Decir que Laberinto (Literatura Random House, 2019), la más reciente novela de Eduardo Antonio Parra es un reflejo más del narcotráfico es dejar que los árboles nos impidan ver el bosque. Lo es por varias razones, la primera de las cuales gira en torno a su premisa: es la historia de dos noches, dos presentes, uno, el de una sórdida y solitaria cantina en Monterrey, lugar que sirve de confesionario para Darío, un joven de apenas 25 años, quien nueve años atrás vivió en carne propia una de las tantas matanzas que tiñeron de rojo el norte del país durante el sexenio de Felipe Calderón. Allí, en esa otra noche (el otro presente) ocurrida en el pueblo de El Edén, se desarrolla la historia que Darío le relata a su antiguo profesor de literatura, de quien nunca conocemos el nombre, que escucha atento aquello que dejó en el pueblo al que había llegado años antes a buscar una vida tranquila y encontró, como muchos habitantes del resto del país, un infierno que sigue resonando en muchas calles del norte de México.
Y es justo ahí donde se finca la segunda razón por la que la novela de Parra escapa al fácil mote de “otra historia más del narcotráfico”. Estamos ante una novela que nos cuenta el infierno desde la visión de sus aterrados cautivos. Aquí los señores del narco no son mostrados en su lujoso esplendor, riendo a carcajadas en medio de mujeres embellecidas a punta de bisturí, aspirando cocaína y aventando fajos de billetes. No. Laberinto retrata a los sicarios del narco como tales: como asesinos cuya piedad no conoce rostro humano al momento de “pelear la plaza”.
Desde el principio de la novela, que cual cortejo fúnebre abre con campanadas, somos testigos de la historia de un Darío que dejó en El Edén un tiempo de pubertad y adolescencia transcurridas en el plano más idílico: sus primeras peleas con compañeros, sus juegos de futbol, en los que él era la estrella incuestionable y, desde luego, su primer amor, Norma, la intrépida y hermosa chica dos años mayor que él, quien lo llevará a descubrir el sexo y las inquietudes propias de su edad, en una serie de episodios que son retratados por Parra con una maestría erótica que combina en fuerza con la violencia que puebla el resto del relato.
Tras recibirse en todos los celulares del pueblo la alerta de que los sicarios vienen al Edén a desatar la matanza, Darío llega a su casa en compañía de Norma, sólo para descubrir que Santiago, su hermano menor, sigue en alguna otra parte del pueblo, a expensas de una muerte segura a manos de los bárbaros que están a punto de llegar. Darío y Norma toman entonces la decisión que cambiará sus vidas para siempre: desoyendo las súplicas de su madre, salen a buscar al pequeño Santiago, sin saber que están a punto de vivir una odisea que nueve años después seguirá siendo una herida abierta en la vida de Darío.
Cada vez que un episodio de violencia vuelve a acaparar los encabezados de la prensa mexicana, regresa a la mesa la discusión sobre la responsabilidad de la “apología” que se hace del narco en series de streaming, música y hasta en literatura. No es de extrañar esta reacción de parte de cierto sector, pero tampoco son gratuitas las comillas que enmarcan la palabra apología, pues si algo puede verse en los relatos literarios y en la mayoría de las series, es un retrato de las aparentes victorias del narcotráfico, pero también de sus consecuencias, lo cual hecha por tierra cualquier intento de moralina en torno a un problema que va más allá de la literatura, el cine o las series bajo demanda. De la música podemos hablar en otra ocasión.
Laberinto participa de una época en la que podemos ver la barbarie con otros ojos. Ver hacia adentro del problema una vez que sus consecuencias son más evidentes ya pasado el huracán. Eduardo Antonio Parra vuelve a anotarse un éxito en su ya sólida carrera literaria, y lo hace porque cuenta una fábula que parece sonarnos rutinaria, pero su técnica narrativa y la evolución de sus personajes nos lleva a descubrir otra parte, el lado oscuro de la luna del narcotráfico al que le quedan más de mil y una noches por contar. Laberinto no es, ni pretende ser, la gran novela sobre el narcotráfico en México; es, por fin, la primera gran novela sobre las consecuencias de esa horrísona pesadilla.