una definición subjetiva y personal, sostiene Juan Alberto Aguilar, es tarea imposible aproximarse a conocer el universo de la infidelidad.
Lo que sí sabemos es que, entre más represión, el desfogue será mayor. Ahí está la tan mentada imagen de la olla exprés. Pero en nuestras sociedades el desfogue no explota, sino que se le da escape en el más conocido de los anonimatos, en la más iluminada oscuridad, en el secreto más visible. “Una de las estadísticas interesantes de Puebla es que es un estado, en particular la ciudad de Puebla y Cholula, que tiene una gran cantidad de iglesias, cantidad directamente proporcional al número de moteles. Esta estadística habla justo de nuestra forma de concebir la infidelidad y de esta estructura moral y social a través de la cual vemos la sexualidad”.
Por esas concepciones se soportan malos tratos, malas palabras, groserías, golpes, pero la infidelidad es más compleja: “He conocido parejas que son muy valiosas, que han crecido mucho juntos, que tienen un contrato muy profundo en su relación, muy amado, y que en un borrachazo uno fue infiel. En nuestro entorno y contexto social eso es imperdonable, y tienes que dejarlo o dejarla cuanto antes”.
Quizá lo más difícil viene después del acto de infidelidad, cuando empiezan a bullir las preguntas: ¿Quién soy yo después de esto? ¿Podré confiar de nuevo en esa persona? ¿Podré confiar de nuevo en alguien en la vida?
Una terapia de Kintsugi
En la pared de la sala de la casa hay una foto de la boda de mis padres. Están acompañados por mis abuelos maternos y posan en el atrio de la Parroquia de María Reina. En otra fotografía sobre la vitrina del comedor, aparecemos mis padres, mis dos hermanos y yo en el malecón de Veracruz. Al paso del tiempo, no sé lo que aquel hallazgo en la cajuela del coche significó para ellos y para su relación. El panzón dio paso al flaco, el burócrata al jubilado, y en los ojos de mi padre ya no veía yo al cínico guardián indestructible, sino al ser humano más vulnerable del mundo. Mi madre se había ensanchado un poco y el cabello largo, castaño y lacio de la juventud dio paso a un casco enchinado color rojizo. “Mi alegría son mis hijos”, decía a medio mundo con sus ojos apagados.
“¿Hay alguna forma de prevención de la infidelidad?”, le pregunto al terapeuta intentando descifrar la receta perfecta, aunque por adelantado sepa que tal cosa no existe.
“Los seres humanos nos estamos moviendo todo el tiempo, no somos los que fuimos ayer y no somos los que seremos mañana, todo el tiempo estamos renovándonos”, me dice Juan Alberto Aguilar. “Muchas veces es complejo llegar a acuerdos con uno mismo respecto de nuestros deseos y metas: por lo tanto, en una relación de pareja con dos personas que se están moviendo, por supuesto que tiene que hacerse una renegociación constante de los términos de la relación, sabiendo que esto que se negocia ahorita puede ser que en un año se tenga que dialogar, porque las necesidades cambian, porque no es lo mismo alguien a los 30 que a los 40”.
La respuesta de Juan Alberto me dice que detrás de una historia de infidelidad, incluso desde el punto de vista del “perpetrador”, hay una historia de dolor, pero también de vulnerabilidad.
Mis padres no fueron a terapia de pareja con un psicoterapeuta Gestalt, comprensivo y con un profundo entendimiento del alma humana, capaz de dar sentido a lo que muchos conciben como la forma más caricaturesca de la traición. Quizá mi padre, un burócrata nacido en tiempos de Ruiz Cortines, venido a más por las gracias del Milagro Mexicano y acostumbrado a creer que se había hecho a sí mismo; y mi madre, secretaria en el periódico La Prensa e hija de un mecánico automotriz que dedicó su vida a las mayordomías cholultecas, decidieron arreglarse y perdonarse y todo ese show, o hacer del sufrimiento una hoja de papel arrugado entre la mano y ocultarlo adentro muy adentro en el abismo del resentimiento, dentro del pecho, y que nunca, nunca saliera.
