Uno de los grandes debates en la actualidad es si los gobiernos de los países nos deben
observar, vigilar, clasificar, desde la Inteligencia Artificial. Hay grupos que temen que esto
se convierta en un estado como el planteado en la novela de George Orwell, 1984, con la
creación de un Gran Hermano que todo lo ve.
Indirectamente, los ciudadanos al aceptar las redes sociales, damos nuestros datos
personales, fiscales, familiares, preferencias sexuales, sueños y aspiraciones. Sin darnos cuenta que somos clasificados en un algoritmo. Nosotros no escogemos a nuestros
amigos, el algoritmo lo propone, no buscamos pareja, las apps definen quién te conviene
aunque no te guste, deciden qué veas y que no.
Ahora los Gobiernos ya han comenzado a utilizar la inteligencia artificial como herramienta para tomar mejores decisiones. Lo hacen con diferentes objetivos: predicción de enfermedades, anticipación a una posible congestión en carreteras, identificación de fraudes, provisión de servicios sociales, procesamiento de documentos, control de fronteras, etc.
En Silicon Valley la policía está a punto de probar OnSound Acoustic Gunshot Detection. El sistema está basado en inteligencia artificial y sensores acústicos. Permite detectar la ubicación y la dirección de los disparos producidos por armas de fuego con una precisión superior al 90%. El programa es capaz de ubicar en Google Maps la ubicación del disparo y de enviar dicha información directamente a la policía.
El uso de inteligencia artificial por parte de las autoridades gubernamentales está todavía en una etapa muy temprana. En la aplicación de la tecnocracia hay que tener en cuenta aspectos éticos y sociales como la privacidad, la transparencia o la neutralidad.
El problema es que hasta dónde es capaz de detectar y no equivocarse la inteligencia
artificial. Existe el riesgo de que la máquina falle y eso podría causar muchísimos
problemas sociales.
El Center for the Governance of Change realizó un estudio, European Tech Insights 2021, que revela que la pandemia ha acelerado la aceptación de las tecnologías, pero también ha aumentado la conciencia de las desventajas del desarrollo tecnológico.
La investigación, realizada en 11 países, apunta, entre otras, dos interesantes realidades. La primera: Votar con el móvil. El 72% de los europeos quiere votar en las elecciones a través de sus teléfonos. La segunda: Gobernar con la Inteligencia Artificial. La investigación muestra un apoyo creciente a una mayor adopción de la IA y de nuevos usos de la tecnología
Democracia algorítmica
El debate sobre cómo la tecnología puede revitalizar la democracia es crucial para que la opción democrática sea percibida por la ciudadanía como más eficaz y justa, también, para la resolución de problemas frente a los atajos autocráticos, populistas o tecnocráticos.
El Gobierno de España impulsa un hub nacional de GAIA-X para desplegar la economía del dato y apostar por el liderazgo de espacios de datos en sectores estratégicos. Aprovechar estas capacidades para mejorar la gestión del interés general es imprescindible. Delegar en la tecnología la prioridad política o el debate democrático sería un grave error. La política debe embridar el caballo desbocado de la tecnología.
La datacracia emerge frente a la democracia. La tensión entre eficacia algorítmica y eficacia democrática es una disyuntiva perversa, de consecuencias geopolíticas globales, que debemos evitar con más debate público. Yuval Noah Harari, también en el Mobile, ya nos advierte de que «la próxima revolución será la habilidad para hackear a los seres humanos». La única democracia eficaz es la justa y la humana. Lo otro es tecnoautoritarismo.
Con información de LaVanguardia