Por Carmen Aranda
Siempre es la misma reacción de sorpresa, nunca falla. Siempre es la misma cara de asombro y preocupación y otras de espanto. Cada que menciono que viví en Medio Oriente y que amé esa etapa de mi vida, la gente se siente hasta ofendida por saber que me gustaba estar en una parte del mundo muy controversial. La verdad es que al principio yo también lo creía así. ¿Cómo es que iba a vivir en un país musulmán? ¿Cómo sería mi vida, si estoy tan acostumbrada a ser tan abierta y decir lo que pienso? ¿Por qué cambiaría mi forma de vestir por una religión? Esas preguntas, que ahora pienso son un poco tontas, fueron respondidas mientras encajaba en mi nueva vida.
El por qué decidí irme al otro lado del mundo es otra historia. Digamos que es la clásica historia de «necesito estar lejos», literal. Tal vez se las cuente en otra ocasión, pero por ahora solo quiero que sepan todo lo que aprendí, valoré, respeté y toleré mientras vivía en un país con una cultura y religión completamente diferente a lo que yo estaba acostumbrada.
Era noviembre y acababa de llegar. Un vuelo demasiado largo. Mis ojos tenían sueño, mi estomago se moría de hambre, mi corazón lloraba. Estaba emocionada y nerviosa. Llegué a mi nuevo departamento con mis dos maletas. Ya había visitado Qatar pero había sido como turista. Nunca creí que regresaría dos años después de mi primera visita para quedarme como residente. Gracias al jet lag (lo que sufres por la diferencia de horarios después de hacer un viaje largo) todo me daba vueltas y decidí llenar la tina para relajarme y pensar claramente. Algo que me había propuesto meses atrás. Esa primera noche quería arrepentirme. Quería regresar al aeropuerto y tomar el primer vuelo de regreso. Por un momento creí que era lo más tonto que estaba haciendo y que nada bueno saldría de esta situación. Mentira.
Después de unos meses por fin me sentía como en casa. Ya tenía amigas y amigos. Gente con quién disfrutar la ciudad, que a pesar que solo hay centros comerciales, siempre hay algo que hacer y sobre todo, comer. Cuando me di cuenta ya era momento de volver a empacar, porque mi tiempo en Doha se había terminado. Ya había pasado 1 año y tenía que volver. Fue regresando a México que me di cuenta lo mucho que había aprendido y lo mucho que había cambiado.
Para empezar, me volví mucho más tolerante. Digamos que no me formé en esa fila cuando repartieron cualidades antes de nacer. Antes de vivir en Doha mi tolerancia era mínima. Pero todo cambió gracias a vivir en Medio Oriente. Tal vez no sea una situación mutua viviendo allá, ya que a nosotros nos critican mucho por cómo somos y cómo vivimos. Honestamente a mí no me importa, porque al final la que salió aprendiendo fui yo de ellos.
El ejemplo más claro es poder entender que todo se basa en religión. Absolutamente todo. Desde la alimentación hasta el estilo de vida. No hay alcohol, no hay puerco, no hay escotes ni minifaldas. Al principio pensé que no podría con eso y que cuando llegara el verano iba a querer salir semidesnuda por la ciudad, pero no fue así. Me adapté, respeté y aprendí a tener que vestir un poco más conservadora. Nada difícil de lograr pero sí extrañaba una buena copa de vino al comer.
La tolerancia se convirtió en respeto y entendimiento. Lograr comprender que hay millones de personas que viven así es a veces impactante, pero es la realidad del mundo. Acepto que me tomó mucho tiempo entender su estilo de vida y su forma de pensar y que muchas veces hice coraje por ciertas cosas que no son permitidas o bien vistas. Y lo sigo haciendo, pero no tengo que irme tan lejos para ver las desventajas sociales (y muchas otras más) que existen en Doha, cuando aquí en México abundan. A veces solo apuntamos con el dedo para criticar cierta religión y costumbres, cuando aquí si te embarazas te tienes que casar por el qué dirán o si ya estás pasadita de los 30 y sigues soltera, eres lesbiana o ya te quedaste para vestir santos.
Respetar su estilo de vida hizo que me enamorara. ¿Cómo dicen que del odio nace el amor? Me enamoré de la comida, del arte, de la música y la elegancia. Era como estar en un sueño. Ir al souq (el mercado) a comprar pashminas y después sentarme a comer hummus con shawarmas (tacos árabes), fumar un arguile escuchando música en vivo, es algo que nunca olvidaré.
Ya había tenido la oportunidad de vivir fuera de México pero nunca en un país tan contrastante. Gracias a mis viajes he podido convivir con gente de muchas partes del mundo, con culturas distintas y creencias únicas pero nunca había aprendido tanto como cuando viví en Medio Oriente. Qatar dejó una huella muy marcada en mi corazón y mi pasaporte, desde sus impresionantes centros comerciales, sus mujeres elegantes, hasta su deliciosa y exquisita comida. Nunca olvidaré que pasé uno de los mejores años de mi vida ahí. Conocí personas que se convirtieron en amigos verdaderos. Hice viajes que nunca creí hacer. Mis escapadas al desierto fueron hasta, cierto punto, religiosas, porque ansiaba sentirme en paz, era lo único que quería y lo logré. Doy gracias a mi año en Doha, pues me hizo quien soy ahora.