Por Carlos Peregrina
Fue a partir del año 2000 cuando comenzó en América Latina una corriente para nulificar las emociones mal llamadas “negativas”: tristeza, enojo, rencor, envidia. Por decreto, ahora todo tendría que ser “positivo”: felicidad, alegría, amor, compasión. La llegada de las redes sociales, especialmente Facebook e Instagram, trajeron publicaciones en las que la vida es como aquella caricatura de los ochenta, Los Ositos Cariñositos.
Todo debe ser amor, felicidad, pensar positivo.
En 2006 se publicó el libro El Secreto, en el que se impuso la primera ley: “¡decrétalo!”. Y todavía algunos más atrevidos aseguraron que “si lo decretas, el Universo conspirará a tu favor”. Reapareció la lectura, que en otro tiempo se le consideró barata, de la autoayuda. Libros, algunos, que contienen cientos de frases dichas por filósofos, escritores, cantantes, poetas y un sinfín de rockstars del pensamiento.
Ya desde los ochenta y noventa, en las universidades privadas, en las carreras de Administración de Empresas, principalmente, ponían videos de oradores que alababan la felicidad como un método de producción que ayudaría a ser mejores empresarios.
Así llegó el coaching coercitivo, empresarial, de venta de multiniveles. El coercitivo, que ya le cambiaron el nombre, consiste en captar personas para que asistan a sesiones maratónicas en salones de hoteles; ahí se les confronta, se les hace creer que son indignos, no pueden tomar agua, les cancelan el aire acondicionado, con una serie de pasos los hacen perderse de la realidad, pues ni siquiera saben qué hora es.
Al ser humano le rompen su realidad y, entonces, ahora recupera una nueva vida y se siente “feliz”, eufórico. Claro, primero tuvo que pagar por asistir, que lo maltraten, que lo hagan dudar de sí mismo, y ya después es un hombre totalmente “renovado”.
Muchos psicoterapeutas (aun con títulos universitarios) participan en dichas corrientes de “felicidad”. Algunos, incluso, llegan hasta organizar las llamadas “constelaciones”, en las que las personas actúan como si fueran de la familia de la persona que están tratando para supuestamente confrontarlo con su pasado y así recuperar su verdadera identidad.
Aunado a ello, están los negocios multinivel (piramidales), que bajo la fachada de que venderán productos de belleza, alimenticios, para bajar de peso, flores de la abundancia, criptomonedas —como es el caso de IM Academy, etc.—,en los que se capta a personas que tienen problemas económicos, se les llama con la promesa de que se mejorará su vida y sus finanzas, pero todo bajo la promesa de la felicidad.
En sí, la búsqueda de la felicidad no es mala ni buena, es algo natural en cualquier ser humano. Todos queremos estar bien, el problema de todos estos movimientos y literatura, grupos, sectas, es que provocan un sentimiento de culpa en sus seguidores.
“Eres pobre porque quieres”, “eres gordo porque quieres”, “fracasas constantemente porque no te la crees”. Además, te ponen una piedra encima: tienes una misión en la vida. ¿Cuál es tu misión? “Tienes que descubrirla”. Si no lo haces, entonces te sientes culpable.
Una persona que acaba de romper en una relación amorosa difícilmente se sentirá feliz. La sensación puede ser de enojo, frustración, tristeza. No se le puede invalidar su pérdida.
Los promotores de El Secreto, por ejemplo, aseguran que así como uno atrae cosas positivas, también se atraen cosas negativas. Entonces, uno se pregunta: la gente que está en Ucrania, que no pertenece ni al gobierno ni a un sector empresarial, un ciudadano común y corriente, ¿atrajo que bombardearan su casa?
Un bebé que nació con alguna enfermedad —y esto lo escribo con respeto a quienes enfrenten esto— ¿atrajo su enfermedad? Si un gobierno determina no comprar medicina para niños con cáncer, ¿las familias y sus enfermos lo atrajeron? ¿Cómo un menor de edad puede atraer nacer enfermo? Si una persona se accidenta, ¿atrajo el accidente?
Si el dueño de una empresa fracasa, necesariamente, ¿atrajo una crisis económica o una pandemia que lo obligó a cerrar su negocio? Detrás de todos esos pensamientos hay una posición reduccionista. Una visión muy simplista. Porque, además, el gurú, líder, terapeuta, maestro espiritual, le hace saber que esos errores son causa de quien los sufre.
Todo este tema de la felicidad tóxica es, sin duda, un pensamiento sectario. Si a una persona le va bien, no es por su esfuerzo, su disciplina, su tenacidad, su talento, es por seguir los pasos del libro de autoayuda, asistir a sus terapias, ir a sus cursos. Ah, pero si tiene un accidente, una enfermedad, un problema conyugal, es por su culpa. Ahí nada tuvo que ver la pseudorreligión, secta, pensamiento, ideología, coaching empresarial, etcétera.
