El ritmo de vida actual hace que no seamos conscientes de la presencia de las puertas. Llegamos a un lugar y no nos percatamos de quien nos recibe, una puerta conecta dos mundos, es la entrada, es una bienvenida, y el viejo mundo le daba una gran importancia. Por ejemplo, llegamos al Panteón o a la Basílica de San Marcos y lo que queremos es entrar, pero, ¿Alguna vez te has fijado en sus puertas?
El historiador del arte Óscar Martínez, profesor en la Escuela de Arte de Albacete, analiza lo que hay detrás de 22 puertas o umbrales de mundos desconocidos En su ensayo titulado, Umbrales (Siruela), explora obras excepcionales ubicadas en todo el mundo, es imposible no leer este ensayo sin consultar de vez en cuando el buscador de imágenes del navegador para contemplar las maravillas o los juegos que se describen.
Puertas mitológicas
Algunas puertas son espectaculares, otras discretas… Pero su fuerza simbólica se impone. No en vano aparecen en todas las mitologías: “El dios romano Jano, con sus dos cabezas, guardaba la entrada de las casas; Cerbero es el perro que custodia la entrada al Hades; el dragón Ladón vigila el acceso al Jardín de las Hespérides; o San Pedro lleva incluso las llaves que lo acreditan como el portero del cielo”.
Varias se conservan contra todo pronóstico. Por ejemplo, la puerta de la casa de los Vetti en Pompeya (homenaje al dios Príapo), podemos apreciarla aun gracias a la acción protectora de la lava que arrasó la ciudad. “Hoy no sería posible poner a un señor con un falo enorme en la entrada de una casa noble, la sexualidad se trataba de un modo mucho más directo en la antigüedad. Son códigos culturales, porque nadie se escandaliza por poner a un hombre medio desnudo torturado y sangrando, lo que, si lo piensas, tiene su qué también”, comenta el historiador.
Monumentos que hoy nos dan paz se han construido con sangre, como la veneciana basílica de San Marcos, enriquecida con el botín del salvaje saqueo de Constantinopla.
Barcelona aparece representada por un lugar normalmente muy poco concurrido: la reja con el dragón de Gaudí a la entrada de la finca Güell en Pedralbes. “Para mí, es una de las obras más importantes de Gaudí e intento explicar por qué, y el montón de simbologías y códigos que hay en una simple verja”.
En el País Vasco, el pórtico de la iglesia alavesa de Santa María de los Reyes, en Laguardia, ha conservado la policromía que, por lo general, han perdido la mayoría de iglesias. “¿Cómo serían la Venus de Milo o el Partenón de Atenas con sus colores originales?”, se pregunta Martínez. “La escultura del Renacimiento italiano prescindió del color, pero no los griegos clásicos. La Acrópolis era una explosión de cromatismo, no era blanca”.
El color es importante también en la abadía francesa de Sainte-Foy, con su ángel vestido de azul que, junto al demonio, pesa las almas de los difuntos para ver cuáles se queda el cielo y cuáles el infierno.
Hay edificios y puertas que se hicieron para los vivos… y otros para los muertos. Egipto está representado, en primer lugar, por el templo funerario de Ramsés III (Medinet Habu), frente a Tebas, de más de tres mil años de antigüedad y “que trata de imitar el paisaje que le rodea, es decir, las dos cordilleras que flanquean el Nilo y el propio cauce del río”. El otro umbral es el complejo funerario del faraón Djoser en Saqqara (Menfis), en la orilla occidental del Nilo, la que acoge a las grandes pirámides.
Italia, el país con más escenarios en esta “selección arbitraria y personal”, cuenta también con el templo de Agrigento, en Sicilia; o con el octogonal Castel del Monte, en Apulia, obra del emperador Federico II sobre la que circulan mil leyendas esotéricas y que inspiró la biblioteca de la abadía de El nombre de la rosa, la novela de Umberto Eco. Otros lugares son el napolitano Castel Nuovo, los umbrales pintados por Veronese en el interior de la Villa Barbaro en Maser, en el Véneto, el arco triunfal de Tito en Roma o los monstruos esculpidos en medio del bosque en el Parco dei Mostri (Bomarzo, provincia de Viterbo).
En Valencia, el autor se detiene en el Portal de Serranos, de finales del siglo XIV, una de las torres por donde se entraba a la ciudad y cuyo constructor, Pere Balaguer, se inspiró en la puerta real del monasterio de Poblet. Una torre que fue cárcel y que, durante la guerra civil, alojó algunos tesoros evacuados del museo del Prado, como Las meninas de Velázquez o La carga de los mamelucos de Goya.
Mucho más racional y contundente se aparece el edificio de la Bauhaus en Dessau, lugar de peregrinación de diseñadores y arquitectos, obra de Walter Gropius, quien optó por una puerta de entrada con referencias mecánicas y nada de naturaleza en ella: “Una entrada funcional, geométrica, austera, de hormigón. Se diría que no transmite la importancia del movimiento, pero sí su racionalismo y el rechazo de la ornamentación”.
Hay más: la Quinta da Regaleira en Sintra, el Pabellón de la Secesión en Viena…
Con información de La Vanguardia