La práctica del besamanos que inició con el PRI ya se transformó: ahora son las selfies. Cada paso que dio Andrés Manuel López Obrador desde su arribo a San Lázaro era acompañado por una selfie.
Diputados y senadores se arremolinaron en la escalinata del Palacio Legislativo para sacar su celular y tomar la selfie correspondiente con el líder de la autodenominada cuarta transformación.
Lo mismo ocurrió cuando culminó la toma de protesta y el discurso de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, una bola de selfies la acompañaron en medio de empujones y jaloneos.
Diputados y senadores, políticos y colados al acto protocolario no dejaban pasar la oportunidad para su selfie. Hubo un momento en el que la presidenta Sheinbaum ya no podía avanzar por tanto ciberbesamanos, pero la selfie es la selfie, y los políticos —a huevo, a como diera lugar— querían su foto.
Parecían niños cuando se rompe una piñata en la fiesta: aventándose y pateándose unos a otros por los dulces y la colación sin importarles quién estuviera a su alrededor, sin importar si alguien se tropezaba, antes que otra cosa era su selfie.
Seguramente, hoy las cuentas de Twitter (esa cosa que algunos insisten en llamarla X), Instagram, Facebook estará llena de fotos con la presidenta. En ese recorrido de la mesa directiva hacia la salida, incluso, se vio a Sergio Mayer poner su celular y hacer un live (video en vivo) con la sonrisita esa de quedar bien con todo mundo, la del cáeme bien. Por supuesto, la protagonista ni lo vio ni lo saludó. Lo ignoró.
Ahora los legisladores federales llegarán a sus respectivos distritos y presumirán que estuvieron ahí, que la saludaron, que los conoce personalmente; no faltará algún trasnochado que ahora saldrá con la “brillante” idea de que es el legislador más cercano a Sheinbaum, cuando quiera ser alcalde de Tochapan o alguna junta auxiliar por Chichiquila o Xochiltepec (lo malo no es que lo diga, sino que esta vez le crean).
Hace 30 años, cuando este tundeteclas empezaba en ese bonito oficio de la reporteada, se usaba el besamanos, que consistía en una larga fila de políticos, líderes sociales, periodistas, boleros, campesinos, asociaciones de payasos y madres solteras que irían uno por uno a saludar al presidente o al gobernador en turno.
Una fila india acompañaba al hombre del momento, mientras los conductores de televisión o radio relataban quien saludaba al mandatario. En ese entonces, los celulares eran escasos, parecían ladrillos, entonces el político que quería quedar bien le decía a algún fotógrafo de prensa que estuviera pendiente en el saludo con el “jefe de jefes” y posteriormente le compraba la foto o las fotos que enmarcaría y pondría en su despacho y oficina.
Ahora todo ha cambiado, es la selfie, son esos minutos o casi segundos que hay que aprovechar para que el mandatario voltee hacia la cámara del smartphone y uno sonría. No importa si el expresidente o la presidenta sonrían, y si se puede no una sino cinco, diez, doce fotos es más que suficiente.
El tener esa foto no garantiza nada, ni un aumento de salario ni más obra pública; mucho menos que el gobernador del estado asegure algo, pero el ego es tan robusto que algún incauto caerá y le dirán que “ellos le arreglarán su asunto”, pues los conoce “Claudia” y les mostrarán la foto que lograron en esos minutos, cuando ella era escoltada rumbo a las puertas del Palacio de San Lázaro.
En eso consiste la transformación, del modelo análogo, que va del apretón de manos al buen uso de las tecnologías.
La selfie hoy por hoy es como la bendición papal que daban en el Vaticano, faltaba más.