Alguna vez escuché a alguien decirle a su seguidor —esto en una secta— que la marca de su empresa funcionaba a pesar de él.
La felicidad, entonces, se vuelve inalcanzable, se vuelve una positividad tóxica, porque si uno ve de manera superficial a quienes la promueven, la persona se siente frustrada, decepcionada de sí misma.
No hay que ir muy lejos: abran su Instagram, su Facebook, su TikTok, lo que gusten, ¿cuántas personas solo suben viajes, coches, títulos universitarios, relojes, ropa de marca, relaciones amorosas que solo ocurren en las comedias románticas? ¿Y cuántas veces se han sentido frustrados porque no pueden viajar tanto, no pueden comprarse un carro, no les alcanza para un Rolex o han sufrido en sus relaciones amorosas o tienen problemas con su familia?
Como hay esa decepción, un libro de autoayuda en el que aparecerá un gurú le hablará al protagonista y le dirá que “la felicidad está en ti. Antes de amar a los demás, deberás amarte a ti mismo”.
No porque no tenga razón el gurú de la novela de Paulo Cohello o don Matus de Carlos Castaneda. Pero tampoco soluciona nada.
Es tan sencillo como cuando una persona le cuenta a otra que se siente mal, triste, preocupada y su interlocutor solo le contesta “no te sientas mal”. Vaya, qué gran consejo. “No debes sentirte mal”. Como si por arte de magia eso funcionara. Además, indirectamente invalida la sensación de la persona. Es tan grave como decirle a un niño varón “los hombres no lloran”.
Es muy fácil ser un seguidor de la felicidad tóxica, porque llegar ahí implica un momento de vulnerabilidad, una sensación de tristeza, preocupación, desolación, soledad. Las personas, por naturaleza, buscamos respuestas y en ocasiones están ahí en los libros de autoayuda, en los videos de YouTube o en la secta más cercana.
El tema es que con poner la foto de una casa en el refrigerador y repetirse todas las mañanas que decreta comprar esa casa, no siempre funciona. Y si en un momento alguien pasa por alguna mala racha no siempre es su culpa, es más, no hay culpa.
Como dato histórico, el creador de la felicidad tóxica, la psicología positiva y demás corrientes similares fue Martin Selligman, quien fuera presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología (APA). Él basó su investigación porque una de sus hijas le reclamó que él estaba enojado y él promovía esa emoción.
De ahí se volvió un escritor de la felicidad y bienestar. Promovió la visión positiva de la vida y muchos le siguieron. El problema es que abandonó otros temas, solo se dedicó a generar pura psicología “bonita”.
De la misma forma que Selligman, muchos gurúes o coaches hablan de que uno es pobre porque quiere, porque lo atrae. Y muestran sus casas lujosas, sus autos último modelo y muchos escritores que hablan de sus técnicas aseguran que con su método saldrán adelante. Lo que no nos dicen es que vender felicidad genera grandes dividendos.
Los promotores del coaching coercitivo no son tan distintos a las sectas cristianas que exigen un diezmo a sus feligreses. Su dinero no necesariamente salió de vender productos, sino de sistemas piramidales, como venta de perfumes, productos para adelgazar, maquillajes. Lo que ellos plantean en sus cursos es ese american way of life. Sí, ese sueño americano que nos vendían desde los años cincuenta en la televisión, en los ochenta incrementó y sigue siendo la zanahoria del burro que no la puede alcanzar.
No estamos diciendo que uno no sea responsable de sus emociones o de su propio futuro, solo que criticamos que se manipule con el tema de la positividad tóxica a las personas, que se les haga sentir culpables, que se les responsabilice de situaciones que no generaron ellos. Algunas sectas o creencias se avientan la puntada al asegurar que lo que vivimos es porque nuestro bisabuelo o nuestro papá era de tal manera u otra. Bueno, el colmo llega cuando se asegura que es porque seguramente en una vida pasada hicimos algo y estamos pagando con nuestro karma.
La felicidad es un arma caliente, lo dijo John Lennon. Y el mejor negocio, además de fundar una religión, es venderla como un fruto. Créanme, cuando todos los seres humanos seamos felices, los promotores de esa felicidad tóxica se volverán sus peores enemigos, pues ya no tendrán a quién defraudar.
Este artículo no pretende ir contra la felicidad o el bienestar, lo que pretendemos es criticar la manipulación que hay alrededor de las ventas de la felicidad, porque curiosamente, siempre hay que pagar para asistir a un curso, seminario, comprar libros, productos piramidales, involucrar a más personas en ese tipo de pensamiento y si tus ventas bajaron, si no te alcanza para ir a este nuevo curso, qué crees, estás haciendo las cosas mal. Detrás de la felicidad tóxica, de las corrientes religiosas, sectas, algunos grupos de yoguis y de sexo tántrico es: sacar dinero, esclavizar a las personas, hacerlas sentir culpables y jugar con su vergüenza.