Los opinólogos, la plumocracia, los “grandes analistas” quedamos rebasados en esta elección concurrente. Mucha tinta, muchas opiniones, muchos análisis “sesudos”, pero sólo se demostró que muchos de los periodistas y columnistas vivimos en un universo alterno, alejado totalmente del electorado, que pensamos que nos leen las grandes masas, pero que para hacer escenarios sólo vemos la burbuja en donde habitamos.
O solo queremos ver lo que nos conviene o nos gustaría.
Nota mental: lo aquí escrito es en general sin alusión personalísima a alguien en particular. No va con dedicatoria, pues. Somos todos los que nos dedicamos a esto.
Desde hace tiempo se ha medido la credibilidad de la prensa y cada vez va a la baja. No porque los ciudadanos piensen que el rey de la credibilidad, Lord Molécula, sea su influencer de cabecera, sino porque desde hace años, los periodistas dejamos de ser confiables. Corrupción, intereses, soberbia intelectual, vaya usted a saber, provocó que los ciudadanos consuman sólo lo que quieren consumir y muchas veces no son (para bien o para mal) a los que dicen que analizan el entorno social y político.
En el diario El Economista, José Soto el 14 de junio del año pasado publicó un artículo sobre la poca credibilidad que tiene la prensa mexicana: “Sólo 36 por ciento de los consumidores confía en la información periodística, en un momento de rechazo de los formatos tradicionales y de un discurso político que incita a dudar del periodismo. Las personas prefieren informarse con influencers, de acuerdo con los principales hallazgos del Digital News Report 2023 del Instituto Reuters”.
Y añade: “La desconfianza produce desinterés y evasión de las noticias —en los hechos, las historias y la contraloría social que difunde el periodismo— e impacta negativamente en el negocio, con menor número de consumidores, menor disposición a pagar por las noticias (en forma de suscripciones o de contribuciones para su sostenimiento) y menor generación de ingresos para los emprendimientos periodístico”.
Aquí el link para los interesados: https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/La-desconfianza-en-las-noticias-se-enquista-20230614-0023.html
Si bien, el estudio es del año pasado, el escenario difícilmente ha cambiado. Al consumir poco material de los medios tradicionales, las redacciones se vuelven cada vez menores, en algunos casos no se necesita más que un celular para hacer noticias.
Lo que ocurrió el domingo en materia electoral es una muestra de que la prensa nacional y local va a la baja. De nada sirven ya los grandes debates y postdebates, cuando en la realidad ocurre todo lo opuesto a lo que se dice y se predice.
Al irse cerrando las redacciones, al ser el gobierno la única fuente oficial de información, los medios caminan a tientas entre lo que les gustaría y la realidad. La información es de autoconsumo, para la burocracia y para los monitoreos de las dependencias y partidos políticos.
Nunca ha existido la verdad absoluta, pero ahora menos. Los periodistas en época electoral vemos el árbol y no el bosque entero, perdón por este lugar común, pero hablando de lugares comunes, nuestro lenguaje es así, lleno de lugares comunes: “crónica de una muerte anunciada”, “al tiempo”, “no es lo mismo ser borracho que cantinero”, “la puerta falsa”, “la loca carrera” y un largo etcétera. No necesariamente es que esté mal, es que nuestro mundo se encerró en una burbuja, así como nuestro lenguaje.
Un video que me compartieron de Carlos Alazraki y sus invitados a su programa que se transmite en Youtube, muestra al conductor con sus acompañantes todos cabizbajos, tristes, parecía que estuvieran encerrados en el sauna por más de diez horas. Fueron los mismos que, cuando se enfermó López Obrador lo mandaron al valle de calacas. Ya lo habían mandado al camposanto cuando estaba más vivo y en Palacio Nacional.
Mucha risa, mucho odio, pero al final Alazraki parece ya borracho de tres días. Él no hace periodismo, nada más opina y opina lo que a él le conviene. Porque muy su libertad de expresión, sólo que lo hace desde la comodidad de sus odios y sus rencores.
Lo mismo pasa con muchos de nosotros.
Hay una realidad que no vemos más que en Twitter, no en las calles y es cada vez más difícil porque los ciudadanos dejaron de confiar en nosotros, por ello, cuando se ataca desde el poder a los periodistas no ocurre nada, porque a veces, el ciudadano promedio siente que se hace un acto de justicia, aunque no necesariamente sea justo.
En esta elección presidencial, se gastó mucha tinta, se publicaron hasta libros y el pasado fin de semana, los ciudadanos en una gran mayoría decidieron ratificar al gobierno actual. Ese tema del #narcogobierno o la #candidatadelasmentiras no sirvió para nada. O querer revivir la figura de Mario Marín, sólo se gastó dinero y tiempo porque al final, el ciudadano común y corriente votó por lo que quiso. No por lo que decía tal o cual comunicador.
Esto no es un mea culpa, porque no hay culpas de nada. Es una paradoja porque esta columna no será más que consumida por mis lectores y por alguien que llegue aquí gracias a la magia del algoritmo de Google.
Estamos ante una crisis de credibilidad y el futuro nos ha alcanzado.
Es una autocrítica, eso sí, porque los que venimos de una generación rompimos con los que son más jóvenes. Lo cierto es que ni los grandes análisis pueden ser tan claros y simples a la vez. Más allá de tratar de entender a las clases medias o a las mareas rosas.
Morena arrasó en las urnas, pese a lo que se decía u opinaba.
A la prensa, en general, se nos olvidó la calle, el barrio y como diría el nuevo lugar común: “ver más box”.