Por Carlos Peregrina | Imagen NY Times
Un amigo mío descargó Tinder y consiguió salir con una chica mucho más joven que él. Tuvieron algunos encuentros y por fin terminó en lo que todos los hombres anhelamos: sexo.
A partir de ahí, este amigo ha hecho más amistades por Tinder que cualquier galán de balneario en un antro de chamaco patealoncheras. Yo me quedé pensando, “si él puede, ¿yo por qué no?”. Me di a la tarea. Tomé mi celular. Abrí la aplicación y la di de alta con Facebook. Elegí el perfil de las chicas que quería conocer. De ahí establecí un rango de unos 30 kilómetros a la redonda.
Inmediatamente comencé a revisar. Mi sorpresa es que, a diferencia de Match y de Badoo, aquí la selección es más amplia y envidiable. Empecé a dar likes a diestra y siniestra. Una porque tiene ojos bonitos, otra porque llenaba el pantalón, otra porque los leggins le quedaban uff. Y esperé unos minutos. Y esperé unas horas…
Y esperé unos días. Y esperé unas semanas. Me empecé a dormir con el celular junto a mi cama; cuando despertaba, tomaba el móvil, abría la aplicación y miraba. No había ocurrido nada.
Desesperado, salía a alguna reunión y, mientras mi interlocutor hablaba, yo fingía que ponía atención y abría Tinder. Seguía viendo a las chicas y a un buen les daba like. En ocasiones corría a mi computadora y trataba de encontrarlas en Facebook para verlas de cuerpo entero. Algunas veces, mi espíritu stalker salía a flote y lograba localizarlas.
Las miraba y en ocasiones me atrevía a mandarles invitaciones como amigo, pues pensaba: “chingue su madre, pues si nada más quiero que seamos amigos”. Obviamente, nunca me respondían la solicitud. Entraba al baño y nuevamente buscaba la aplicación. La abría. Fisgoneaba.
Mientras, seguía esperando. Mi vida en Tinder era peor que el bullying que me hicieron en la escuela, peor que cuando invité a salir a una chica por primera vez y me dijo que no.
Era tan horrible como cuando sacaba a bailar a alguien en la tardeada de la secundaria y ni me pelaban, y terminaba siempre con la misma chica con la que nadie bailaba. Tinder fue creado solo para que la gente se dé like y sienta que todavía las puede. ¿De cuándo acá una aplicación puede lograr lo que es a veces tan difícil? Y ¿serán ciertos sus comentarios en sus perfiles?: “Soy risueña. Me gusta vivir al máximo. El café y el cine. Busco una relación seria. Soy súper cariñosa”.
A veces no entiendo cómo es que haya tantas mujeres así, pues en mi casa la primera mujer que conocí no era risueña, mucho menos cariñosa; al contrario: recuerdo que mi mamá lo primero que buscaba era su chancla para darme unas buenas tundas. Tampoco la vi agarrándose a los besos con mi papá. Ni siquiera les oí un te amo. Lo del café y el cine, eso sí. Hasta fumaban. Quizás por eso cada que veo el celular sigue sin pasar nada.
No he recibido ningún like. He pensado seriamente en dar de baja la aplicación, pues me queda claro que esto es como cuando regresaba a casa después de la fiesta con mis amigos, en donde estaban todos con sus parejas, o como cuando mi mejor amigo agarró a besos en una noche a una amiga que a mí me gustaba. Ella llevaba otra amiga con la cual yo me puse a bailar, entre cubas y jaiboles que nos tomábamos me animé e intenté besarla, pero ella se negó. Sólo sonrió. Cada que me acuerdo me deprimo.
Sí, así es Tinder: desesperante, es más, es cagante. Puedes darle like a todo lo que se mueva, pero no vas a conseguir nada. Es como la Ley de Murphy, pero del amor.
(Texto publicado en el mes de Febrero del 2015 en Revista 360 Grados Instrucciones para vivir en Puebla)