Como en una sinfonía del dolor, las campanillas de las bicicletas comenzaron a sonar en torno a Palacio Municipal. Faltaba la de Manu, quien no llegaría, pues esa misma mañana había pedaleado por última vez en su vida.
Eran las ocho de la noche de un día con cuya tragedia no contaba la reciente administración municipal. Casi doce horas antes y a menos de un kilómetro de ahí, Emmanuel Vara Zenteno, quien iniciaba su gestión como director de Movilidad del Ayuntamiento, había muerto atropellado por una unidad de la ruta 13. Tenía 28 años.
El silencio se poblaba de rumores, hasta que de pronto estalló la primera proclama desde un megáfono «¡Justicia, justicia!» era la exigencia de los allí presentes. De momento volvían al silencio, pero no tardaban mucho para volver al coro «¡Manu vive, Manu vive!». La gente alrededor murmuraba sus dudas y medias certezas: «Era muy joven… creo que no tenía ni 30»; «parece que ocupaba un cargo»; «pues ahora sí van a tener que meter en cintura a los transportistas».
El grupo se dividió en dos: unos rodando y otros a pie. Aquellos de dos ruedas, la mayoría, partiría a la Fiscalía General del Estado; los otros, a pie, irían al cruce de la 4 Poniente y 11 Norte a colocar una bici blanca en memoria de Manu y de un respeto de circulación que lleva años de exigencia. Fue una caminata firme y rápida, cuyo silencio se cortaba a ratos, al cruzar una esquina y soportar los claxons de los automovilistas que no sabían del duelo de la caravana. «¡Por eso los matan!», se escuchó por ahí. Y las señales reprobatorias no se hicieron esperar.
En el lugar señalado la vida continuaba como todas las noches. Las unidades del RUTA pasaban con total normalidad y la gente que esperaba en la estación de Mercado de Sabores miraba expectante a la muchedumbre de jóvenes que de pronto pobló la esquina fatal. El respeto por la circulación fue total: «¡Dispérsense por la banqueta, no entorpezcan el paso de vehículos ni de la gente!». Ahí estaban ya la escalera y la pequeña bici blanca, sólo faltaban los otros, los que habían ido a la Fiscalía y pronto estarían ahí para consumar la noche de la memoria. «¡Pedalea, pedalea!», coreaban las voces que rompían el silencio que acentuaba el frío.
De pronto una pléyade de luces y campanillas se vio a lo lejos y en un parpadeo estaban allí, con sus dos ruedas que no dejarían de pedalear en honor de Emmanuel. Apoyaron la escalera en el semáforo y colgaron la pequeña bici blanca. Entonces las voces se alzaron y entre lágrimas, abrazos y aplausos no dejaron morir las exigencias de justicia. Ciclistas y peatones, compañeros de causa todos, se dispersaron en una noche que no terminaría en las próximas horas. La muerte de Manu y el derecho pleno a la seguridad vial serían, a partir de ese momento, requisito indispensable para que el día asomara su luz.