En un cuarto de una casa cualquiera, de una comunidad cualquiera, de un municipio cualquiera en México —aparentemente es Guanajuato— un adolescente cuelga de ambos brazos. Lo tienen amarrado de los pies de tal manera que sólo puede columpiarse.
Unos sicarios le bajan los pantalones y la ropa interior. Le preguntan: “¿Dónde están los paquetes? (la cocaína)”. El muchacho, que exhibe sin querer sus genitales y se mueve de un lado a otro intentando soltarse, grita que no sabe.
Uno de los criminales le rocía gasolina en el cuerpo y repite la pregunta: “¿Dónde están los paquetes?”. El joven, suplicando piedad, insiste en desconocer el paradero de los tabiques de droga.
Entonces le prenden fuego a los genitales.
El muchacho grita desesperado y se desmaya, sigue colgado. Aun así, eso que relato aquí no es la escena más cruenta. Porque en esa casa cualquiera de esa comunidad cualquiera no hay puertas: en un cuarto contiguo unos niños juegan PlayStation y no se inmutan ante la tortura; en otro, unas mujeres lavan los trastes y preparan la comida.
Lo más terrible del horror es que la violencia se vuelve costumbre, se normaliza, se instala en la mirada al grado de que ya no nos sacude. El horror deja de horrorizarnos.
Sí, muchos quizá lo recordaron: esta es una escena de la película Heli (2013, México, Amat Escalante). Y sin su permiso —of course— la tomo prestada porque este miércoles por la mañana la presidenta municipal de Atlixco, Ariadna Ayala Camarillo, presentó en la Biblioteca La Fragua de la BUAP su libro Hacia otro paradigma de la tortura: repensar la tortura como una conducta entre particulares, escrito junto con el magistrado José Manuel Vélez Barajas.
Aunque aún debo leer con detalle el opúsculo, llama la atención que la tortura en México sólo está tipificada cuando proviene de una autoridad hacia un ciudadano, casi siempre con el fin de obtener una confesión o algún provecho.
Recordemos que fue hasta 1998 cuando en Puebla se legisló contra la tortura. Al inicio, los diputados no la consideraron un delito grave en el Código Penal del estado (el famoso artículo 69). Fue Manuel Bartlett quien tuvo que recular ante la crítica social. Esa historia la narra Mario Alberto Mejía en su libro Miedo y asco en Casa Puebla (2017), donde cuenta cómo ocurrió aquel viraje del mandatario.
Sólo que nunca se observó lo más evidente: no sólo las autoridades torturan. En el México —y la Puebla— de hoy, las bandas criminales dedicadas a la extorsión, como las llamadas “cuenta gotas” o “goteros”, recurren a la tortura contra sus víctimas.
Menores abusados sexualmente por sus tutores, personas esclavizadas sin descanso y encadenadas, niños a quienes se les apaga un cigarrillo en la piel: son ejemplos cotidianos de una violencia sistemática. Incluso existen sectas o grupos de coaching coercitivo empresarial donde las personas son humilladas para vender cursos mientras los líderes lucran con ello. Y en todos estos casos no interviene ninguna autoridad ni representación pública.
La tortura entre particulares existe, aunque para las fiscalías mexicanas parezca invisible. Se reconocen como agresiones físicas o violaciones, pero nunca se ha redefinido ni resignificado legalmente el concepto de tortura.
De eso trata el libro de Ayala y Vélez (Editorial Fundación Atenea S.C.): de la urgencia de legislar, visibilizar, debatir y replantear lo que entendemos por tortura, sin quitar protagonismo a las prácticas abusivas de las propias fiscalías.
Ahí está, por ejemplo, la denuncia contra el hijo de un boxeador que colgaba a sus enemigos —presuntos rivales de un cártel— para entrenar con ellos como si fueran costales, sacando confesiones a golpes.
Sirva este espacio para recomendar el libro de la alcaldesa de Atlixco, que trasciende la grilla partidista y las intrigas propias de la política.
Nota bene
Al término de la presentación del libro, la senadora Liz Sánchez García anunció que haría suya esta exigencia y presentaría en la Cámara Alta una iniciativa en la materia. Ah y por supuesto vean la película Heli, porque eso que detallan en Guanajuato ya no está alejado de nuestra realidad camotera, católica, apostólica y poblana.