Efigenio Morales Castro
“Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?; Ya había supermercados, pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas” (1), así comienza Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, novela en la que Carlos, el protagonista, piensa, recrea sus recuerdos desde la niñez para confesar que aún desde el presente sigue habiendo algo de amor en él hacia Mariana.
Desde la primera parte de la obra, que lleva por título El mundo antiguo, empiezan los recuerdos sobre cómo era la Ciudad de México años atrás: los boleros románticos, el año de la poliomielitis, reses enfermas, hambre, calles inundadas de agua sucia, el periodo de Miguel Alemán.
Tomando en cuenta esto, si la sociología es una de las ciencias que estudia la relación entre los hombres, bien cabe decir que la novela del maestro Pacheco está llena de análisis sociológico, relación social entre la burguesía y la clase media, y esta con la proletaria, un planteamiento que culmina con el tío del protagonista afirmando “En mi casa está prohibido el tequila […] Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos”.
Así, cuando Los desastres de la guerra, segunda parte de la novela, se desarrolla hay un halo de nostalgia velada que hace más evidente la separación por clases de la que es testigo el protagonista, separación que no es sólo ideológica, sino también temporal cuando cuenta que “En los recreos comíamos tortas de nata que no se volverán a ver jamás”; esta frase es un solo respiro, cuando se termina de leer se siente cómo se detiene el pecho de uno, nos oprime y corre hacia el corazón. Eso es precisamente la sensibilidad que nos tienta en esta parte y que se convierte en nostalgia, más aún cuando el protagonista ahonda en los cambios que han ocurrido. Se habla de la reciente fundación de Israel como nación, la lucha entre árabes y judíos, la comunicación entre niños de diferente estrato social: Jim, nacido en San Francisco, Toru, de nacionalidad japonesa, Peralta y Rosales, quienes vivían en vecindades ruinosas de la colonia Doctores, todo ello contrastado desde una mirada regionalista, y clasista, que es enmarcada por la madre del protagonista:
“En esa época mi madre no veía sino el estrecho horizonte que le mostraron en su casa. Detestaba a quienes no eran de Jalisco. Juzgaba extranjeros al resto de los mexicanos y aborrecía en especial a los capitalinos. Odiaba a la colonia Roma porque empezaban a desertar las buenas familias y en aquellos años la habitaban árabes y judíos y gente del sur: campechanos, chiapanecos, tabasqueños, yucatecos”.
y que es un síntoma que atraviesa por su familia: el padre con un machismo guardado, y, algo importantísimo, casi en la bancarrota, buscando mecanismos para mantenerse en su estatus social a toda costa; un hermano parásito, Héctor, que con el correr de los años milita de manera consecuente con la derecha mexicana, olvidando sus agresividades sexuales llevadas a cabo con las sirvientas cuando era dizque estudiante de la Universidad Nacional.
Sin embargo, aunque es un retrato de conflictos internacionales, de ricos y pobres, del alemanismo, del PRI, la lucha del clero contra el comunismo, de la burocracia que se enriquecía cada vez más, la novela desemboca en el crecimiento de un sentimiento: el amor, un amor de niño que se mezcla con lo fantástico, un amor hacia la madre de Jim, amigo del protagonista, que acaba dos veces; la primera cuando, tras escuchar a Carlos declarársele, Mariana responde:
“Te entiendo perfectamente. No sabes hasta qué punto. Ahora tú tienes que comprenderme y darte cuenta de que eres un niño como mi hijo y yo para ti soy una anciana: acabo de cumplir veintiocho años. De modo que ni ahora ni nunca podrá haber nada entre nosotros”
La segunda cuando, tras un tiempo, Carlos encuentra a Rosales, compañero de escuela, de los más pobres, vendiendo chicles, pues su madre había sido despedida del hospital donde trabajaba y éste le cuenta que la madre de Jim había muerto. Al principio, Carlos creyó que era una mala broma. Se dirigió al edificio donde pensaba que todavía estaba viviendo Mariana con su hijo Jim. Después de preguntar por ellos y recibir negativas, la siguiente, es una respuesta que encierra los rasgos fantásticos:
“Pues no. Estoy en este edificio desde 1939 y, que yo sepa nunca ha vivido aquí ninguna señora Mariana. ¿Jim? Tampoco lo conocemos. En el ocho hay un niño más o menos de tu edad pero se llama Everardo. ¿En el departamento cuatro? No, allí vivía un matrimonio de viejecitos sin hijos. Pero si vine un millón de veces a casa de Jim y de la señora Mariana. Cosas que te imaginas niño”.
¿Por qué nadie conocía a Mariana en aquel edificio? ¿Fue sólo imaginación de Carlos? La novela es eso: una historia que puede ser creíble o no. Lo fantástico atrapó a lo realista. Carlos, como personaje principal, siguió pensando y creyendo que Mariana sí había sido real.
Podemos decir que el planteamiento que hace José Emilio Pacheco, por medio de la novela, en torno a la forma de vida de una parte de la sociedad civil, entrelaza lo objetivo de la vida con la mirada estética pues, como afirmó Benedetto Croce, “una imagen artística puede representar un acto, moralmente laudable o reprobable; pero la imagen misma como tal no es laudable ni reprobable moralmente”(3); en este sentido Las Batallas en el Desierto es la historia de una imagen del amor infantil que está mermado por su contexto: moralmente meritoria o no, eso depende de los otros, de sus perspectivas.
Si tomamos en cuenta un planteamiento de Lukács sobre el concepto de perspectiva, ésta se da “…entre la íntima unión del sujeto poético con la objetividad”. Conocer la objetividad, y darla a conocer bajo los lineamientos artísticos, es parte de la tarea de la perspectiva. No basta hablar del pasado, del presente y del futuro, sino que, la importancia radica en la claridad político-estética que se presente dentro de la obra, mezclada con ese realismo que sólo de manera dialéctica se puede presentar.
Pacheco nos presenta una historia que casi en su mayor parte nos parece una crítica acertada, no sólo a la sociedad mexicana, sino también al sistema político imperante. Mezcla lo estético con lo objetivo. Pero al dar desenlace, vemos que todo queda en lo fantástico. ¿Realmente existió Mariana? ¿A qué clase social perteneció? ¿Existe una perspectiva de solución para la llamada pequeña burguesía, en la obra de Pacheco? Hay elementos de unión entre el sujeto poético con lo objetivo, con la realidad del país. Por eso, podemos estar de acuerdo con Croce, cuando también afirma que “…la crítica de arte, cuando es verdaderamente estética, se ensancha a crítica de la vida, ya que no puede juzgar, es decir, asignar su carácter a las obras de arte, sin juzgar al mismo tiempo las obras de la vida toda, señalando a cada una su propio carácter”.
En este sentido, Las batallas en el desierto es una obra de la vida, novela-pauta que trazó el camino no sólo de la recreación, sino también hacia una crítica no sólo estética sino también social, de manera más profunda.
Ser y no ser son Las batallas en el desierto: recuerdos, tristezas, añoranzas, pues, como el mismo Pacheco se preguntó al escribir sobre la muerte de su amigo Juan Gelman, “¿existirá una palabra para la nostalgia de lo que no fue y estuvo a punto de ser?”
Bibliografía
- Pacheco, José Emilio. Las batallas en el desierto. Ediciones Era. México, 1992.
- Croce, Benedetto. Breviario de estética. Editorial Cvltvra. México, 1925.
- Lukács, Georg. Significación actual del Realismo Crítico. Editorial Era. México, 1984.