A los encuestadores les importan tres hectáreas de mango Ataulfo si los periodistas y, en general, el círculo rojo cree en los resultados que nos muestran. Porque cualquiera persona se preguntaría ¿por qué se siguen presentado encuestas cuando han fallado en sus predicciones?
No es nuevo el uso faccioso de los sondeos.
Recordemos, por ejemplo, el año 2010: Rafael Moreno Valle Rosas y Javier López Zavala competían por la gubernatura de Puebla. El 90 por ciento de las casas encuestadoras afirmaba que Zavala ganaba por entre 20 a 30 puntos de diferencia. En las portadas de los diarios se repetían constantemente esos datos. Y al final, el resultado fue distinto: Moreno Valle derrotó al priista. La única, que en lo personal recuerdo que adelantó el triunfo del panista, fue Mas Data de Pepe Zenteno.
En un mundo ideal muchas de esas compañías tendrían que haber aceptado públicamente su falla y corregirlo, pero eso no ocurrió así. Las encuestas siguieron publicándose en los principales diarios nacionales y locales. Los resultados, otra vez, sirvieron para manipular a la opinión pública.
En el 2018, retomamos otra vez, lo ocurrido: el exit pool de Mitofsky afirmó que Miguel Barbosa Huerta de Morena triunfó sobre Marta Erika Alonso del PAN, eran como diez puntos de distancia. Algo pasó que, al otro día, Roy Campos salió públicamente a admitir que siempre no, que Marta Erika Alonso siempre sí había ganado la elección.
La actuación de Campos y Mitofsky dejó mucho qué desear, generó dudas, suspicacias y hasta rechazo, pero su empresa volvió a presentar encuestas.
El año pasado, la mayor parte de las encuestadoras aseguraban que ganaría Delfina Gómez por dos dígitos a su contrincante priista. No fue así, el resultado quedó en siete puntitos de diferencia y si hubieran pasado más semanas, sería el acabose.
Pero nuevamente, a pesar de que ya aprendimos que las encuestas no siempre son consistentes, han sido manipuladas, compradas y tienen un fin mercadológico, nuevamente están en portadas y redes sociales. Un equipo de un candidato manda unas y le responden con otras del otro equipo del candidato.
Lo más curioso es que recientemente un periodista preguntó a otro grupo de colegas ¿cómo veíamos la zona conurbada de Puebla? Varios dimos nuestro personal punto de vista que omito decir en este espacio y este respondió con otra pregunta “y entonces ¿las encuestas que se han publicado?”.
No sabemos si ese comentario fue un exceso de inocencia o porque nos estaba grabando para que habláramos de más (hay algunos periodistas que viven de espiar a su propio gremio, pero esa es otra historia).
Pensemos que fue la primera opción: exceso de inocencia y que, como la mayoría de nosotros, seguimos creyendo en las encuestas. Hasta parece la pareja del infiel que, a pesar de la evidencia, sigue creyendo en la esposa o en el marido (según sea el caso) aunque le han puesto el cuerno en su cara.
Eso lo saben aprovechar las encuestadoras y (más perversamente) los equipos de campaña de todos los candidatos de todos los partidos, pues nadie se salva.
¿Cuál es el fin de engañar con las encuestas?
Sólo vemos tres posibilidades.
La primera es que la gente siempre buscará al ganador.
La segunda generar dudas en el equipo de campaña a quien le afecten los resultados.
La tercera: desanimo.
¿Qué tanto influyen?
Aún influyen, hasta que no exista un mecanismo por el cual podamos los ciudadanos auditar el trabajo de cada encuestadora. Debería, eso sí, hacerse ya un registro de cada empresa y presentarlo públicamente a fin de que quede guardada la memoria histórica y que los candidatos ya no los engañen y menos aún a los ciudadanos.
Eso sí, habrá que ver qué tanto le atinan a los resultados en junio próximo.
Porque algo queda más que claro: a las empresas encuestadoras les vale madres lo que piensen los ciudadanos y eso se nota cuando engañan con sus resultados.
Aunque, hay que decirlo, no todas las empresas se prestan a ese juego turbio.
Ya veremos, dijo un ciego, ya veremos.