Se llamaba Mayca. Bueno, así le gustaba que le dijeran sus familiares y amigos; su nombre era María del Carmen. Tenía 25 años y trabajaba como cajera en el banco Santander de Vía San Ángel. Ya había terminado su carrera en la Universidad Interamericana. Eran alrededor de las 10 de la mañana de un miércoles cualquiera cuando, de pronto, en la entrada de dicha plaza —donde están las plumas del estacionamiento—, ella caminaba como cualquier transeúnte rumbo a su trabajo. En ese momento, un automóvil Golf rojo se estrelló contra otros vehículos. Mayca murió en ese instante.
Ella habría hecho su vida con normalidad. Quizá, unas horas antes, se despidió de su familia con un beso, tomó un desayuno ligero, tal vez un café de Starbucks; revisó su celular, respondió un WhatsApp con algún emoticón: una carita pensativa, un corazón, un beso, quizá. Salió temprano de su casa rumbo al trabajo. Nunca imaginó que sería la última vez que vería a su familia, que enviaría un mensaje, que mandaría un emoticón. Porque Mayca, simplemente, ya no está aquí.
El tema de Mayca duele.
Duele por ella, por ser una mujer joven; duele porque pudo ser otra persona: tú, yo, una hija, una prima, una novia, una sobrina, una tía… no lo sé, pudo haber sido cualquiera. Y todo porque el conductor de un Golf rojo se fue a estampar —en el carril de la derecha, es decir, el de vía lenta— contra los automóviles que hacían fila para entrar al estacionamiento de la plaza.
Por supuesto que duele porque el automovilista se fugó. Su huida, más que miedo, es un acto de injusticia, de cobardía.
Los primeros reportes de los testigos señalaron que dos coches jugaban a las carreras sobre Vía Atlixcáyotl. Incluso, en redes sociales, varios periodistas y un activista en temas de movilidad detectaron que uno de los vehículos involucrados tenía una etiqueta en el medallón con el símbolo de uno de los grupos que participan en arrancones.
Por la tarde, la Secretaría de Seguridad Pública del estado emitió un comunicado en el que negó que dos automóviles hubieran jugado carreras, y aseguró que todo se debió a la “falta de pericia” del conductor que se dio a la fuga.
¿Falta de pericia?
¿A cuántos kilómetros por hora tendría que ir el conductor para no poder responder y terminar chocando con varios autos si circulaba por el carril lento? ¿Qué tuvo que ocurrir para que esa supuesta falta de pericia lo hiciera perder el control? ¿No se supone que ya existe un examen de manejo para obtener la licencia de conducir?
El costo de una vida se resume a “falta de pericia”. ¿Con qué cara le dirán a la madre, a las hermanas y a la familia que Mayca ya no está por una falta de pericia?
Seamos honestos: fue un error quitar semáforos y topes peatonales en la Vía Atlixcáyotl. La convirtieron en una pista de carreras. A los lados hay comercios, universidades, fraccionamientos; no es como la Recta a Cholula, que tiene laterales junto a los negocios. No. Esta es una vía urbana disfrazada de autopista.
Fue un error porque los gobiernos no piensan en los peatones. Se les olvida que las personas tenemos pies, no ruedas. No somos Optimus Prime ni Bumblebee. Las vialidades deben diseñarse pensando primero en quien camina. Pero bueno, seguramente quien lo planeó creyó que era más cómodo salir de La Vista y tomar Circuito Juan Pablo II, o ir a desayunar al Kamafruta, o llegar rápido de shopping a Angelópolis sin hacer alto en cada esquina.
Hoy Mayca no está. Simplemente ya no existe. Haya sido falta de pericia o un juego de carreras, la realidad es una: ella no verá más a su familia, ni abrirá su celular, ni mandará un WhatsApp, ni tomará un café de Starbucks. Todo por una supuesta falta de pericia.
Mientras, en la ciudad todos avanzan, aceleran, tocan el claxon… pero en una familia el tiempo se detuvo para siempre.