Estoy seguro de que, en la actualidad, el trabajo de terapia con las parejas que han pasado por una infidelidad es muy complejo, y no se reduce al simple “no pasa nada” de mis padres. Cuestiono a Juan Alberto sobre su labor en el consultorio: “Cuando estamos en consulta una parte es hacerle vivir y saber a la víctima que no fue tan víctima, que atrás de esta infidelidad hubo muchas cosas, que atrás de la infidelidad tal vez hubo un proceso de invisibilización, malos tratos, o tal vez la persona era bastante buena, pero la otra tenía una necesidad diferente. Esther Perel sostiene: ‘Cuando una persona termina una relación o cuando una persona es infiel, no tiene que ver con la persona con la que fue infiel. Generalmente tiene mucho más que ver consigo misma’. Vamos a suponer a una esposa, la ama de casa, la segura, la madre, la que sirve, pero de repente él conoce a otra persona y se convierte en alguien diferente, y al hacerlo descubre más cosas de sí mismo, se le abren posibilidades y se siente en crecimiento, pero no tiene nada que ver con la esposa. Es un tema completamente personal, y cuando la persona se entera de eso y entiende la complejidad, se libera un poco y le es más fácil perdonar”.
“¿Se puede arreglar?”, le pregunto.
“Se puede arreglar, siempre y cuando valga la pena resignificarlo, cuando hay una pareja que vale la pena, y cuando digo que valga la pena es una pareja donde ha habido respeto y crecimiento. Pero cuando hay una relación que ya se estaba muriendo, dañina, tóxica, donde había mucha humillación, mucho lastimarse, y hay una infidelidad, lo mejor es que cada uno maneje su duelo de forma individual, porque en realidad la infidelidad fue la forma de voltear a ver el cadáver de la relación. […] Cuando la persona que fue lastimada o a la que le fueron infiel mira la complejidad del caso y es apoyada por la persona que realizó la infidelidad, entonces puede haber desarrollo. Por lo general, la persona a la que le fueron infiel comienza a indagar los detalles más específicos: ¿Cuántas veces fue?, ¿Con quién?, ¿Le gustó?, ¿Le gustaba más con ella o con él que conmigo o no?, etc., y muchas veces eso hace que la persona también se instale en su papel de víctima. […] En el entramado de la relación se puede ir sanando desde ahí. La persona que sufrió la transgresión deberá entender lo complejo que fue para la persona infiel, y al mismo tiempo decidir si puede o no seguir. Si no puede, entonces decirlo. Si sí puede, asumirlo y trabajarlo”.
“Nosotros somos lo que nos contamos de nosotros, somos la historia que nos creamos de nosotros, y muchas veces el dolor y el sufrimiento se dan cuando no tenemos la historia completa, ya sea porque yo no la puedo completar o porque el otro no me da la información para completarla. Así, parte de lo que pasa en la sesión de terapia con una pareja que ha vivido una experiencia de infidelidades poder completar la historia para que los miembros de la pareja decidan si se quedan o si se van, pero una vez que ya están todos los matices puestos, cuando ya toda la información está dada. Es en ese momento cuando se habla de la cocreación de la pareja, de lo que las dos personas crean juntos en la relación. […] Hay una frase que me encanta de Carl Rogers, que creo puede aplicar en el trabajo de pareja sobre la infidelidad y en otras situaciones: ‘La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal cual soy, entonces, puedo cambiar’, y creo que eso pasa también en la dinámica y en el trabajo de la pareja, que justo cuando la pareja se puede mirar en conjunto, como la unidad que son, entonces puede cambiar, puede desarrollarse o puede terminarse, pero puede cambiar”, concluye Juan Alberto.
A la distancia, hasta el cerro más grande se ve pequeño. Mis padres ya no están y cada uno se llevará consigo una porción de secreto. Una porción con la que ahora escribo esto, ayudado por las palabras de Juan Alberto.
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En Japón se practica el arte de reparar los objetos de cerámica rotos utilizando un esmalte espolvoreado con oro. Le llaman Kintsugi. Una vez terminado, el objeto muestra sus cicatrices con orgullo, pues ellas, doradas y brillantes, lo vuelven aún más bello.