Por Marco Antonio Martínez
La leyenda se ubica en el municipio de Atoyatempan, lugar por donde cruza el río Atoyac, que realmente se llama río Balsas, el cual nace y recorre en el estado de Tlaxcala, pasando por el estado de Puebla también.
Atoyatempan, significa «a la orilla de las lágrimas derramadas». El origen del nombre del municipio de Atoyatempan que proviene de las voces náhuatl Atl “Agua”, Atoyac “Agua derramada o lágrimas derramadas” y Tempan “Labio u Orilla”, por lo que su significado original es “A la orilla del agua derramada” o “A la orilla de las lágrimas derramadas”.
En este municipio se encuentra una sierra no muy alta pero de bastante longitud hacia lo largo, mejor conocida como Tentzon o Tentzo, originado por una leyenda que no todos conocen, abriendo el paso a la Puebla mítica y misteriosa.
Hace miles de años, cuando el hombre aún no existía, cuenta la leyenda que había un dios llamado Tentzon, cuyo nombre significa “Anciano de barbas”, y cuya edad rebasaba la memoria conocida, era uno de las divinidades más antiguas y que poco se sabía de su origen por aquellos rumbos.
Un día, Tentzon se enamoró de una de las hijas más jóvenes y más bellas de las divinidades: la dulce Malintzin, cuyo nombre proviene de las voces náhuatl Malin, y que significa Hierba y Tzin, que significa Señora o Venerable Madre.
Fue entonces que por tratarse de un dios muy viejo, las demás divinidades del cielo se negaron dar cabida a cualquier tipo de relación que pudiera suceder entre Tentzon y Malintzin.
De acuerdo a las tradiciones, Tentzon nombró un ‘Embajador’ para que pidiera su mano ‘ a los señores del universo’.
El embajador o Huehuechiki, acudió entonces a los dioses y suplicó a nombre de Tentzon los deseos de éste, al descubrir sus amorosas intenciones, se reunieron a parlamentar tres días y tres noches, y llegaron a la conclusión de que se trataba de un dios muy viejo para una muchacha tan joven y linda, por lo que respondieron a un rotundo “no”.
Cuentan que, cuando el Huehuechiki le transmitió la respuesta a Tentzon, éste se desgarró de dolor, y su tristeza fue tan grande, que la dulce virgen, conmovida por su llanto, se enamoró profundamente de él.
La joven Malintzin decidió ir a consultar a los señores del cielo para que le dieran una oportunidad al anciano de las barbas, pero se negaron rotundamente, pues además, una diosa tenía vedado realizar una petición de tal naturaleza.
El llanto amargo de Malintzin desató lo más temible para un pueblo. Los señores del universo, que no habían conocido un dolor tan grande y un amor tan extraño, se conmovieron y decidieron darles una oportunidad, así que mandaron llamar al ‘Embajador’ para darle su veredicto.
Los dioses no podían romper sus propias reglas. Una vez otorgada la oportunidad y pasada la prueba de fuego las divinidades no podrían dar marcha atrás, y si ésta era superada serían acreedores a un castigo severo, así que determinaron minuciosamente el tipo de «prueba» que tenían que pasar Tentzon y Malintzin y sólo así vivirían el gran amor que se profesaban.
La prueba para Malintzin que tenía que cumplir era: «Tienes que llorar hasta que tus lágrimas formen una corriente tan grande que pueda arrastrar todo aquello que encuentre a su paso».
Y la prueba para Tentzon fue: «Tú Tentzon, tienes que impedir que la corriente crezca, la podrás cubrir con tu cuerpo, pero nada más».
Si no pasaban las penas impuestas por los dioses del universo, los castigos serían devastadores para ambos.
Si Malintzin no lograba formar una corriente con su llanto y Tentzon no lograba detener dicha corriente o ésta lograra persuadirle escurriéndose por alguna parte de su cuerpo, «serían confinados al firmamento y separados para siempre».
Una vez dada la orden, la joven empezó a llorar…lloró y lloró, de sus ojos brotó la corriente que le dio vida al río Atoyac.
El Anciano de las Barbas, al ver el cauce formado por las lágrimas derramadas de su dulce enamorada, se arrojó a ella a lo largo de todo su cuerpo, acción que logra detener aquel torrente.
Huehuechiki o Embajador, al percatarse de lo ocurrido, gritó con emoción ¡»victoriaaaa»!…a punto de celebrar el hecho, los dioses lograron percibir que de las barbas de Tentzon escurría parte del llanto de la dulce Malintzin.
Los señores del firmamento se sintieron decepcionados y se dispusieron a aplicar el castigo que habían previsto para el caso de que alguno de ellos fallara.
Por su parte, Malintzin siguió llorando a causa del dolor que esto le había causado y el anciano continuó deteniendo el torrente.
Las diosas, maravilladas por el prodigio que el amor había operado, se reunieron con los moradores del cielo y les pidieron que, si no podían estar juntos como esposos, los dejaran continuar unidos a través de este sortilegio, sólo que los dioses no estaban muy seguros de poder aceptarlo.
Fue así como Huehuechiki se ofreció como pieza de inmolación para que se cumpliera la solicitud de las diosas.
El ofrecimiento consistió en que los dioses convirtieran en piedra a Malintzin y a Tentzon para que el universo fuera testigo de su amor eterno y ellos pudieran seguirse amando en silencio.
Huehuechiki, sería el guardián de aquel cariño y quedaría petrificado cerca de ellos, convertido en un cerro muy alto en forma de pino, (El Pinal), que en la actualidad, se encuentra ubicada en la región de Nopalucan y Lara Grajales, al oriente del estado de Puebla.
Los príncipes, contentos, aceptaron el sacrificio y permitieron a los enamorados que vivieran su amor a través de esa corriente que, aún hoy, baña con sus aguas el centro del estado de Puebla. Fue así que nació el Atoyac.
Malintzin se convirtió en una montaña, y la Puebla de los Ángeles se fundó a sus pies y allá en Atoyatempan, puede verse todavía el caudal del río Atoyac filtrarse entre las barbas del Tentzon, mismas que ahora se conocen con los nombres de Puente Chico y Puente de Dios, bajo la mirada alerta y silenciosa de El Pinal, quien desde su morada continúa dando cuenta a las divinidades sobre el cariño silencioso del dios más viejo del firmamento y la princesa más joven del cielo.
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