Bienvenidos al tren del mame.
Desde la llegada de las redes sociales todo se volvió un tren del mame. En Facebook, Twitter, Instagram, los internautas opinamos de todo. De-to-do. Como si fuéramos especialistas. Como si fuéramos conocedores absolutos de-to-do. Que si López Obrador, que si la culpa es del PRIAN, que si los feminicidios son causados por el neoliberalismo, que si los chairos, que si los derechairos, que si los tlaxcaltecas (detestamos las páginas que se burlan y hacen memes sobre los vecinos de Tlaxcala, por cierto), que si fue Calderón, las mujeres que están ardidas y postean que donde pisa una zapatilla no cualquier chancla se acerca… Total que las redes sociales se han vuelto espacios en donde sacamos todos nuestras frustraciones.
No es por tirar mal rollo, pero no siempre son confiables aquellos que suben todo el tiempo —pero cuando decimos todo el tiempo es TODO el tiempo— fotos con su “amortz”. A quién chingaos le importa que suban fotos con su pareja. Una vez, un comandante de la Policía de aquí de Puebla (no diré su nombre) subió una foto en su Facebook: en una mano tenía el acta de divorcio mostrándola a la cámara, y en su lado opuesto estaba sentada una señora güera vestida con minifalda. Escribió: “por fin, libre”. ¿A quién carajos le importa que ya estaba divorciado y que al mismo tiempo tiene a una mujer de nueva cuenta? Es cierto que todos presumimos de pronto a nuestra pareja y está bien. Tampoco se trata de no subir nada, no. Es nuestra vida y además cada quien es libre de hacer un papalote con sus redes sociales, las cuales por cierto, no son suyas.
A través de la información que subimos, le permitimos a las grandes compañías que nos cataloguen en algoritmos y seamos presas de sus productos. Nos miden, nos segmentan, nos diseñan y nosotros estamos expuestos a todo esto. No estamos en contra de las redes sociales, somos parte de esto y no lo vamos a parar, pero sí al menos creemos que no podemos ser víctimas de ellas todo el tiempo. No podemos vivir pegados al celular todo el tiempo. No está bien ir al cine y estar contestando Whatsapp con los amigos. No está bien que en una reunión familiar esté uno pegado al teléfono. Mucho menos con la novia o la esposa. Y que solo se comunican cuando se van a tomar una fotografía juntos. También seamos más honestos y no tratemos de ser esa cosa espantosa llamada influencers. Esta edición hace un repaso de las malditas redes sociales de las cuales somos víctimas y que nos han creado un “mundo feliz”.
Nos preocupa más tener el nuevo smartphone que es más caro que un vochito e ir en un camión en el que nos pueden robar, que tener para comer bien. Sí, ustedes y nosotros somos libres de expresarnos libremente, eso es cierto, pueden subir si tienen un hongo en la uña del pie si quieren, pueden hacer un sufrimiento o mentir con frases de autosuperación todo el tiempo para ser aceptados, pero seamos más humildes en nuestros espacios públicos, porque siempre habrá quien se aproveche de esos pequeños momentos de debilidad que tenemos y que ahora queremos hacer públicos. Y no, no todos los que nos escriben son nuestros amigos. Ni nosotros de ellos. Es más, mucha gente ni la conocemos. Solo somos unos stalkers profesionales. Y las redes sociales, con perdón de Alfred Hicthcock, son una ventana indiscreta.