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Las personas tendemos a pensar que las pandemias sólo duran ciertos periodos de tiempo, sin embargo, el COVID-19 ha llegado a darnos una cachetada de realidad que ha dolido por tantas perdidas, no sólo humanas, también perdimos la confianza y la esperanza.
No vamos a mirar atrás para decir ‘Ese fue un momento horrible, pero ya terminó’. Vamos a lidiar con muchas de las ramificaciones de la COVID-19 durante décadas, décadas”, comentó Allan Brandt, un historiador de la ciencia y la medicina de la Universidad de Harvard.
Parecía que la pandemia estaba casi por terminar, en especial en los meses anteriores al dominio de la variante delta. “Cuando las vacunas recién salieron, empezamos a recibir el pinchazo en nuestros brazos y muchos de nosotros nos sentimos transformados física y emocionalmente”, dijo Jeremy Greene, un médico e historiador de la medicina en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. “Teníamos un intenso deseo que eso se tradujera en: ‘La pandemia ha terminado para mí’”.
Es difícil declarar que una pandemia ha concluido
Puede incluso que no concluya cuando el padecimiento físico, medido en enfermedad y mortalidad, haya disminuido bastante. Puede continuar mientras la economía se recupera y la vida regresa a algo parecido a la normalidad. La persistente conmoción psicológica de haber vivido con el temor prolongado a la enfermedad grave, el aislamiento y la dolorosa muerte toma mucho tiempo en desvanecerse.
Algunas enfermedades, como la gripe de 1918, retrocedieron. Otras, como la peste bubónica, siguieron ardiendo a fuego lento. El VIH sigue con nosotros, pero con medicamentos para prevenirlo y tratarlo. En cada caso, el trauma para los afectados persistió mucho después de que retrocedieron la amenaza inminente del contagio y la muerte.
Cuando menos, el virus que causa la COVID-19 ha humillado a los expertos que alguna vez predijeron confiadamente su trayectoria, sin prestar atención a las lecciones de la historia.
En las pandemias del pasado, como ahora, fuertes movimientos anticiencia obstaculizaron la salud pública y el declive de la enfermedad.
Tan pronto como Edward Jenner presentó la primera vacuna contra la viruela en 1798, aparecieron afiches en Inglaterra que mostraban a los humanos vacunados con “brotes de cuernos y pezuñas”, dijo Snowden.
“En la Gran Bretaña del siglo XIX, el movimiento más grande fue el movimiento antivacunas”, añadió. Y al resistirse los opositores a las vacunas, las enfermedades que debían haberse domado persistieron”.
La diferencia, no obstante, entre los escépticos de las vacunas y la desinformación pandémica de entonces y de ahora, dijeron los historiadores, es el auge de las redes sociales, que amplifican los debates y las falsedades de una forma que es realmente nueva.
Con el VIH, dijo Brandt, “hubo teorías de la conspiración y mucha desinformación, pero nunca tuvo un sistema de difusión como la COVID-19”.
Con la covid, expertos destacados declararon en un principio que los cubrebocas no servían para evitar el contagio, solo para dar marcha atrás después. Los epidemiólogos publicaron, confiados, modelos de cómo avanzaría la pandemia y lo que se requeriría para alcanzar la inmunidad de rebaño, solo para encontrar que estaban equivocados.
Los investigadores dijeron que el virus se transmitía en las superficies y luego dijeron que no, que se propagaba por gotículas en el aire. Dijeron que era poco probable que el virus se transformara de manera significativa y luego advirtieron que la variante delta era mucho más transmisible.
Muchas personas perdieron la confianza en las autoridades entre tantas directivas y estrategias cambiantes que debilitaron el esfuerzo por controlar al virus.
Jonathan Moreno, historiador de la ciencia y medicina en la Universidad de Pensilvania, dijo que el fin de la covid sería análogo a un cáncer en remisión: aún presente, pero no tan mortal. “Nunca te curas”, dijo. “Siempre está de fondo”.
Con información de New York Times